“Como maestra busco dejar huella, no la mía, sino la de Dios”

Mariel intentó repetidas veces poner mute a la inquietud vocacional que se estaba despertando en su corazón. Y cuando las nubes que le impedían ver el camino se disiparon, sintió con fuerzas el llamado a dejar huella; no la suya, sino la de Dios.

La historia de Mariel forma parte de “En Camino”, una serie de historias de hombres y mujeres que se pusieron en camino. Es el testimonio de personas que se encontraron con Jesús y cambiaron las coordenadas de su vida. La ruta, por momentos, puede volverse confusa, tranquila, difícil o apasionante. Y aunque en estas historias, el destino es el mismo, cada camino es único, como su viajero. Todos coinciden en descubrir, que con Jesús como copiloto, el viaje vale la pena.

Se hace camino al andar

Todo comenzó en el barrio San Justo, en La Matanza. Allí nació, dio sus primeros pasos y creció junto a sus padres y sus dos hermanos menores. Los domingos solían visitar la Iglesia de su barrio, era un momento que compartían en familia. Y aunque esto era lo que mantenía su fe despierta, con el correr de los años, esa chispa se fue apagando.

Sin embargo, Dios siempre se hace el encontradizo y no fue la excepción en la vida de Mariel: empezó a asistir a clases de catequesis de su colegio y, poco a poco, se fueron despertando en su alma deseos de conocer un poco más a ese Jesús amigo que había dejado olvidado tiempo atrás.

"Sentí una fuerte necesidad de confesarme y ese fue el momento que para mí marcó un antes y un después"

Comenzó la carrera de Magisterio. Su vida transcurría con cierta normalidad, con los altos y bajos, ilusiones y aprendizajes propios de una joven que va haciendo camino al andar. Y en esa marcha, se encontró con un giro inesperado. Todo comenzó cuando su hermano la invitó a conocer al sacerdote con el que solía conversar, una persona que él apreciaba mucho. Ese día, aunque Mariel lo desconocía, iba a tener lugar un punto de inflexión en su camino; un repentino paisaje aparecería frente a sus ojos e iluminaría de ahora en adelante sus pasos: “Sentí una fuerte necesidad de confesarme y ese fue el momento que para mí marcó un antes y un después; más allá de que yo me había confesado otras veces, fue la primera experiencia de que Dios era mi Papá y que era Él quien me estaba perdonando; fue experimentar que Dios me quería, a mí, personalmente”.

A partir de ese momento, su vida dio un giro en U, quería acercarse y conocer más a Dios, “estar cerca de Él se había convertido en una necesidad que sentía en lo profundo de mi corazón”, explica. Poco a poco fue incorporando prácticas de piedad en su vida: comenzó a frecuentar más la Misa, empezó a rezar y a recibir acompañamiento espiritual: “Dios se mete en la vida de uno y nos va llevando”, aseguró sonriente.

A los pocos meses, una amiga la invitó a participar de unos días de retiro, un stop en la vida diaria, un poco de silencio para renovarse desde dentro, en diálogo con Dios. “Lo que me pasó en esos días fue algo decisivo. Siempre había pensado en casarme y tener hijos, pero en ese retiro sentí que Dios me podía llamar a algo distinto”, recordó. La intranquilidad la invadió, no entendía exactamente qué era lo que Dios podía estar pidiéndole. Decidió buscar consejo en el sacerdote que predicaba el retiro: “Me hizo ver qué era lo que me estaba pasando. Recuerdo que me dijo ´Estás descubriendo que Dios tiene una vocación, un llamado para vos y, poco a poco, te lo irá mostrando´, y eso me llenó de tranquilidad”, explicó emocionada.

“estar cerca de Él se había convertido en una necesidad que sentía en lo profundo de mi corazón”

La vida siguió entre los estudios, los amigos, el trabajo. Mariel intentaba acallar esa inquietud vocacional que se había despertado en su corazón. Aún así su vida de oración y de relación con Jesús seguían creciendo. Conoció el mensaje de san Josemaría: “Me hablaron de cómo Dios está en el medio de la vida cotidiana y que podía encontrarlo ahí donde yo estuviera, incluso en mi noviazgo”; era la primera vez que escuchaba hablar de ese camino y, con cierta intriga, se animó a participar de algunas de las actividades de catequesis: “Me encantó la alegría y la calidez de la gente con la que me encontré y poco a poco fui aprendiendo cada vez más de las enseñanzas de este santo”.

La bifurcación

En el camino llegan momentos en los que el sendero se divide y es necesario tomar una decisión. Incertidumbre, temor, inquietud, fueron algunos de los sentimientos que invadieron a Mariel cuando se vio ante esta bifurcación. En su alma comenzó a recorrer una etapa de discernimiento, en donde volvieron a surgir las dudas vocacionales: “Sabía que las dos rutas que se me presentaban eran buenas, tanto el matrimonio, como una vida de entrega total del corazón a Dios, pero me preguntaba a cuál de las dos me llamaba. La primera puerta era formando una familia, pero dentro mío, me daba cuenta de que Jesús me estaba pidiendo algo distinto”.

"La primera puerta era formando una familia, pero dentro mío, me daba cuenta de que Jesús me estaba pidiendo algo distinto"

Tras un largo tiempo de reflexión interior y de mucha oración, se fueron despejando aquellas nubes que le impedían ver el camino con claridad. Así fue como descubrió que Dios la invitaba a seguirlo, entregando su vida a Él por completo, pero sin apartarse del mundo, para llevar ahí el mensaje de amor y esperanza del Evangelio. Dios la llamaba a ser agregada: “Pude ver con claridad que ese llamado no implicaba renegar de la maternidad. Entendí que Dios me daba ese don para ponerlo al servicio de los demás, viviéndolo de una forma distinta, desplegándolo en esa maternidad espiritual, con esta entrega del corazón exclusivamente para Dios y con esos fuertes deseos de llevarlo a muchas personas en nuestra vida cotidiana”.

Un camino de pequeños


Al terminar sus estudios, comenzó a dar clases en distintas escuelas y desde hace más de 7 años trabaja en un colegio como maestra de primer grado. “La vida de una maestra es apasionante, cada día preparo las clases, comparto con los alumnos, tengo la oportunidad de acompañar a las familias, de aprender de mis colegas”, y agregó que también intenta dedicar espacios para ir perfeccionando su trabajo y así poder ayudar mejor a sus alumnas y a las familias.

"Cada año intento vivirlo con ese deseo de dejar huella; no mi huella, sino la de Él"

Brillan sus ojos al hablar de sus alumnas: “Lo primero es quererlas, obviamente, ¿cómo? rezando por ellas y, después, enseñando, ya que enseñar y preparar las clases es una forma de querer; teniendo el oído para escuchar y también pidiendo perdón cuando me equivoco. Cada año intento vivirlo con ese deseo de dejar huella; no mi huella, sino la de Él”.

Aunque el camino se vuelva empinado, siempre avanzamos acompañados

En la vida, a medida que vas tomando decisiones y compromisos, el sendero se puede volver más sinuoso. “Se presentan situaciones en donde hace falta parar, afianzarse y decir 'yo lo vuelvo a elegir'”, y agregó: “Hace falta volver a decir que sí, redescubriendo siempre, en primer lugar, que Dios es fiel. Vos podés haberte caído, haberte dado contra el piso, irte a la banquina, pero Dios siempre está y estará ahí”.

"Podés haberte caído, haberte dado contra el piso, irte a la banquina, pero Dios siempre está y estará ahí"

En la mochila de su vida, hay provisiones que nunca faltan y que la ayudan a seguir adelante, cultivando su relación con Dios: “el Rosario, la confesión, la oración y sobre todo ese momento especial de encuentro con Jesús en la Eucaristía. Sin ese encuentro personal con Él, todo pierde sentido”.