“Entendí que Dios a todos nos regala una misión; para todos tiene un plan”

Son muchas las formas de recorrer un camino. Como un peregrino, que sabe a dónde quiere llegar y qué le espera al final del trayecto, o como Gabriel, “Gabo” para los amigos, que durante mucho tiempo fue con paso errante, hasta dar con un faro que iluminó su andar.

La historia de Gabriel forma parte de “En Camino”, una serie de historias de hombres y mujeres que se pusieron en camino. Es el testimonio de personas que se encontraron con Jesús y cambiaron las coordenadas de su vida. La ruta, por momentos, puede volverse confusa, tranquila, difícil o apasionante. Y aunque en estas historias, el destino es el mismo, cada camino es único, como su viajero. Todos coinciden en descubrir, que con Jesús como copiloto, el viaje es una aventura increíble.

Un  camino hecho a medida

Gabo nació en la tierra del cuarteto y del fernet. A los 8 años la familia se trasladó de Córdoba a Buenos Aires. Su infancia transcurrió entre los amigos y la canchita de fútbol del barrio. Como las raíces eran fuertes, cuando terminó el colegio quiso seguir los mismos pasos de su padre en la Fuerza Aérea. Y así se topó con la primera piedra en el camino: no pudo ingresar por cuestiones médicas. “Fue un golpe, pero me recompuse, intenté no desanimarme y buscando alternativas encontré la posibilidad de convertirme en policía de seguridad aeroportuaria”.

“no tenía muy claro qué me motivaba a levantarme cada mañana ni qué hacer con mi vida, sentía una ausencia”

Sus deseos de perfeccionarse y seguir avanzando profesionalmente lo llevaron a ingresar al grupo de operaciones especiales: "Recibimos un entrenamiento muy exigente no sólo desde lo físico sino también mental para poder tomar decisiones en situaciones críticas por ejemplo en el traslado de detenidos de alto riesgo, ante posibles tomas de rehenes, o en secuestros de aeronaves". A pesar de todos los desafíos profesionales, su vida seguía siendo igual que siempre, entre los amigos, el fútbol, el estudio y la familia, pero algo lo inquietaba dentro suyo: “no tenía muy claro qué me motivaba a levantarme cada mañana ni qué hacer con mi vida, sentía una ausencia”. Un buen día, conversando con su cuñado, a quien apreciaba como a un hermano, le contó que haría unos días de retiro espiritual y le preguntó si le gustaría sumarse también. Gabo aceptó sin pensarlo dos veces.

“En esos días de retiro se tocaron distintos temas en profundidad sobre la vida espiritual que me interpelaron mucho; venía de una familia católica practicante, pero mi relación con Dios no consistía más que en ir los domingos a Misa", aseguró.

"comencé a ver que podía hacer las cosas de una mejor manera, poniendo más amor en los detalles, y que era posible acercar a Dios a los demás con mi trabajo bien hecho"

Los días de retiro dieron un nuevo brillo a su vida, transformaron su paso, haciéndolo más firme. Fueron días de reflexión, de encuentro con Dios y con él mismo, con sus alegrías y también con sus heridas: “En una de las reflexiones de esos días se habló de la tibieza, un estado del espíritu en el que se puede adoptar una actitud fría, cómoda, de creer en ciertos valores, pero no intentar vivirlos en el día a día. Así me sentía yo”, explicó Gabo. Sintió un fuerte impulso que lo empujaba a rezar más y a crecer en esa relación de amistad con Dios. “Gracias a esos días empecé a vivir la vida cristiana de otra manera; mi trabajo no era el mismo, ahora lo encaraba con otra mirada: comencé a ver que podía hacer las cosas de una mejor manera, poniendo más amor en los detalles, y que era posible acercar a Dios a los demás con mi trabajo bien hecho”, recordó emocionado.

Un horizonte nuevo

A medida que fue pasando el tiempo, comenzó a sentir con fuerza que Dios podía llamarlo a algo más: “Entendí que Dios a todos nos pide algo, nos regala una misión; para todos tiene un plan”. Siempre había pensado en formar una familia, pero descubrió que existía la posibilidad de entregarse por entero a Dios, para poder ser puente y acercarlo al corazón de todas las personas.

“Entendí que Dios a todos nos pide algo, nos regala una misión; para todos tiene un plan”.

“Llegó un momento en que me dije a mi mismo que no podía seguir esquivando más este tema, sentía que tenía que enfrentarlo”, recordó. Decidió intensificar la oración, el diálogo con Dios, y se apoyó en la ayuda de sacerdotes y amigos que lo acompañaron en este largo camino: “Después de un tiempo lo vi muy claro; las piezas del tablero se empezaban a unir y veía que todo lo que Dios me había puesto en cada uno de los lugares de mi vida tenían un por qué. Y sentí la llamada de Dios a entregarle el corazón entero como agregado.”

Una luz que sigue alumbrando


El camino de este senderista vivió una transformación y la actitud de errante dejó paso al peregrino. “Este llamado me iluminó la vida entera, empecé a ver las cosas desde otro punto de vista. Externamente todo continuaba siendo igual: seguí viviendo con mi familia, mantuve mi trabajo como policía, continué con mis estudios de abogacía, seguí disfrutando con mis amigos; pero interiormente esta vocación me llevó a querer más a las personas, a preocuparme mucho más por cada uno y, no solamente por los conocidos, sino también por la gente que me cruzaba alrededor”, dijo Gabriel.

"Este llamado me iluminó la vida entera, empecé a ver las cosas desde otro punto de vista"

“Desde ese momento, cada día antes de empezar a trabajar, lo primero que hago es poner el crucifijo en el escritorio, para recordar que Dios está conmigo en cada instante. A veces, me suele pasar que llego con una lista llena de actividades, de pendientes que tengo que hacer y que quiero empezar a tachar, para sacarme el trabajo de encima. Pero cuando veo esa cruz me doy cuenta de que Dios me está acompañando y que detrás de cada tarea hay personas a las que puedo dar un servicio a través de mi trabajo. Todo se transforma”, terminó sonriente.