“Con La Renga entendí cuál era mi misión”

Laura Arce creció en Lomas de Zamora, una ciudad Argentina ubicada en la zona sur del Gran Buenos Aires. Trabaja como abogada en el sector de Legales de una empresa. Sus papás son de Paraguay, país en el que vivió durante un tiempo. “Y si bien en casa no se frecuentaba mucho la fe, Dios quiso cruzarse en mi camino de una manera muy especial”, confiesa.

La historia de Laura forma parte de “En Camino”, una serie de historias de hombres y mujeres que se pusieron en camino. Es el testimonio de personas que se encontraron con Jesús y cambiaron las coordenadas de su vida. La ruta, por momentos, puede volverse confusa, tranquila, difícil o apasionante. Y aunque en estas historias, el destino es el mismo, cada camino es único, como su viajero. Todos coinciden en descubrir, que con Jesús como copiloto, el viaje vale la pena.

Un puente a Dios

“Me encontré con Dios gracias a un puente, el mejor puente que me tocó en mi vida, Celina”, cuenta Laura. A Celi la conoció en la parroquia de su barrio y se transformó en su amiga inseparable.

Por el año 2011, mientras estaba en la casa de su amiga, pasó a saludar el padre Pedro Velasco. Este sacerdote era el capellán del Buen Consejo, un colegio que funciona como puerta de inclusión para los chicos del Barrio 21-24 de Barracas, y acostumbraba a visitar a las familias de esta institución. En esta visita a la familia de Celina, el padre Pedro tuvo una pequeña conversación con Laura que la dejó pensando. “Me dijo ‘cuando necesites conversar, vos buscame’”, recuerda.

“Sin decir mucho, empecé a encontrar las respuestas a lo que me estaba pasando. Dios estaba ahí”

Un tiempo después, Laura se sentía triste por unos problemas personales y volvieron a su cabeza las palabras de este sacerdote. No dudó: agarró sus cosas y partió al Buen Consejo a charlar otra vez con él. “Sin decir mucho, empecé a encontrar las respuestas a lo que me estaba pasando. Dios estaba ahí”, cuenta Laura. Se abrió otro horizonte en el camino y comenzó a ver el amor de Dios de otro modo: “un Dios que nos quiere como somos, que nos perdona, que nos abraza y nos consuela ante el dolor. Un Dios que está siempre, pase lo que pase”. Desde ese día, comenzó a charlar más seguido con el padre Pedro, la acompañaba espiritualmente y sentía que su relación con Dios crecía poco a poco.

Nuevas direcciones


Su mamá, ama de casa y su papá, albañil, dejaron en su vida las huellas del valor del esfuerzo y del trabajo. Laura siempre admiró cómo su papá, Julio, se levantaba al alba para ir a trabajar y volvía tarde por la noche, con lluvia o mucho calor, nunca lo vio faltar. “Me llenaba de orgullo cuando pasábamos por un edificio en el que él había trabajado y me lo mostraba. Sabía cuánto esfuerzo le había costado cada ladrillo”. Su mamá, María, también: si había alguna época en que estaban mal económicamente, ella se las ingeniaba para lograr un ingreso a la casa y que no nos falte la comida. “Pienso que ellos, sin darse cuenta y con su ejemplo, me dieron el empuje que necesitaba para seguir mi sueño de ser abogada”.

“Pienso que ellos, sin darse cuenta y con su ejemplo, me dieron el empuje que necesitaba para seguir mi sueño de ser abogada”.

Un día sus padres decidieron volver a Paraguay y le preguntaron si quería ir con ellos. “Me costó mucho la decisión, volver a Paraguay era dejar atrás mi sueño de estudiar una carrera universitaria”. Sin embargo, después de pensarlo entendió que lo mejor en ese momento era estar cerca de su familia.

Al poco tiempo de llegar al país vecino, sintió la necesidad de recibir catequesis, de aprender más sobre la vida de Jesús. El recuerdo de sus charlas con el padre Pedro la animaron a acercarse a un centro del Opus Dei. Un día de esos encontró “El hombre de Villa Tevere”, un libro que cuenta la historia de san Josemaría. “Empecé a leerlo y me voló la cabeza, sentí muy profundo que el Opus Dei era mi lugar”. “Es acá”, pensó. Y lo entendió mejor: “descubrí y encontré mi vocación en Paraguay: un camino a transitar los momentos más cotidianos de mi vida con Jesús como compañero y el Amor como brújula”.

“descubrí y encontré mi vocación en Paraguay: un camino a transitar los momentos más cotidianos de mi vida con Jesús como compañero y el Amor como brújula”.

Volver a Argentina no fue fácil, tenía que equilibrar su vida: buscar un lugar donde vivir, retomar la facultad de abogacía, encontrar trabajo. Y si bien Dios estaba ahí, no era una prioridad en su vida. Aquello que había visto con tanta claridad en Paraguay, su vocación, de alguna manera había quedado en el olvido.

Recalculando

Después de muchas idas y vueltas, cuando los diferentes elementos de su vida empezaban a encontrar cierto equilibrio, fue a un retiro espiritual. Fue ahí donde sintió otra vez con fuerza que Dios la llamaba. “Me quedé helada. La noche que volví del retiro lloré mucho, fue un llanto inexplicable, sentí cómo la invitación de Dios a seguirlo me quemaba por dentro. Es algo muy difícil de explicar con palabras”, expresa Laura con emoción.

"Si bien mi vida no cambió mucho en lo externo, porque sigo siendo la misma de antes, puedo decir que encontré el Amor”

A pesar de las dificultades, empezó a estar cada vez más cerca de Dios. “Con Él sentía consuelo y veía un futuro con esperanza”, explica, “Hasta que el 1 de noviembre, el Día de Todos los Santos, vió con claridad que Dios la llamaba a seguirlo como supernumeraria del Opus Dei. “Soy muy feliz desde ese momento. Si bien mi vida no cambió mucho en lo externo, porque sigo siendo la misma de antes, puedo decir que encontré el Amor”.

Dios y el rock en la valija

“Cuando uno se deja llevar, Dios te hace la vida increíble. Desde que le dije a Dios 'dale, entrá en mi vida', Él me ayuda a ser una mejor versión de mí misma”.

“Cuando uno se deja llevar, Dios te hace la vida increíble. Desde que le dije a Dios 'dale, entrá en mi vida', Él me ayuda a ser una mejor versión de mí misma”.

“Desde chica con mis hermanos somos fanáticos de La Renga, y fue en uno de sus recitales donde entendí a la perfección mi vocación al Opus Dei, mi misión”, explica mientras recuerda algunos momentos vividos con sus hermanos. “Me acuerdo que estaba ahí parada en medio de un mar de gente, bailando entre pogo y pogo, cantando con todo mi ser: 'No llores más, dame la mano contame tu suerte', y sentí la necesidad de frenar un instante y rezar por todas esas personas. Pensé que por algo Dios me había regalado la oportunidad de estar ahí”. Fueron unos pocos segundos, un Avemaría en silencio y siguió cantando y bailando como si nada hubiera pasado. Nadie se dio cuenta, pero ese instante de frenar en silencio y rezar por todos, lo atesora en su corazón. “Tuve una alegría y serenidad profunda de que Dios iba a actuar a través de mi oración”.

“El camino vale la pena, decirle sí a Dios cada vez que me levanto, vale la pena".

Laura se recibió de abogada y siguió con su sueño de crecer profesionalmente y de formar una familia. Conoció a Pepe, “es el amor de mi vida, una persona muy buena que me ayuda a sentir que todas estas metas son posibles”. Al tiempo se casaron y tuvieron un hijo al que llamaron Pedro, en memoria de aquel sacerdote que le ayudó a descubrir el amor de Dios en su vida. “A mi me parece una locura cómo Dios se moldea a nosotros y no nos pide grandes cambios”, confiesa y agrega: “El camino vale la pena, decirle sí a Dios cada vez que me levanto, vale la pena. No digo que esto sea siempre fácil. Muchas veces cuesta. Pero, ¿qué no cuesta en la vida?”.