El ascensor social

La tarea silenciosa de las entidades sociales es una puerta a la esperanza.

El barrio del Raval, en la zona del casco antiguo de Barcelona, es considerado uno de los más degradados de la ciudad: droga, inseguridad, paro al límite, botellones, una inmigración muy alta que vive en precarias condiciones, hurtos frecuentes, casas viejas en mal estado, etcétera.

Este panorama tiene el contrapunto de pequeñas entidades culturales (coros de Clavé, centros de tercera edad) que mitigan la sensación de abandono. Pero sobre todo son una veintena de entidades de carácter social las que ayudan a la regeneración del barrio y evitan que se transforme en un cafarnaúm. La mayoría de estos centros de acogida o de ayuda, sin olvidar al Casal dels Infants, de carácter privado, son de origen católico. Dos parroquias (Carme y Sant Pau del Camp), dos de los franciscanos, como l´Hora de Déu, una de los escolapios, dos del Opus Dei (sobresale Braval), Joan Salvador Gavina (fundación canónica), Cintra (que pertenece a nueve congregaciones religiosas), Centre Català de Solidaritat, Càritas, etcétera.

En algunas entidades facilitan ropa o alimentos; en otras se acoge a los niños cuyas familias están desestructuradas o trabajan; en unas terceras, como Arrels, del área de los jesuitas, ofrecen albergue a los que no lo tienen y procuran sacarlos de la calle e incluso que se rehabiliten y encuentren trabajo. Braval pone en contacto a los adolescentes, a los que ayuda en los estudios y en actividades deportivas, con la realidad de las tradiciones catalanas: los belenes de Navidad, la castañada, la cabalgata de los Reyes Magos, las fiestas de la Mare de Déu de la Mercè, las visitas a la Generalitat, el Parlament catalán y el Ayuntamiento barcelonés, museos y exposiciones. Todo contribuye a una lenta integración y a que una parte de los jóvenes pueda subir al llamado ascensor social.

Tres elementos se han de combinar para que los jóvenes progresen socialmente: conocimiento y vivencia de las costumbres y tradiciones de la sociedad que les acoge; el éxito escolar, aunque sea relativo, y, cuando sea posible, la inserción laboral. La tarea silenciosa de las entidades sociales es una puerta a la esperanza.

A. MANENT, historiador 

    Albert Manent // La Vanguardia