A los pies de la Virgen: en Pompeya, la Almudena, Sonsoles, Fátima ... 1968-1970

En su libro Tiempo de Caminar, Ana Sastre recorre con san Josemaría los santuarios marianos que gozan de mayor devoción popular. Así decía san Josemaría al explicar el motivo de estas peregrinaciones: "¿Qué pide el Padre? Pues el Padre pide a los pies de Nuestra Madre Santa María, Omnipotencia suplicante, por la paz del mundo, por la santidad de la Iglesia".

En su libro Tiempo de Caminar, Ana Sastre recorre con san Josemaría los santuarios marianos que gozan de mayor devoción popular.

«Hijas e hijos míos queridísimos: os habréis preguntado por qué voy, en estos últimos años, de un Santuario de la Santísima Virgen a otro, en una continua peregrinación a través de muchos países, que me da además ocasión de agradecer al Señor el poder conocer a miles de hijas e hijos suyos en el Opus Dei.

¿Qué pide el Padre? Pues el Padre pide a los pies de Nuestra Madre Santa María, Omnipotencia suplicante, por la paz del mundo, por la santidad de la Iglesia, de la Obra y de cada uno de sus hijas y de sus hijos».

Esta carta del Fundador está fechada en Roma, octubre de 1970. Desde 1968, sus viajes por Europa para consolidar los caminos de la Obra de Dios comienzan y terminan con el espíritu de un romero de Santa María. Cada vez que su ruta pasa cerca de una advocación popular, hace escala obligatoria junto al corazón de la Virgen.

«Estoy rezando todo el día, procurando hablar continuamente con Dios, sirviéndome como Intercesora de la Virgen (...). He hecho estos viajes, con el ánimo, con la sencillez y con el gozo de un antiguo romero».

En septiembre de 1968, inicia uno de estos desplazamientos. Antes de llegar a Nápoles, pasan por Pompeya y visitan un primer Santuario, porque aquí se venera una imagen de la Señora muy conocida en Italia.

El 9 de octubre de 1968, el Padre llega a Madrid. Al pasar por Sevilla, camino de la meseta, ha lanzado su saeta de despedida a la Virgen Macarena.

En Madrid, visita la Virgen coronada de la Almudena, patrona de la Villa. Se trata de una imagen venerada desde el siglo XI, y que tiene un nombre con sabor a campo, a trabajo y a pan de trigo. Cuenta la tradición que todos los labradores que se acercaban a vender su cosecha de grano a Madrid dejaban un almud para la Señora.

El 16 de octubre se acerca a Ávila, ciudad amurallada donde naciera Teresa de Jesús, y vuelve a la ermita de Sonsoles. Viene de nuevo a su memoria aquella romería que hizo en 1935: «No era una romería tal como se entiende habitualmente. No era ruidosa ni masiva: íbamos tres personas. Respeto y amo esas otras manifestaciones públicas de piedad, pero personalmente prefiero intentar ofrecer a María el mismo cariño y el mismo entusiasmo, con visitas personales, o en pequeños grupos, con sabor de intimidad» (Es Cristo que pasa, n.° 139).

Cinco días más tarde, pasa por Vitoria y reza ante la Virgen Blanca, que preside la Catedral en su hornacina de jaspe. El 22 de octubre cruza la frontera francesa y saluda también a la Virgen del Santuario de Lourdes.

Desde el Concilio de Efeso, que proclamó solemnemente la Maternidad divina de María, los Santuarios se multiplican en Oriente y Occidente; los imagineros populares esculpen su afecto en multitud de advocaciones. Y este reguero de cariño es el que busca el Fundador de la Obra en sus viajes.

En 1970 se acerca, una vez más, a Portugal. En abril, cruzará la gran explanada de Fátima para arrodillarse a los pies de esta Virgen que va, también, peregrina de un lugar a otro pidiendo la paz entre los pueblos.

«Tierra de Santa María, donde Ella quiso dejar rastro de su amor por los hombres. Vengo una vez más a decirle que no nos abandone, que se ocupe de su Iglesia, que se ocupe de nosotros ».

También visitará a la Virgen de Loreto, bajo cuya custodia puso la Obra en momentos especialmente difíciles. Siempre que su camino cruza esas tierras italianas, sube hasta la loma en la que siguen creciendo los laureles. Y sonríe para decir a la Señora: todos volvemos para darte, una vez más, las gracias.

Ana Sastre,Tiempo de Caminar, 1ª Edición Madrid, 1989, pp. 504-508