Todos los textos del Papa sobre la Cuaresma

Palabras de Benedicto XVI pronunciadas durante la Cuaresma de 2007 (última actualización: 28 de marzo)

EL PERDON DIVINO NOS DA FUERZAS PARA RESISTIR AL MAL Ciudad del Vaticano, 25 de marzo de 2007

Benedicto XVI visitó esta mañana la parroquia romana de Santa Felicidad e hijos mártires, en el sector norte de la diócesis de Roma, donde celebró la Santa Misa.

En la homilía, el Santo Padre afirmó que el Evangelio de hoy sobre la mujer adúltera "nos ayuda a entender que sólo el amor de Dios puede cambiar desde dentro la existencia del ser humano y por tanto, de toda la sociedad, porque sólo su amor infinito lo libera del pecado, que es la raíz de todo mal".

Dios, continuó, "es sobre todo amor: si odia el pecado es porque ama infinitamente a cada persona. Ama a cada uno de nosotros y su fidelidad es tan profunda que no se deja desanimar ni siquiera por nuestro rechazo. En particular, hoy Jesús nos incita a la conversión interior: nos explica porqué perdona y nos enseña a hacer del perdón recibido y donado a los hermanos el "pan cotidiano" de nuestra existencia".

El Papa señaló que en la escena que relata San Juan "se confrontan la miseria humana y la misericordia divina; una mujer acusada de un gran pecado y Aquel, que aun no siendo pecador, carga con los pecados del mundo entero". Jesús "no pide explicaciones ni excusas" a la mujer. "No es irónico al preguntar: "¿Ninguno te ha condenado?" Y es sorprendente con su respuesta: "Yo tampoco te condeno; vete y de ahora en adelante no peques más".

El objetivo del Señor, continuó comentando este episodio, "es salvar un alma y revelar que la salvación se halla solo en el amor de Dios. Para esto ha venido a la tierra, por eso morirá en la Cruz y el Padre le resucitará el tercer día. Jesús ha venido para decirnos que quiere que todos vayamos al cielo y que el infierno, del que se habla poco en nuestro tiempo, existe y es eterno para los que cierran el corazón a su amor". 

"Aquí se pone de relieve que sólo el perdón divino y su amor recibido con un corazón abierto y sincero nos dan la fuerza para resistir al mal y "no pecar más". La actitud de Jesús se convierte de este modo en un modelo para todas las comunidades, llamadas a hacer del amor y del perdón el centro vibrante de su vida".

Benedicto XVI concluyó pidiendo al Señor, por intercesión de la madre Felicidad y sus hijos, mártires, que los fieles de esta parroquia encuentren "cada vez con mayor profundidad a Cristo y le sigan con fidelidad dócil. (...) Que el ejemplo de estos santos sea para vosotros un constante aliento para seguir el sendero del Evangelio sin vacilación y sin compromisos".

  EUCARISTIA: FUENTE DE LA ALEGRIA CRISTIANA Ciudad del Vaticano, 18 de marzo de 2007

A su regreso del Instituto Penal para Menores "Casal del Marmo", el Santo Padre se asomó a la ventana de su estudio que da a la Plaza de San Pedro para rezar el Angelus con los miles de peregrinos allí reunidos.

"Hoy -dijo el Papa- la liturgia nos invita a alegrarnos porque se acerca la Pascua, el día de la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte" y recordó que "la fuente de la alegría cristiana" se encuentra en la Eucaristía, que "alimenta en los creyentes de todos los tiempos el gozo profundo, que es uno con el amor y la paz, y que tiene su origen en la comunión con Dios y los hermanos".

Benedicto XVI se refirió después a la presentación, el martes pasado de la Exhortación Apostólica Post-sinodal "Sacramentum caritatis", dedicada a la Eucaristía y subrayó que en ese sacramento "Cristo nos quiso dar su amor, que le llevó a ofrecer su vida por nosotros en la cruz. En la Ultima Cena, lavando los pies a sus discípulos, Jesús nos dejó el mandamiento del amor: "Amaos los unos a los otros como yo os he amado". Pero como esto es posible solamente permaneciendo unidos con El, como sarmientos a la vid, El decidió de permanecer entre nosotros en la Eucaristía para que podamos permanecer en El".

"Por eso, cuando nos nutrimos con fe de su Cuerpo y su Sangre -prosiguió el Papa- su amor pasa a nosotros y nos hace capaces, a su vez, de dar la vida por los hermanos. De aquí brota la alegría cristiana, la alegría del amor".

Benedicto XVI concluyó recordando la figura de San José, cuya solemnidad litúrgica se celebra mañana y lo invocó para que "creyendo, celebrando y viviendo con fe el Misterio eucarístico, el Pueblo de Dios, lleno del amor de Cristo, difunda sus frutos de alegría y paz en toda la humanidad"

EN LA CONFESION SE MANIFIESTA EL AMOR INAGOTABLE DE DIOS Ciudad del Vaticano, 16 de marzo de 2007

El Papa recibió este mediodía a los participantes en el curso sobre el foro interno, que promueve anualmente la Penitenciaría Apostólica.

En su discurso, Benedicto XVI ofreció unas reflexiones sobre la importancia del sacramento de la Penitencia y la necesidad de que los sacerdotes se preparen para administrarlo con devoción y fidelidad a Dios y para la santificación del pueblo cristiano.

"Todos -aseguró el Santo Padre- tenemos necesidad de beber de la fuente inagotable del amor divino, que se manifiesta totalmente en el misterio de la Cruz, para hallar la auténtica paz con Dios, con nosotros mismos y con el prójimo. Sólo es posible obtener de esta fuente espiritual aquella energía interior indispensable para vencer el mal y el pecado en la lucha sin pausa, que marca nuestro peregrinaje terreno hacia la patria celestial".

El Papa puso de relieve que en el mundo actual "vemos una humanidad que desearía ser autosuficiente, donde muchos consideran casi poder prescindir de Dios para vivir bien; sin embargo, ¡cuántos parecen estar tristemente condenados a afrontar dramáticamente situaciones de vacío existencial, cuánta violencia existe todavía en la tierra, cuánta soledad pesa sobre el ánimo del ser humano de la era de la comunicación! En una palabra, parece que se haya perdido el "sentido del pecado", pero para compensar, han aumentado los "complejos de culpa"".

"Que el sacerdote, ministro del sacramento de la Reconciliación -continuó-, sienta siempre como tarea suya la de transmitir con las palabras y en el modo de acercarse al penitente, el amor misericordioso de Dios. Que como el padre de la parábola del hijo pródigo, acoja al pecador arrepentido, le ayude a liberarse del pecado, le anime a enmendarse sin pactar con el mal, sino retomando siempre el camino hacia la perfección evangélica".

Tras subrayar que el sacerdote debe tender a la santidad, Benedicto XVI afirmó que para llevar a cabo su "importante misión" como confesor, "siempre unido interiormente al Señor, debe mantenerse fiel al Magisterio de la Iglesia en lo que concierne a la doctrina moral, consciente de que la ley del bien y del mal no está determinada por las situaciones, sino por Dios".

El Santo Padre concluyó pidiendo a la Virgen, Madre de Misericordia, que "sostenga el ministerio de los sacerdotes confesores y que ayude a cada comunidad cristiana a comprender cada vez más el valor y la importancia del sacramento de la Penitencia para el crecimiento espiritual de todos los fieles".

  CONVERSION: RESPUESTA EFICAZ AL MAL EN TODOS LOS AMBITOS Ciudad del Vaticano, 11 de marzo de 2007

Hoy a mediodía, Benedicto XVI se asomó a la ventana de su estudio para rezar el Angelus con los peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro. El Papa habló del Evangelio de San Lucas que narra el comentario de Jesús sobre dos sucesos: la revuelta de algunos galileos, reprimida violentamente por Pilatos y la caída de la torre de Siloé, que causó dieciocho víctimas.

"Según la mentalidad de aquel tiempo -explicó el Santo Padre- la gente tendía a pensar que la desgracia había caído sobre las víctimas debido a alguna culpa grave. Jesús al contrario dice: "¿Pensáis que estos galileos eran más pecadores que todos los demás galileos? (...) O aquellos (...) sobre los que cayó la torre (...) ¿pensáis que eran más culpables que todos los hombres que vivían en Jerusalén?". Y, en ambos casos, concluye: "No, os lo aseguro; pero si no os convertís, todos pereceréis igualmente".

"Jesús quiere llevar a quienes le escuchan a la necesidad de la conversión -dijo el Papa-. No la propone en términos moralistas, sino realistas, como la única respuesta adecuada a unos hechos que ponen en entredicho las certezas humanas. Ante algunas desgracias, advierte, no sirve de nada descargar la culpa sobre las víctimas. La verdadera sabiduría consiste más bien en dejarse interpelar por la precariedad de la existencia y asumir una actitud de responsabilidad: hacer penitencia y mejorar nuestra vida".

"Esta es la respuesta más eficaz al mal en todos los ámbitos -observó el Santo Padre- y agregó que "de hecho, el destino final de las personas y las sociedades que viven sin ponerse en discusión es la ruina. Mientras la conversión, aunque no nos libre de los problemas y las desventuras, nos permite afrontarlos de una forma diversa".

 

El Papa subrayó que la conversión "ayuda a prevenir el mal, desactivando algunas de sus amenazas. Y, en todo caso, hace que el mal venza al bien, si bien no siempre en el ámbito de los hechos, que a veces son independientes de nuestra voluntad, ciertamente siempre en el ámbito espiritual. En definitiva: la conversión vence al mal desde su raíz, que es el pecado, aunque no siempre pueda evitar sus consecuencias".

Benedicto XVI concluyó pidiendo a María que nos ayudase a comprender que "hacer penitencia y corregir nuestra conducta no es simple moralismo, sino el camino más eficaz para que cambiemos nosotros y la sociedad. Lo explica muy bien una certera máxima: "Vale más encender una cerilla que maldecir la oscuridad".

REZAR NO ES EVADIR LA REALIDAD Y SUS RESPONSABILIDADES Ciudad del Vaticano, 4 de marzo de 2007

La transfiguración de Jesús, narrada por San Lucas en el Evangelio de hoy, fue el tema de la meditación del Papa antes de rezar el Angelus con los peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro.

El evangelista escribe, dijo Benedicto XVI, que "Jesús subió al monte a orar con los apóstoles Pedro, Santiago y Juan y, "mientras oraba", ocurrió el luminoso misterio de su transfiguración". El Papa recordó además que en el relato, Moisés y Elías, aparecidos en ese momento, hablaban con Cristo "de su partida que habría tenido lugar en Jerusalén".

"Por lo tanto -explicó el Santo Padre-, Jesús escucha la Ley y los profetas que le hablan de su muerte y resurrección. En su diálogo íntimo con el Padre, no escapa de la historia, no huye de la misión para la que vino al mundo, aunque sabe que para alcanzar la gloria tendrá que pasar a través de la Cruz. Al contrario, Cristo se adentra en esta misión, adhiriendo con todo su ser a la voluntad del Padre, y nos enseña que la verdadera oración consiste en unir nuestra voluntad con la de Dios".

"Para un cristiano, rezar no es evadir la realidad y las responsabilidades que comporta sino asumirlas hasta el fondo -subrayó el Santo Padre-, confiando en el amor fiel e inagotable del Señor. Por eso, la prueba de la transfiguración es, paradójicamente, la agonía en Getsemaní", donde Jesús sentirá la "angustia mortal" de la pasión y "se confiará a la voluntad divina".

"En aquel momento, su oración será prenda de salvación para todos nosotros. Cristo suplicará al Padre celestial que le libere de la muerte y, como escribe el autor de la Carta a los Hebreos, será "escuchado por su piedad". La prueba de esta escucha es la resurrección".

El Papa recalcó que "la oración no es un accesorio, algo opcional, sino cuestión de vida o muerte. Sólo quien reza, es decir, quien se encomienda a Dios con amor filial, puede entrar en la vida eterna, que es Dios mismo".

Una vez rezado el Angelus, el Santo Padre dio las gracias a cuantos le habían acompañado "con la oración" durante la semana de Ejercicios Espirituales. "En este tiempo de Cuaresma -dijo- invito a todos a buscar el silencio y el recogimiento, para dejar más espacio a la oración y a la meditación de la Palabra de Dios".

  CONTEMPLAR AL CRUCIFICADO CON LOS OJOS DE LA FE Ciudad del Vaticano, 25 de febrero de 2007

Benedicto XVI dedicó la breve meditación que habitualmente precede el Angelus dominical a la Cuaresma, y recordó a los miles de peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro el tema de su mensaje cuaresmal de este año: "Mirarán al que traspasaron", una cita del Evangelio de San Juan, que a su vez se inspira en una profecía mesiánica de Zacarías.

"Entramos en el tiempo de Cuaresma -dijo el Papa- con la mirada fija en el costado de Jesús. (...) Solamente mirando a Jesús, muerto en la cruz por nosotros, se puede conocer y contemplar esta verdad fundamental: Dios es amor", y recordó que en la encíclica "Deus caritas est" escribió que "desde esa mirada, el cristiano encuentra la orientación de su vivir y de su amar".

"Contemplando con los ojos de la fe al Crucificado, podemos comprender a fondo qué es el pecado, qué trágica es su gravedad, y al mismo tiempo cuanto es inconmensurable la potencia del perdón y de la misericordia del Señor", subrayó el Santo Padre, exhortando a todos durante la Cuaresma a "no apartar el corazón de este misterio de profunda humanidad y de elevada espiritualidad" y a sentir que "al contemplar a Cristo, al mismo tiempo somos contemplados por Él".

"Aquel a quien nosotros mismos hemos traspasado con nuestras culpas no se cansa de derramar sobre el mundo un torrente inagotable de amor misericordioso. ¡Que la humanidad comprenda que sólo de esta fuente brota la energía espiritual indispensable para construir la paz y la felicidad que el ser humano busca sin descanso!".

Benedicto XVI concluyó recordando que hoy comienza la semana de ejercicios espirituales para la Curia romana, en la que participará él también. "Os pido -dijo- que me acompañéis con vuestra oración. Yo rezaré de buena gana por vosotros en el recogimiento del retiro, invocando la potencia divina sobre cada uno de vosotros, sobre vuestras familias y vuestras comunidades".

CUARESMA: TIEMPO PARA BUSCAR CON TESON A DIOS Ciudad del Vaticano, 21 de febrero de 2007

Benedicto XVI dedicó la catequesis de la audiencia general de los miércoles, celebrada en al Aula Pablo VI y a la que asistieron alrededor de 10.000 personas, a la Cuaresma.

"Hoy, Miércoles de Ceniza -dijo el Papa-, emprendemos el camino cuaresmal caracterizado por la escucha de la Palabra de Dios, la oración y la penitencia. Cuarenta días durante los cuales la liturgia nos ayudará a revivir las fases principales del misterio de la salvación".

Para los bautizados, la Cuaresma es un "nuevo catecumenado donde salimos al encuentro del bautismo para redescubrirlo y vivirlo en profundidad; (...) es una ocasión para volver a ser cristianos, mediante un proceso de cambio interior y de progreso en el conocimiento y el amor de Cristo".

"La conversión -explicó el Santo Padre- no se hace una vez por todas, es un proceso, (...) un itinerario (...) que no puede limitarse a un período particular, sino que debe abrazar toda la existencia".

"En esta óptica -prosiguió-, (...) la Cuaresma es el tiempo espiritual propicio para entrenarse y buscar con más tesón a Dios, abriendo el corazón a Cristo. Convertirse quiere decir buscar a Dios. (...). No es un esfuerzo para realizarse uno mismo; (...) la realización propia es demasiado poco, dado que tenemos un destino más alto. (...) La conversión consiste precisamente en no considerarse "creadores" de sí mismos para descubrir de este modo la verdad"

El Santo Padre se refirió después a su mensaje para la Cuaresma de este año, donde subraya "el amor inmenso de Dios por nosotros" e invita a todos los cristianos "como hicieron María y el discípulo amado, a estar al lado de Aquel que en la Cruz dio su vida por la humanidad".

"La Cruz es la revelación definitiva del amor y la misericordia de Dios, también para nosotros, los hombres y mujeres de nuestra época, a menudo distraídos por las preocupaciones y los intereses terrenales y pasajeros. Dios es amor y su amor es el secreto de nuestra felicidad. Para comprender este misterio no hay otro camino que el de perdernos, de entregarnos, el camino de la Cruz".

"Por eso, la liturgia cuaresmal nos invita (...) a rechazar el pecado y el mal y a vencer el egoísmo y la indiferencia. La oración, el ayuno y la penitencia, las obras de caridad con los hermanos, se transforman así en senderos espirituales que recorrer para volver a Dios".

Entre sus saludos al final de la audiencia, el Papa se dirigió a los obispos de la región italiana de Umbría, que esta semana realizan su visita "ad limina".

"La Iglesia -dijo el Santo Padre- tiene la perenne misión de difundir la luz de la verdad de Cristo que ilumina a las gentes, para que resplandezca en todos los ámbitos de la sociedad. Anunciando el mensaje evangélico, cada comunidad cristiana se pone al servicio del ser humano y del bien común. Conscientes de este mandato misionero, empujad cada vez más a los fieles confiados a vuestra atención pastoral a seguir esforzándose por llenar los espacios de la cultura actual con la linfa vital de la gracia divina. Se trata de una tarea no fácil, pero indispensable". 

         

MENSAJE PARA EL INICIO DE LA CUARESMA 

Ciudad del Vaticano, fechado el 21 de noviembre de 2006

"Mirarán al que traspasaron" (Jn 19,37). Éste es el tema bíblico que guía este año nuestra reflexión cuaresmal. La Cuaresma es un tiempo propicio para aprender a permanecer con María y Juan, el discípulo predilecto, junto a Aquel que en la Cruz consuma el sacrificio de su vida para toda la humanidad. Por tanto, con una atención más viva, dirijamos nuestra mirada, en este tiempo de penitencia y de oración, a Cristo crucificado que, muriendo en el Calvario, nos ha revelado plenamente el amor de Dios. En la Encíclica "Deus caritas est" he tratado con detenimiento el tema del amor, destacando sus dos formas fundamentales: el agapé y el eros.  

 "El término agapé, que aparece muchas veces en el Nuevo Testamento, indica el amor oblativo de quien busca exclusivamente el bien del otro; la palabra eros denota, en cambio, el amor de quien desea poseer lo que le falta y anhela la unión con el amado. El amor con el que Dios nos envuelve es sin duda agapé. En efecto, ¿acaso puede el hombre dar a Dios algo bueno que Él no posea ya? Todo lo que la criatura humana es y tiene es don divino: por tanto, es la criatura la que tiene necesidad de Dios en todo. Pero el amor de Dios es también eros. 

En el Antiguo Testamento el Creador del universo muestra hacia el pueblo que ha elegido una predilección que trasciende toda motivación humana. El profeta Oseas expresa esta pasión divina con imágenes audaces como la del amor de un hombre por una mujer adúltera; Ezequiel, por su parte, hablando de la relación de Dios con el pueblo de Israel, no tiene miedo de usar un lenguaje ardiente y apasionado. Estos textos bíblicos indican que el eros forma parte del corazón de Dios: el Todopoderoso espera el "sí"de sus criaturas como un joven esposo el de su esposa. Desgraciadamente, desde sus orígenes la humanidad, seducida por las mentiras del Maligno, se ha cerrado al amor de Dios, con la ilusión de una autosuficiencia que es imposible. 

Replegándose en sí mismo, Adán se alejó de la fuente de la vida que es Dios mismo, y se convirtió en el primero de "los que, por temor a la muerte, estaban de por vida sometidos a esclavitud". Dios, sin embargo, no se dio por vencido, es más, el "no" del hombre fue como el empujón decisivo que le indujo a manifestar su amor en toda su fuerza redentora.

"En el misterio de la Cruz se revela enteramente el poder irrefrenable de la misericordia del Padre celeste. Para reconquistar el amor de su criatura, Él aceptó pagar un precio muy alto: la sangre de su Hijo Unigénito. La muerte, que para el primer Adán era signo extremo de soledad y de impotencia, se transformó de este modo en el acto supremo de amor y de libertad del nuevo Adán. Bien podemos entonces afirmar, con san Máximo el Confesor, que Cristo "murió, si así puede decirse, divinamente, porque murió libremente". En la Cruz se manifiesta el eros de Dios por nosotros. Efectivamente, eroses -como expresa Pseudo-Dionisio Areopagita- esa fuerza "que hace que los amantes no lo sean de sí mismos, sino de aquellos a los que aman". ¿Qué mayor "eros loco" que el que trajo el Hijo de Dios al unirse a nosotros hasta tal punto que sufrió las consecuencias de nuestros delitos como si fueran propias?". 

 "Queridos hermanos y hermanas, ¡miremos a Cristo traspasado en la Cruz! Él es la revelación más impresionante del amor de Dios, un amor en el que eros y agapé, lejos de contraponerse, se iluminan mutuamente. En la Cruz Dios mismo mendiga el amor de su criatura: Él tiene sed del amor de cada uno de nosotros. El apóstol Tomás reconoció a Jesús como "Señor y Dios" cuando puso la mano en la herida de su costado. 

No es de extrañar que, entre los santos, muchos hayan encontrado en el Corazón de Jesús la expresión más conmovedora de este misterio de amor. Se podría incluso decir que la revelación del eros de Dios hacia el hombre es, en realidad, la expresión suprema de su agapé. En verdad, sólo el amor en el que se unen el don gratuito de uno mismo y el deseo apasionado de reciprocidad infunde un gozo tan intenso que convierte en leves incluso los sacrificios más duros. Jesús dijo: "Yo cuando sea elevado de la tierra, atraeré a todos hacia mí". La respuesta que el Señor desea ardientemente de nosotros es ante todo que aceptemos su amor y nos dejemos atraer por Él. Aceptar su amor, sin embargo, no es suficiente. Hay que corresponder a ese amor y luego comprometerse a comunicarlo a los demás: Cristo "me atrae hacia sí" para unirse a mí, para que aprenda a amar a los hermanos con su mismo amor. 

"Mirarán al que traspasaron". ¡Miremos con confianza el costado traspasado de Jesús, del que salió "sangre y agua"! Los Padres de la Iglesia consideraron estos elementos como símbolos de los sacramentos del Bautismo y de la Eucaristía. Con el agua del Bautismo, gracias a la acción del Espíritu Santo, se nos revela la intimidad del amor trinitario. En el camino cuaresmal, haciendo memoria de nuestro Bautismo, se nos exhorta a salir de nosotros mismos para abrirnos, con un confiado abandono, al abrazo misericordioso del Padre. 

La sangre, símbolo del amor del Buen Pastor, llega a nosotros especialmente en el misterio eucarístico: "La Eucaristía nos adentra en el acto oblativo de Jesús... nos implicamos en la dinámica de su entrega". Vivamos, pues, la Cuaresma como un tiempo "eucarístico", en el que, aceptando el amor de Jesús, aprendamos a difundirlo a nuestro alrededor con cada gesto y palabra. De ese modo contemplar "al que traspasaron" nos llevará a abrir el corazón a los demás reconociendo las heridas infligidas a la dignidad del ser humano; nos llevará, particularmente, a luchar contra toda forma de desprecio de la vida y de explotación de la persona y a aliviar los dramas de la soledad y del abandono de muchas personas. 

Que la Cuaresma sea para todos los cristianos una experiencia renovada del amor de Dios que se nos ha dado en Cristo, amor que por nuestra parte cada día debemos "volver a dar" al prójimo, especialmente al que sufre y al necesitado. Sólo así podremos participar plenamente de la alegría de la Pascua. 

Que María, la Madre del Amor Hermoso, nos guíe en este itinerario cuaresmal, camino de auténtica conversión al amor de Cristo. A vosotros, queridos hermanos y hermanas, os deseo un provechoso camino cuaresmal y, con afecto, os envío a todos una especial Bendición Apostólica".

Vatican Information Service