«Rezo cada día por los etarras que mataron a nuestro padre»

José Araluce relató en el Colegio Mayor Arosa cómo cambió la vida de su familia tras el asesinato.

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"Rezo cada día por las personas que mataron a nuestro padre". Son palabras de José Araluce Latamendía, sacerdote, quien ayer quiso compartir su testimonio con las universitarias que residen en el Colegio Mayor Arosa.

Es una historia impactante, la de un hijo que vio cómo el 4 de octubre de 1976 le arrebataron a una de las personas más importantes de su vida. ETA acribilló a tiros a su padre, a su chófer y a los tres escoltas que lo protegían justo en la puerta de casa, en San Sebastián. Juan María Araluce Villar, notario, era en aquel entonces presidente de la Diputación de Guipúzcoa y procurador en las Cortes Generales.

"Él llegaba a casa para almorzar cuando nosotros escuchamos los tiros desde la vivienda. Bajé de inmediato con algunos de mis hermanos y nos encontramos con lo que había sucedido. Mi padre aún estaba vivo dentro del coche, nos miramos y él me sonrió. Luego mi hermano subió al vehículo, con el chófer dentro, que había muerto en el tiroteo, y se lo llevó al hospital. Murió en el quirófano", explica José en conversaciones con EL CORREO, a la vez que comenta que "aquella sonrisa que me brindó mi padre cambió mi vida, fue cómo expresó que perdonaba a las personas que habían hecho aquello".

Los terroristas, que eran tres, lo estaban esperando en una marquesina de autobuses cercana al portal del edificio. Cuando llegó la comitiva, formada por dos turismos oficiales, sacaron sus metralletas y vaciaron los cargadores. En el lugar de los hechos se encontraron unos cien casquillos. "El conductor tenía 25 años y se iba a casar; uno de los policías, de 24, lo había hecho hacía 15 días", recuerda José, que en aquel momento tenía 17 años y cursaba COU en el instituto. Juan María Araluce, de 59, dejaba esposa y nueve hijos.

Destaca que la reacción de su familia ante el asesinato estuvo muy alejada del odio y el rencor. "Mi madre y mis hermanos manifestamos que perdonábamos de corazón a los autores del atentado", señala, antes de apuntar que todavía hoy no sabe si algún terrorista fue juzgado por este crimen. "Creo que no, pero la verdad es que tampoco lo he seguido muy de cerca".

Pero lo peor estaba por llegar. A pesar de que la familia había declarado su perdón, comenzó a sufrir "una persecución" por parte de aquellos que apoyaban a la banda terrorista. "Mis hermanas se encontraban en el colegio con amenazas e insultos en la pizarra de la clase; la familia quedó marcada por esto y sufría un acoso que obligó a mi madre a tomar la decisión de abandonar el País Vasco: nos fuimos a Madrid".

Por otro lado, la pérdida de Juan María Araluce, que era notario de profesión y gozaba de una buena posición económica, también supuso a sus seres queridos serias dificultades. "Tuvimos que vivir como pudimos", asegura su hijo José, mientras detalla que residieron en un piso que les ofreció el programa de atención a víctimas del terrorismo. "Todavía así, el balance es positivo: tenemos el honor y la gloria de haber pasado por una circunstancia que nos ha hecho mejores a todos".

A raíz de lo sucedido, José sintió la llamada de Dios. "Estudié Biología y luego Teología en Roma. Me ordené en España y soy sacerdote del Opus Dei", declara. Desde 1988 reside en Galicia. Primero en Santiago y actualmente en Pontevedra. Confiesa que no va con frecuencia al País Vasco, la tierra de su padre y donde también le quitaron la vida; y que la familia tampoco lo hace.

Ayer regresó a Compostela para contar su experiencia. No es una ciudad nueva para él y también le trae recuerdos de su etapa en San Sebastián, cuando vivía en medio de un ambiente hostil. "Recuerdo unas navidades que vinimos corriendo toda la familia a celebrarlas en Santiago. Mi padre nos puso como excusa que lo hacíamos para pasarlas con mi hermana, que estudiaba aquí en la Universidad, pero en realidad era por lo que allí se estaba viviendo: en las calles había mucha tensión y manifestaciones violentas. Él nunca quiso alertarnos", concluye.

Arturo Reboyras

El Correo Gallego