El Opus Dei: un camino para ser feliz

Juan Luis Selma, sacerdote, escribe en el Diario de Cádiz con motivo del 90 aniversario de la fundación del Opus Dei.

Diario de Cádiz Un camino para ser feliz

Hoy, 2 de octubre de 2018, es el noventa aniversario de la fundación del Opus Dei. Que es un mensaje, una luz que Dios dio a un sacerdote de 28 años, san Josemaría, que nos dice que podemos ser felices si descubrimos a Dios en nuestra vida diaria. Algo sencillo, bonito, pero que nos cuesta percibir. Un camino de santidad, de felicidad para todos. Descubrir la cercanía de un Dios que me ama, que está interesado por mis cosas, que lo tiene todo previsto para que sea feliz, que saca bien incluso del mal.

Verle en mi trabajo y en mi familia viviendo entregado a ambos. En estos dos ambientes nos realizamos, abarcan todos nuestros intereses. Si logro vivirlos en plenitud mi vida adquiere sentido y, en ellos encuentro al Dios escondido y cercano y hacer felices a los demás. Mensaje destinado a todos y que lo abarca todo. Esta es una obra de Dios, trabajo de Dios: Opus Dei.

Pienso que la ocasión merece una reflexión y que lo que mejor puedo hacer es dar mi pequeño testimonio. Estaba saliendo de mi turbulenta adolescencia cuando conocí el Opus Dei, en unos ejercicios espirituales del Instituto. Allí me dejaron un libro y fui a devolverlo a un centro de la Obra, un piso pequeño y acogedor. Me lo enseñaron y me dijeron que podía ir por allí siempre que quisiera. No sé por qué, pero ese primer día pensé que eso era lo mío. Creo que porque encontré la alegría y cariño que me ayudaban a ser mejor.

Aprendí a tratar con confianza al Señor en una pequeña capilla en la que estabas a dos metros del sagrario, a rezar el rosario y a confesarme. A estudiar en serio y a querer mejor a los demás. Me enseñaron a descubrir a Dios en las cosas bien hechas y eso me llenó de alegría y de paz. Me sentí libre.

También escuchaba muchas tonterías sobre la Obra, pero no me inquietaban mucho, que, si era para ricos, para selectos… yo llevaba trabajando varios años los veranos para pagar la matrícula del instituto y durante el curso dando clases particulares. Mis padres, estupendos, tenían que trabajar los dos para sacar a los seis hermanos adelante. Muy ricos no éramos, tampoco de apellidos ilustres. Pero a mis padres les debo mi vocación y estoy orgulloso de ellos y de mi familia. Me dieron amor, me enseñaron a trabajar bien y a preocuparme de los demás. También a ser cristiano, sólo que yo no acababa de ver a Dios a mi lado.

A los 17 años pedí la admisión en la Obra libre y gustosamente. Nunca me llamarón por teléfono, ni fueron a buscarme a mi casa. Yo solía ir a estudiar y a formarme al centro, salía con los amigos y pasaba tiempo con mi familia. Estudié en la Universidad y seguí con algunos trabajillos para ayudar a costear los gastos, y al terminar la carrera marché a Roma para hacer los estudios eclesiásticos.

A los 18 años conocí a san Josemaría, después al beato Álvaro del Portillo y también a san Juan Pablo II. Vi que la santidad es posible. Me ordené sacerdote, y soy feliz. He conocido gente estupenda, creo que nadie perfecto, pero si buena gente. He aprendido muchas cosas de ellos, he hecho muchísimos amigos. Me siento querido y la única pena es que creo que doy menos de lo que recibo. Hace unos días conviví con más de un centenar de chicos dispuestos a entregar sus vidas a los demás por amor a Dios. Esto a los 50 años del famoso mayo. Un milagro.

Soy optimista ante el futuro. Soy consciente de mis pecados y de los de los hombres, mis hermanos. Pero con san Juan puedo decir: "Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él" (1 Jn 4,16), y con san Pablo: "porque sé de quién me he fiado" (2 Tim 1, 12). Los cristianos podemos hacer nuestro el mensaje de Monseñor Ocáriz:" Nos puede ayudar recordar que la Iglesia no es sólo el conjunto de los hombres y mujeres que a ella nos hemos incorporado sino, sobre todo, como explicaba san Josemaría, es "Cristo presente entre nosotros; Dios que viene hacia la humanidad para salvarla, llamándonos con su revelación, santificándonos con su gracia, sosteniéndonos con su ayuda constante, en los pequeños y en los grandes combates de la vida diaria" (Es Cristo que pasa, n. 131).

Dios nos cuida, es un tiempo de gracia. Podemos terminar con otras palabras del Prelado: "Estamos ya muy cerca del 90º aniversario del día en que el Señor hizo ver la Obra a san Josemaría. Para prepararnos, busquemos redescubrir, con nueva profundidad y deseos de conversión, la fuerza de la llamada personal que Dios nos dirige".