Removidos por su sonrisa abierta y su consejo positivo

Obituario de D. José María Martínez Doral, publicado por Javier Pereda en el Ideal de Jaén.

Ideal de Jaén Elegancia

He tenido la inmensa fortuna –como muchos otros– de convivir durante dos décadas con don José María Martínez Doral (Gerona, 1929). Este admirable sacerdote, de ascendencia aragonesa y jienense de adopción (aquí residió desde 1992), nos ha dejado el ejemplo de cómo «combatir el buen combate» (2 Tim 4,7). Su orientación profesional se decantó por el estudio del Derecho (1947-1952) en la Universidad de Zaragoza, obteniendo las más altas calificaciones. Preparó las oposiciones de letrado del Consejo de Estado y, después de aprobar el primer ejercicio, declinó continuar. Reorientó su dedicación al estudio de la Filosofía y la Teología; y a sus 25 años fue ordenado sacerdote. Compaginó el ministerio sacerdotal con la actividad académica en los comienzos de la Universidad de Navarra como profesor de Filosofía del Derecho.

Su simpatía arrolladora, la elegancia –por dentro y por fuera– y el gran atractivo en la comunicación hacía que sus clases estuvieran siempre abarrotadas. Por diferencias entre corrientes doctrinales no obtuvo la cátedra. La brillantez de sus ideas le llevó a recorrer el mundo entero pronunciando conferencias: desde Japón a América del Sur, Estados Unidos, Canadá, Europa y los Países del Este, incluida Rusia, donde vaticinaría la caída del Muro de Berlín. Era llamativa su facilidad para aprender idiomas: podría haber mantenido conversaciones con Shakespeare, con Molière, con Dante y, por supuesto, con Cicerón; llegó a estudiar el de Tolstoi y el de Matsuo Bashō; leía a diario el Ideal de Jaén y en cierta ocasión me corrigió una cita en la lengua de Goethe.

Solía leer unos cien libros al año. Su extraordinaria cultura –algunos le encontraban parecido con el cardenal Joseph Ratzinger– la puso siempre al servicio de la evangelización, mostrando la verdad y la belleza de la fe católica. Gran aficionado a la música clásica, tarareaba con frecuencia melodías de Mozart, de Bach,... Sus conferencias, retiros espirituales y meditaciones pivotaban sobre el Evangelio y la centralidad de la Persona de Jesucristo. Su trato con los demás era de una delicadeza asombrosa; ante las incomprensiones, nunca se quejaba.

En una de las ocasiones que coincidió con san Josemaría Escrivá le manifestó que estaba orgulloso de la inteligencia de ese hijo suyo y que daba muchas gracias a Dios. Por el paisanaje aragonés le pedía que le bailara y cantara una jota. De él aprendió una expresión que luego escucharía en una de sus más célebres homilías, pronunciada en 1967 en el Campus de la Universidad de Navarra: «Hacer endecasílabos de la prosa de cada día». Don José María supo convertir la prosa de la vida diaria en poesía de verso mayor de amor a Dios y a los demás.

¿Qué atractivo tenía este sacerdote que se ganaba el corazón y la inteligencia de quienes le trataban? Con un endecasílabo de Lope de Vega podría preguntarse su corazón sacerdotal: «¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?». Que contesten los padres, profesores y alumnos del Colegio Altocastillo de Jaén, donde estuvo diez años y quedaban removidos por su sonrisa abierta y su consejo positivo y animante; que respondan todos aquellos que se confesaban con él. Se me quedó grabado –conocía a los clásicos– un sabio consejo socrático que me regaló: «Es peor cometer una injusticia que padecerla». A quienes hemos tenido la suerte de poder cuidarlo –especial agradecimiento mostraba con sus hermanas de la Obra– ya nos lo está pagando con creces.

El año pasado lo conoció una familia con siete hijos; este fue el testimonio de Inés, una estudiante de ‘Philosophy, Politics and Economics’ de la misma Universidad en la que había sido profesor don José María: «Le gustaba mucho la música y cantamos villancicos uno tras otro, saboreando el turrón; él disfrutaba como un niño dando palmas sin parar y aplaudiendo tras cada canción. En el poco tiempo que pasamos con él, estábamos todos sorprendidos. ¿Cómo era posible que, en un cuerpo tan frágil y debilitado por el paso de los años, cupiese tanta fuerza, ternura, sencillez, alegría, paz y amabilidad? Nos dimos cuenta de que aquel no era un ancianito cualquiera. Tenía algo especial. Fuimos conscientes de que conocimos a un santo»

Don José María ha hecho realidad: «Que tu vida no sea una vida estéril…» (Camino, 1). El sábado pasado, con su abogada ‘La Pilarica’, le examinaron –como diría el místico castellano– de amor. Y la calificación ha sido –’Gaudeamus igitur– unánime y por aclamación: ‘Summa cum laude’.