No me olvides

Rafael Izquierdo, Presidente de Desarrollo y Asistencia (DA), evoca algunos sucesos de su vida

Mi padre

Supongo que le pasará a muchos al llegar a estas edades: miras hacia atrás y al contemplar el paisaje de tu vida, juzgas los hechos de otra manera: hay sucesos que antes te parecían muy importantes y ahora te parecen simples anécdotas; y al revés. Hay figuras que se empequeñecen y otras que se agigantan… 

Por ejemplo, la figura de mi padre. Cada vez que pienso en él –era el hijo mayor de una familia modesta, a la que tuvo que sacar adelante con mucho sacrificio- me doy cuenta de la importancia decisiva que ha tenido en mi existencia, tanto en lo humano como en lo sobrenatural.

Murió muy joven, en 1953, casi veinte años antes de que yo descubriera mi vocación. Pero estoy seguro de que le debo casi el cien por cien de mi vocación, porque me dejó un ejemplo inolvidable de hombre cabal: le recuerdo, por ejemplo, en medio de un trabajo profesional intenso –era un alto funcionario de Hacienda-, yendo a Misa casi todos los días del año… Eso nunca se me olvidará.

Era poco hablador; pero con su vida, con su trabajo, con sus hechos, me dijo muchísimo más que lo que podía haberme dicho de palabra. Por eso, cuando hablo con matrimonios jóvenes siempre les pregunto: “Sí, ya sé que hablas con tus hijos, pero… ¿qué ejemplos les das?”

El ingreso en Caminos

Su gran ilusión era que yo estudiara Ingeniería de Caminos, una carrera bastante difícil en aquella época, a comienzos de los cincuenta, cuando el tiempo medio habitual para ingresar en la Escuela –sólo para ingresar- era de cuatro años.

"Cuando hablo con matrimonios jóvenes siempre les pregunto: “Sí, ya sé que hablas con tus hijos, pero… ¿qué ejemplos les das?”

Estuve preparando el Ingreso tres, cuatro, cinco años… y lo logré a la sexta. Fue un tiempo muy duro, que me marcó mucho. En vista de la situación, mientras preparaba el Ingreso, estudié Económicas.

Ingresé en Caminos, por fin, en 1958. Por esas fechas le detectaron un cáncer a mi padre, que falleció pocos meses después.

Dios sabe más

Me quedé desconcertado. Luego comprendí que Dios sabe más y que todo lo hace para nuestro bien. En Económicas conocí a la que hoy es mi mujer, con la que me casé en 1961, en cuarto de Caminos, en el único verano de mi vida en el que no tuve nada que estudiar.

Años antes, durante el bachillerato, me había planteado muchas veces mi vocación y le pedía luces a Dios para saber dónde me llamaba. Consultaba con unos y otros. Incluso fui a ver a un sacerdote muy bueno de Valencia, don Eladio España, a su despacho del Colegio del Patriarca; pero todo se quedó en agua de borrajas.

Allá por 1959 un compañero de la Escuela me llamó por teléfono, porque estaba enfermo de sarampión –sí, de sarampión-, con unas fiebres grandísimas, y entre unas cosas y otras, me habló de los medios de formación del Opus Dei. Mi respuesta y mi actitud se podrían resumir en esta expresión:

-Olvídame.

Estoy convencido de que este compañero debió rezar por mí, a pesar de mi respuesta, porque al cabo del tiempo vinieron los frutos.

Un curso de retiro

Durante mis primeros años de casado yo seguía buscando mi camino. Durante aquella época nacieron mis tres hijas y estuve participando en actividades de algunos grupos. Pero aquello no me llenaba. 

Hasta que en 1970 un cuñado me habló de un retiro espiritual que iba a tener lugar en el hotel Las Anclas, en Entrepeñas, dirigido por un sacerdote del Opus Dei.

-Olvídame –le contesté, rotundo, porque aunque no conocía la Obra, tenía prejuicios acerca de lo que allí me podía encontrar.

-Es un curso de retiro para ingenieros de Caminos –insistió mi cuñado- y lo predica un sacerdote que fue ingeniero de Caminos antes de ordenarse. Se llama don José Luis Múzquiz. Anda, anímate.

Fui a regañadientes, más que nada para contentar a mi cuñado, que estaba muy ilusionado con que yo asistiera, porque los dos éramos ingenieros de Caminos, iban a ir compañeros de la Escuela y todo eso. Y en contra de mis previsiones –porque yo me esperaba algo completamente diferente-, nada más terminar decidí formar parte del Opus Dei. Así son las cosas en esta vida. De nuevo, Dios sabe más.

A mi mujer, al principio, aunque respetaba la Obra, mi decisión de entrega en este camino de la Iglesia no le gustó ni mucho ni poco: más bien absolutamente nada; hasta que con el paso de los años -para confirmar una vez más las paradojas de la vida y las vueltas que da nuestra existencia- acabó pidiendo la admisión en el Opus Dei como supernumeraria.

¿Qué voy a hacer cuando me jubile?

Y siguieron pasando los años. Trabajé primero en el Ministerio de Obras Públicas, luego en RENFE y por fin, me dediqué a la docencia universitaria al mismo tiempo que trabajaba en una Consultora. En 1977 saqué la cátedra de Transportes en Santander y en 1980 me vine a Madrid, a la Escuela de Caminos, donde di clases hasta 2004, año en que me jubilé.

Estaba bastante preocupado con mi jubilación. ¿Ahora qué voy a hacer?, me preguntaba muchas veces, porque había visto que algunos de mis compañeros se habían hundido al dejar de trabajar. Pensaba en la jubilación como un periodo de inactividad, de excesivo tiempo libre, de aburrimiento… 

Y la Providencia de Dios me ha dado, de nuevo, una media verónica sorprendente, por decirlo en el argot taurino: porque desde que me jubilé tengo la sensación de que los tiempos se han acelerado y se han vuelto más apasionantes que nunca.

Desarrollo y Asistencia: siguiendo los pasos de San Josemaría

Esto se lo debo a Desarrollo y Asistencia, una ONG de Madrid que nació en 1995, inspirada en las enseñanzas de San Josemaría, y de la que soy Presidente desde hace dos años. ¡Y yo que le temía al aburrimiento de la jubilación! 

Ahora, entre mis obligaciones familiares y mi dedicación a esta ONG no tengo tiempo ni para pensar en aburrirme. Estamos impulsando programas de todo tipo: con enfermos, con marginados, con mayores –en domicilio o en residencias-, con discapacitados…

Me alienta el hecho de que Desarrollo y Asistencia (DA) trabaje en Madrid, donde San Josemaría consumió tantos años de su juventud atendiendo a pobres de las barriadas más extremas y enfermos de los hospitales, muchos de ellos desahuciados y abandonados de todos; y le pido que nos bendiga desde el Cielo.

Yo me ocupo especialmente de la promoción y formación de los voluntarios, que son personas de todas las edades, profesiones y condiciones sociales, que dedican parte de su tiempo a acompañar a los enfermos en sus domicilios o en los hospitales. Muchos de estos enfermos tienen problemas de soledad, de discapacidad o de marginación: son personas abandonadas y sin recursos o de los llamados "sin techo"…

Es un trabajo intenso, porque hay que formar bien a los voluntarios para que lleven a cabo con eficacia su trabajo solidario. Organizamos cursos de formación, clases, conferencias, etc. En estas tareas, la buena voluntad no basta: es necesario aprender. En estos momentos estoy poniendo en marcha un programa que me hace especial ilusión: se trata de un convenio de colaboración para que los voluntarios de la Escuela de Ingenieros que lo deseen puedan atender a aquellos ingenieros que se encuentren, por enfermedad, en situación de dependencia.

Afortunadamente la respuesta de los madrileños ha sido -y sigue siendo- muy generosa. Gracias a Dios, han sido muy pocos los que me han dicho:

-Olvídame.

Además yo sé, por experiencia, que esta respuesta es siempre una respuesta provisional.