Los santos de «la puerta de al lado»

En 2004, a Carlos Eduardo le dispararon en la espalda. Perdió el trabajo y perdió las ganas de vivir. Pero la fe entró en su casa gracias a uno de sus hijos. Una historia de esperanza.

En la exhortación apostólica "Gaudete et Exsultate", el Papa habla de "los santos de la puerta de al lado", de aquellos que luchan con "constancia para seguir adelante día a día". La historia de Carlos es un ejemplo.

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Me llamo Carlos Eduardo Casas González, y vivo en Bogotá. El 20 de abril del 2004 cambió mi vida laboral y social.

En aquel entonces, trabajaba como conductor de bus, y esa mañana al salir del almacén donde compré un repuesto para el vehículo, fui asaltado y recibí un disparo en la espalda. Caí boca abajo y, mientras en mi pensamiento trataba de entender lo ocurrido, recé y pedí a la Virgen de la Salud de Bojacá.

Después del accidente sentí ganas de desaparecer, suicidarme, ya que me sentía un estorbo

Después del accidente, sentí ganas de desaparecer y suicidarme, ya que me sentía un estorbo para mi familia. Mis hijos estaban terminando el bachillerato y mi esposa se encargaba del hogar… Inicialmente, obtuve ayuda de mis hermanos, pero tras unos meses, tuve que buscar cómo sostener a mi familia.

Con algunos ahorros, préstamos y ayudas, probamos varias alternativas: abrí un negocio, trabajé en unos almacenes... Pero las lesiones no me daban muchas opciones. Que los hijos terminaran el colegio era nuestra prioridad y por eso, con mucho esfuerzo, los mantuvimos estudiando.

Oí hablar de san Josemaría

Un día, mi hijo mayor me dijo que quería asistir a clases extraescolares de sistemas, matemáticas y deporte en el Centro Cultural y deportivo Monteverde, una iniciativa dirigida a chicos sin muchos recursos e impulsada por personas del Opus Dei.

Le pregunté: “¿Cuánto vale?”; “Diez mil pesos mensuales”, me dijo. Sólo pensé: “¿Por qué tan barato? ¡Es una ganga!”. Y acepté. Luego asistí muchas veces a Monteverde para conocer a quiénes ayudaban a mi hijo.

El domingo, por ejemplo, volví a asistir a misa y decidí que ese día no trabajaría

Enseguida, sentimos el trato familiar de esas personas, que no tenían más recompensa que ver felices y ocupados en tareas nobles a nuestros hijos. En las charlas y debates en los que participaban profesionales como médicos, abogados, administradores de empresas, ingenieros, etcétera, los niños eran integrados y respetados como personas; eso me hacía sentir tranquilo.

Y así, por contagio, yo también aprendí a ver el futuro con fe y esperanza. El domingo, por ejemplo, volví a asistir a misa y decidí que ese día no trabajaría. Aunque ganase menos dinero, necesitaba descansar, estar con mi familia y dedicar más tiempo a Dios.

En Monteverde conocí a san Josemaría Escrivá gracias a unos vídeos que muestran su predicación. Ahí entendí que la vida normal se puede santificar, y también la enfermedad.

Una clase de formación cristiana en el Centro Monteverde (Bogotá, Colombia).

Todos en la familia, cada uno a su modo, comenzamos a frecuentar la formación cristiana que ofrece el Opus Dei. Una de mis hijas descubrió su vocación y hoy pertenece a la Obra. Ahora, procuramos rezar el rosario en familia, y es algo que nos une mucho.

Dios nos ha ayudado a salir adelante. La fe ha sido una ayuda en momentos de dificultad. Veo mucha gente en silla de ruedas, que no tiene ni la fuerza ni la voluntad ni la ayuda familiar para salir adelante. Rezo por ellos y procuro ayudarles en la medida de mis posibilidades. Y agradezco a Dios porque ha sido bueno conmigo.

Desde aquel asalto criminal, Dios es uno más en la familia

Desde aquel asalto criminal y el contacto de mi hijo con Monteverde, Dios es uno más en la familia. Poco a poco, hemos salido adelante. De nuestros cuatro muchachos tres ya son profesionales y otro está en la universidad: es una bendición.

Ahora, trato de llevar la vida con calma y atender a mi familia cocinando y velando por las labores cotidianas. Ayudo a quien me solicita en lo que puedo, porque aunque puedo caminar, lo hago con una notoria limitación. Cada momento de mi existencia siento la presencia de san Josemaría que me dice: "¡Vale la pena!"