La Roma de los Andes

El Colegio Mayor Moncloa organiza campos de trabajo internacionales en verano desde hace veinticinco años. Uno de ellos en Juli, junto al lago Titicaca, en el altiplano peruano.

Todo empezó meses atrás, cuando el obispo de la Prelatura territorial de Juli, estuvo en una tertulia-coloquio con los estudiantes del Colegio Mayor Moncloa . Le había invitado Adolfo, Catedrático de proyectos de la Escuela Superior de Ingenieros Agrónomos. Adolfo promueve varios proyectos de cooperación desde hace años en Perú, donde colabora con las autoridades públicas en la implantación de algunos métodos de desarrollo social en el ámbito rural. Animado por algunos profesores de Perú hizo una visita al obispo en Juli, y descubrió un terreno óptimo para ampliar los proyectos de cooperación que ha puesto en marcha en ese país.

Aunque ya nos rondaba la cabeza la idea de organizar un campo de trabajo en colaboración con alguno de los proyectos de Adolfo, la visita del obispo fue decisiva para que termináramos de decidirnos, al ver también la buena reacción de los residentes en la tertulia que tuvimos con el Obispo de Juli, en la que explicó su trabajo y las acuciantes necesidades de la población.

Al llegar a Lima pudimos dedicar dos días a conocer las iglesias limeñas, y visitar varias zonas desfavorecidas del extrarradio de la capital y algunas iniciativas de desarrollo social de las que aprendimos mucho. Por la tarde íbamos a Tradiciones, una residencia universitaria de Lima. En estas actividades participó Roberto, que vivió dos años en Moncloa mientras realizaba un curso de especialización. Nos contó la historia de la Prelatura de Yauyos y la labor que se hace en Cañete, donde él trabaja.

Al llegar a Juli, los primeros días fueron de aceleración progresiva, para adaptarnos a la altura -4.000 metros sobre el nivel del mar- y a las demás condiciones climatológicas (frío intenso por las noches, sol agresivo por el día…). Algunos sufrieron el sorochi (mal de altura). Nos alojamos en el Instituto de Educación Rural (IER), una escuela a las afueras de Juli. Poco a poco conocimos a los aymara , y la ciudad de Juli. Esta población hoy olvidada es conocida como “la Roma de los Andes” por las cuatro grandes iglesias que tuvo y los sorprendentes tesoros artísticos que conserva, de la época en que era un importante centro misionero. Los aymaras son conocidos como gente aguerrida, de gran corazón y lealtad.

Para el trabajo, los voluntarios se dividían en grupos y alternaban entre las tareas de construcción (diversas labores de reparación y acondicionamiento en la Escuela de Alternancia y en el IER), y las clases de catequesis a niños en algunas escuelas de las comunidades, dispersas por el valle. Hacia el final tuvimos unos días especialmente duros en el acondicionamiento de la carretera de acceso al IER, bajo la dirección de Quique, que estudia Obras Públicas pero ya tiene experiencia profesional en este ámbito. Además, rotábamos en el cumplimiento de diversos encargos de orden y limpieza.

Realmente las condiciones eran un poco duras, y aunque estábamos bien atendidos, no había ninguna comodidad y el frío apretaba, sobre todo a la hora de la ducha. Todos destacan, pasados los meses, cómo al estar en contacto cercano con la pobreza, la marginación y la falta de cultura, han cambiado su modo de valorar su vida y las cosas que usan. Además, se entienden los factores que contribuyen al desarrollo de los pueblos, y la capital importancia de las virtudes humanas y la educación.

El reto que desde el principio nos planteamos era cómo concretar para la vida ordinaria -con compromisos y decisiones concretas- todo aquello que estábamos viendo, para evitar que se quedara en una simple experiencia aislada.

Durante el campo de trabajo tuvimos la ayuda constante de Xavier, un ingeniero peruano que dirige el proyecto de Adolfo en Juli. También era permanente la atención del P. Clemente, que procede de Yauyos y la ayuda del obispo.

Quizá lo más impresionante y formativo del campo de trabajo fue la posibilidad de ver de cerca el trabajo del obispo y los sacerdotes que le ayudan. En primer lugar para valorar el papel de la Iglesia en los países o zonas subdesarrollados: la necesidad que tiene el pueblo de la doctrina y los sacramentos; el papel articulador de la sociedad que desempeña la enseñanza de la Iglesia sobre la familia, la dignidad de la persona y el trabajo; los falsos atajos de los planteamientos secularizados de la misión de la Iglesia, etc.

En las tertulias con D. Jose María y el P. Clemente aprendimos mucho. Allí salían a relucir constantemente las enseñanzas de San Josemaría, y todo lo que aprendieron de D. Ignacio Orbegozo y los demás sacerdotes que fueron a Yauyos enviados por san Josemaría. D. José María hablaba emocionado de la experiencia de fraternidad y sentido de familia que les enseñó a vivir D. Ignacio, y que tanto tuvo que ver en el descubrimiento de su vocación. A todos nos llamó mucho la atención el ejemplo de fe sencilla y fuerte en la Eucaristía que desde pequeños aprendieron de aquellos sacerdotes, y que llevaba a D. José María –cuando apenas tenía diez años- a viajar a pie horas y horas para asistir a la Misa dominical, con los zapatos a cuestas, para poder entrar en la iglesia con el calzado limpio. Aquellas historias de heroísmo callado y cotidiano nos ayudaron a sacar algunas conclusiones personales a propósito del lema episcopal de D. Ignacio: “ Per aspera, ad astra ”.