La ilusión de acompañar a personas encarceladas

Entrar en la cárcel es una sensación dura. Traspasar los controles policiales y acceder a los módulos es algo que sólo había visto en películas. Una vez dentro del espacio donde viven los presos ya no hay funcionarios ni policías. Estamos junto a ellos. A su lado. Ahí dejan de ser internos para comenzar a ser Paco, Antonio, Pepe, Carlos…

Un pequeño grupo de universitarios de Granada llevamos cinco meses acudiendo como voluntarios al Centro Penitenciario de Albolote, junto a Granada. Con los internos que lo desean mantenemos conversaciones, les escuchamos y procuramos que se sientan queridos.

Esta iniciativa partió de la sugerencia de un sacerdote del Opus Dei que conoce al capellán de la cárcel, el Padre Sorín. Este nos facilitó las gestiones administrativas con el Ministerio del Interior. Así conseguimos las acreditaciones de voluntarios.

De todas las personas y realidades de la Iglesia que trabajan en esta cárcel, hemos sido los últimos en llegar. Colaboramos con la labor de la Pastoral Penitenciaria que desarrolla la diócesis.

De todas las personas y realidades de la Iglesia que trabajan en esta cárcel, hemos sido los últimos en llegar. Colaboramos con la labor de la Pastoral Penitenciaria que desarrolla la diócesis

Nuestra tarea inicial está siendo ayudar a quienes tienen verdadera experiencia en esta importante tarea y aprender de ellos: muchos voluntarios anónimos que no desean revelar su nombre. Personas que desarrollan una labor callada y eficacísima. Desde el primer día vimos con cuánto cariño y dedicación atienden a los hombres y mujeres que cumplen condena en ese lugar. De ellos aprendemos cómo tratar a esas personas: a ayudarles.

Víctor y Pablo junto a la cárcel.

Además notamos el respeto y cariño de los funcionarios de prisiones. Personas muy cercanas. Curiosamente, ocasionalmente, nos han confundido con algunos reclusos... y así hemos podido constatar, palpablemente, el respeto que también sienten hacia ellos.

Hace poco hablaba sobre nuestra tarea con una religiosa trinitaria que lleva algunos años colaborando con la Pastoral Penitenciaria de Granada. Me respondió con una sonrisa que, aunque parezca poco lo que hacemos, Dios se encarga de hacerlo grande. Esa es nuestra esperanza.

Ocasionalmente nos han confundido con algunos reclusos... y así hemos podido constatar, palpablemente, el respeto que también sienten hacia ellos

Hace unos días, el vicario general de la diócesis administró la Confirmación a un grupo de internos. Al finalizar la ceremonia nos recordó a los voluntarios, que en este lugar hay una presencia muy fuerte de Dios. Y eso es lo que nos tiene ilusionados cada sábado a las nueve de la mañana cuando la furgoneta sale hacia el centro penitenciario. Un lugar donde, sobre todo, nos encontramos con Dios… le tocamos, le abrazamos… Y nos abraza. Sin duda, nos inspiran esas palabras de Cristo: “estuve preso y vinisteis a verme”.

Siempre se recibe más en una labor solidaria de lo que se da. En la pastoral penitenciaria hemos recibido un afecto y un cariño inmenso. Estos meses han sido una auténtica gracia que no sabemos cómo agradecer.

Pedro y Jaime participan en la Pastoral Penitenciaria de la archidiócesis de Granada.

Nos queda mucho por aprender. Nos gustaría poder decir a cada una de las personas con las que nos encontramos en el centro penitenciario lo que el Papa Francisco dijo a un grupo de reclusos en la catedral de Cagliari: “En vuestros rostros veo fatiga, pero también esperanza. Sentíos amados por el Señor, y también por tantas personas buenas, que con sus oraciones y con sus obras, ayudan a aliviar los sufrimientos del prójimo. Yo me siento en casa aquí. Aquí sentimos en modo fuerte y concreto que somos todos hermanos. Aquí el único Padre es nuestro Padre celeste, y el único Maestro es Jesucristo. Y lo primero que quiero compartir con vosotros es la alegría de tener a Jesús como maestro y modelo de vida. Todos nosotros tenemos dificultades, todos. Todos los que estamos aquí tenemos dificultades. Todos los que estamos aquí, todos, tenemos miserias... fragilidad. Ninguno aquí es mejor que el otro, todos somos iguales ante el Padre. Todos”.