Un cura en un camino polvoriento

Jaime, que se dedica a la Cooperación Internacional, escribe sus recuerdos sobre Fr. Joaquim Cabanyes, un sacerdote del Opus Dei que falleció a los 62 en Nigeria, a causa de la Covid-19.

Desde hace 30 años me dedico a la Cooperación Internacional para el desarrollo. Con ese motivo he tenido la oportunidad de conocer y trabajar en muchos de los sitios más deprimidos del planeta. Y a veces de coincidir con gente impresionante. Uno de ellos ha sido Fr. Joachim Cabanyes.

Fue hace unos 20 años, en uno de esos “pueblos grandes” del centro de Nigeria llamado Nsukka. Lo vi venir desde bastante lejos. Caminaba, como tanta gente en el África rural, por un largo, ondulado y polvoriento camino de tierra rojiza, que se recocía con los casi 40 grados de temperatura ambiental. Y mientras venía, medio flotando en una de esas imágenes de calima temblorosa, era fácil imaginarse a Fr. Joachim que se iba recociendo también en el ambiente seco y polvoriento de Nsukka. Cuando llego a mi lado era un poema, aunque ya apenas sudaba: supongo que en su ruta desde la universidad había perdido todos los posibles líquidos existentes. Con un gesto pudoroso y rápido escondió un rosario de cuentas que llevaba en una mano, y con la otra me avanzó un saludo cordial que culminaba con su cara amable, sus ojos cálidos y una sonrisa enorme que gritaba a pleno pulmón ¡bienvenido!

Resultó que era un sacerdote del Opus Dei; que llevaba ya varios años en Nigeria, trabajando de capellán en la universidad rural de Nuskka; y que como se demostró era sobre todo un experto en rezar y en sonreír. Luego comprobé que se trata de dos habilidades que esconden muchas virtudes detrás. En la casa no había luz estable, ni agua corriente. Era “el estándar local”, y eso se traducía en dos cosas: al anochecer, en cuanto se apagaba el grupo electrógeno, el ventilador del techo agonizaba y con él toda esperanza de frescor. Y para lavarse había que bajar al nivel de la calle y subir el agua con cubos desde un depósito de uralita que una vez por semana rellenaba un camión. Una ducha modesta de cubo y cacillo para el polvo africano.

Fr. Joachim Cabanyes

Era, como digo, el estándar local, y comparada con algunos otros sitios no estaba tan mal. La cuestión de Fr. Joachim es que era voluntario. Lo que se suele llamar “una vocación de servicio”. Había elegido servir a sus hermanos africanos, y en la elección venía incluido un precio de incomodidades que pagaba gustoso.

Los servía evidentemente con su trabajo pastoral, pero -pienso- sobre todo con el cariño que derramaba a su paso. La gente le quería. En ese África rural , un Onye Ocha, un blanco, siempre es objeto de curiosidad. Si además es una persona religiosa, un sacerdote, el alma africana, tan abierta al espíritu, se inclina con respeto. Pero allí había otra cosa: era algo más vital y sencillo: amistad, un profundo cariño… Difícil describir lo que supone una respuesta generosa a un compromiso interior apasionante: querer ser testimonio vivo del amor y de la misericordia de Dios.

Resultó que ese compromiso era tan real y duradero como para dejar una vida presumiblemente fácil en su Madrid natal de familia bien, y morir en Nigeria, no lejos de Nsukka, hace unos días a los 62 años de edad. La causa inmediata ha sido la Covid-19 y con él una infección pulmonar agresiva que en tres días ha terminado con un cuerpo que supongo estaba algo tocado por años de polvo rojizo, de malaria y de noches sin esperanza de frescor.

La causa real: su profundo espíritu de servicio a los enfermos en esta pandemia. Las visitas a los hospitales. La atención constante de unos y otros en casas y chozas y el afán de llevar el consuelo a las almas. Todo eso tenía el precio del riesgo de contagio.

Es un misterio porque fueron apenas unos días y un trato poco más que anecdótico. Pero aquel encuentro de hace 20 años con un cura en un camino polvoriento de África me dejó en el alma muchas cosas valiosas. Tal vez sobre todo el recuerdo de lo impagable de una oración y de una sonrisa.

Agur Jaunak! Fr Joachim. Se lo digo con versos de mi tierra: Adiós caballero cristiano. Hemen gire, Agur Jaunak!