Historias de presidiarios futbolistas y de una planta de Pediatría

Un estudiante de Criminología que promovió una iniciativa para presos en una cárcel gallega, y otros amigos del Colegio Mayor La Estila, que se desviven para que los niños —y los padres— pasen un rato agradable en la Escuela Infantil de un hospital de Santiago de Compostela.

La primera historia comienza con Rafa, estudiante de Criminología en la universidad de Santiago de Compostela, que decidió en 2013 promover una iniciativa para los presos internados en el Centro Penitenciario de Teixeiro (A Coruña). Sabía que tenían un equipo de fútbol 11 federado en Galicia y que, en general, los presos no le iban a hacer ascos a un partido de fútbol. Así que allá se lanzó: Colegio Mayor La Estila vs CP Teixeiro. Y desde 2013, son casi seis años jugando.

Nada más llegar al campo observamos lo bien equipados que estaban: nos dijeron que se las donaba la Fundación de un conocido equipo de Primera División, que también las dona a otras veintitrés cárceles de España, que además asumía los gastos de los entrenadores. Bueno es ver a distintos tipos de gentes y entidades que ayudan a estas personas. Y se comprueba que les ayudan con éxito: no solo están bien equipados, sino que por lo general son buenísimos jugadores.

El siguiente paso es jugar. En general empezamos los partidos algo cohibidos para no cometer faltas, pues piensas que puedes provocar una pelea en cualquier momento con una mala entrada. A fin de cuentas, es fácil pensar: “no te metas con un preso si no quieres acabar mal”. Sin embargo, pronto se derrumba ese prejuicio. Los primeros que juegan limpio son ellos. Los primeros que buscan pasárselo bien son ellos. De hecho, este año uno de sus entrenadores, al vernos agarrotados y evitando toda provocación, empezó a animarnos, a jalearnos y a darnos consejos para jugar más sueltos, a todo gas. “Si no ¿cómo pensáis ganar?”, nos decía entre sonrisas.

Este último año, además de ir nosotros, invitamos a otros colegios mayores de la ciudad

Este último año, además de ir nosotros, invitamos a otros colegios mayores de la ciudad. Nos acompañaron algunos de la Residencia Universitaria Barroso, que, además de aumentar el número de personas, aumentaron ostensiblemente la calidad futbolística de nuestro equipo. De hecho, este año ha sido el primero en el que hemos conseguido ganarles.

Después del partido, es tradicional la entrega de premios. Ellos nos regalan manualidades que hacen en sus talleres. Un regalo que recuerdo especialmente es un Bañón de cerámica firmado por los miembros del equipo de fútbol. Fue una pasada. Todavía lo conservamos en la sala de trofeos del CM. Este año tocó una barca de cerámica, que le cedimos a los de Barroso para agradecerles su colaboración en la victoria. Nuestro regalo consistió en un balón oficial de la Champions League firmado por todos los que jugamos el partido.

Miseria, engaño y deseos de rehacerse y salir

Y por supuesto, mientras que entregamos los trofeos y nos hacemos las fotos de rigor, comienzan las confidencias. Siempre nos agradecen mucho que vayamos a jugar con ellos. Muchos nos dicen que les da la vida el contacto con gente de fuera. Ver caras nuevas y poder pasar un buen rato jugando al fútbol con chavales jóvenes. Recuerdo hablar con un interno brasileño. Era de los mejores jugadores del equipo. De hecho, había llegado a jugar al fútbol profesional en otro país sudamericano. Llevaba cuatro años en prisión por un delito de drogas. “Para nosotros es muy especial veros venir a jugar”, decía: “Un sábado por la mañana podríais estar haciendo cualquier otra cosa, pero estáis aquí y a nosotros nos ayuda muchísimo”. Gracias a Dios, apenas le quedaban dos meses de estancia y ya veía la hora de salir y rehacer su vida.

Y muchas otras historias que se van mezclando. “Yo soy de Colombia, allí jugaba en un equipo semiprofesional, pero un día tomé la mala decisión de mezclarme con el mundo de la droga. Ahora estoy condenado a 15 años y mis padres piensan que trabajo en el extranjero”. Otro que venía de África, y uno más de una familia gitana, etc. Uno tras otro, nos iban contando historias que tenían en común miseria, engaño y deseos de rehacerse y salir.

Es un plan muy divertido en el que además aprendes mucho. Los residentes de Barroso estaban muy agradecidos de que les hubiésemos invitado a participar. Todos quedamos muy removidos por las historias que nos contaron.

Historias que merecen la pena

La segunda historia comienza hace ya 13 años. “Hospilandia”. Todas las semanas vamos del C.M. a la Escuela Infantil de la planta de Pediatría en el Hospital Clínico de Santiago para jugar, tener actividades y acompañar por la tarde a los niños ingresados. La verdad es que la actividad tiene mucho éxito entre los niños. Merce, la profesora de las tardes que trabaja en ASANOG (Asociación de niños oncológicos de Galicia), siempre nos dice que esa actividad es la que a los niños esperan con más ganas. Y los propios niños nos lo dicen también. Aunque los que más disfrutan son los padres, que por supuesto están invitados a jugar.

Podemos contar muchas historias. Saúl era uno de los fanáticos de “Hospilandia”. Cada vez que venía era el alma de la fiesta, a pesar de que su enfermedad no era menor. Tenía un sarcoma en la pierna de la que había recaído varias veces. De mayor quería ser médico, y hasta que se curó, tuvo muchas conversaciones orientadoras con Manolo, voluntario y estudiante de 6º de Medicina.

Otra invitada especial era Marina, que estaba en Oncología. Gracias a Dios, se curó hace ya tres años. Siempre que íbamos a jugar le insistía a uno de los voluntarios, Mateo, que estudiase para hacer algo productivo en la vida. O Carlota. Como era de las mayores, se hacía un poco la remolona a la hora de jugar, pero siempre se lo pasaba muy bien. Estando allí ingresada acabó la ESO con buenas notas y ahora está haciendo un ciclo de formación profesional.

Otras historias son un poco más tristes. El verano pasado falleció Javi a los 18 años. Llevaba desde los 12 peleando contra la leucemia. Era muy fan de “Star wars” y agradeció mucho los regalos de cascos de “Stormtropper” que le fuimos haciendo a medida que avanzaba su enfermedad. En los últimos meses no podía salir mucho de su habitación, pero siempre nos acercábamos a saludarle cuando íbamos por allí.

Los niños se lo pasan pipa. Disfrutan como enanos. Recuerdo un día en que la última actividad fue pintarle la cara a los voluntarios. Desde ese día nos pedían hacerlo siempre. Los padres también disfrutan mucho. Como ya apuntamos antes, intentamos meter a los padres en todos los juegos que podamos. Para ellos es un gran descanso y una alegría ver a sus hijos pasárselo bien y olvidarse por unas horas de que tienen que estar en el hospital.

La verdad es que es un consuelo poder ayudarles en esos momentos tan duros

Conmueve mucho ver a los niños ingresados. Desde los niños de onco, a los que tal vez no les quedan mucho tiempo de vida, a los de la Unidad de Psiquiatría infantil, que van a tener que lidiar con las dificultades de su enfermedad toda su vida. La verdad es que es un consuelo poder ayudarles en esos momentos tan duros, aunque lo único que puedas hacer sea cantar canciones, regalar pelotas saltarinas y rezar para que les vayan bien las cosas. Te llevan también a agradecer todas las cosas que tienes, desde la salud a la familia. Y si algo hemos podido experimentar en todos estos años es que estas cosas, aunque sean pequeñas, valen mucho la pena.


Autor: Manolo S. Ha acabado 6º de Medicina y ha sido voluntario en ambas actividades.