Francisco Sanzol, un sacerdote de gran bondad

Obituario sobre Francisco Sanzol, escrito por Juan Moya Corredor, rector del Oratorio del Caballero de Gracia de Madrid.

Francisco Sanzol desarrolló su labor sacerdotal durante 40 años en Ciudad Real.

Lanza Francisco Sanzol, un sacerdote de gran bondad

El sábado 24 de octubre, el obispo de Ciudad Real, Gerardo Melgar, muy pocos días después del funeral por el anterior obispo de la diócesis, Antonio Algora, ha vuelto a celebrar otro funeral por un sacerdote, Francisco Sanzol, fallecido a consecuencia del coronavirus. Tenía 70 años.

Francisco –D. Pachi, como le llamábamos todos– era de la Prelatura del Opus Dei y llevaba casi 40 años trabajando en Ciudad Real. Había nacido en Bilbao y estudió Ciencias Físicas en la Universidad del País Vasco antes de ordenarse el año 1978.

Ha concelebrado con el obispo el vicario del Opus Dei en España, Ignacio Barrera, y casi 40 sacerdotes más –entre ellos el vicario general de la diócesis y el deán de la catedral– que llenaban el presbiterio, de la diócesis y de la Prelatura. La catedral estaba todo lo llena que permitían las circunstancias. Otras muchas personas no pudieron asistir por falta de espacio.

Vale la pena leer la homilía del obispo, que recoge con gran afecto lo que ha sido la vida de D. Pachi en sus largos años en Ciudad Real, con un trabajo generoso y abnegado al servicio de tantas personas.

Francisco quería entrañablemente a esta tierra manchega, donde ha pasado más de media vida, y prácticamente todos sus años de sacerdote, salvo algunos que vivió en Madrid. Ha recorrido de punta a punta nuestra provincia infinidad de veces para atender las diversas labores apostólicas del Opus Dei. Pero también ha pasado casi 20 años atendiendo encargos del obispado relacionados con los procesos matrimoniales, como Promotor de Justicia y Defensor del Vínculo. Francisco era doctor en Derecho Canónico por la Universidad de Navarra.

Ha conocido y ha tratado a miles de personas de todas las edades y diferentes profesiones: universitarios, estudiantes de bachiller y de las Escuelas Familiares Agrarias, jóvenes profesionales, padres y madres de familia, sacerdotes, seminaristas… Ha dedicado miles de horas a atender penitentes en el confesionario; la iglesia catedral es también testigo de esa tarea callada y oculta, tan necesaria para las almas. Yo he tenido la suerte de compartir con él este trabajo sacerdotal durante seis años y, como tantos que le han conocido, puedo dar fe de su total disponibilidad, de su gran bondad, de su capacidad de trabajo, de su sencillez y humildad, de su sonrisa amable…

No eran solo cualidades humanas: era consecuencia de su intensa vida de piedad que sabía hacer compatible con un trabajo sin pérdidas de tiempo, y a la vez teniendo tiempo para todo el que le necesitara. Por eso era un sacerdote que daba mucha paz, al que era muy fácil querer, porque a él nadie le resultaba indiferente.

No olvidaré, por ejemplo, con qué ilusión me ayudó en mi primera misa, en Valdepeñas en 1981; él ya vivía entonces en Ciudad Real.

No he presenciado los últimos momentos de su vida, pues vivo en Madrid desde hace 20 años que me trasladé desde Ciudad Real. Pero tengo la seguridad moral de que esta enfermedad que el Señor ha permitido, con los dolores y sufrimientos que ha llevado consigo, habrá sido como el último impulso fuerte que ha aprovechado para, muy unido al Señor en la Cruz, alcanzar un cielo muy alto. Querido Pachi, descansa en paz e intercede por todos nosotros.

Juan Moya

Lanza