Guadalupe me encontró

Nadie me había hablado de ella, no conocía en absoluto su existencia. De manera casual la localicé en internet. Leí su biografía y ¡me encantó!

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En la primavera de 2018, tras años de infructuosos intentos, me diagnosticaron una enfermedad autoinmune en la piel. Avanzaba implacable en forma de grandes manchas que cada vez se endurecían más.

En junio comencé un tratamiento semanal que me resultó difícil de sobrellevar. Pero no tenía otra opción para detener la rápida progresión de la enfermedad. Los médicos dijeron que la medicación debería hacer efecto en dos meses y me citaron para septiembre. No funcionó, las manchas siguieron apareciendo en más sitios, las ya existentes crecían y la piel se volvía más rígida.

Al acabar el verano volví a la clínica, y los médicos constataron lo que suponía: el tratamiento no había funcionado. Sólo cabía probar otra solución: sesiones de fototerapia prolongadas en el tiempo con el riesgo de efectos secundarios mayores a causa de la poca pigmentación natural de mi piel. Me horrorizó esa posibilidad.

Finalmente, decidimos prorrogar un mes el tratamiento aumentando la dosis. Mientras los médicos tramitaban las sesiones de fototerapia.

Al cabo de este mes de prórroga, la medicación, que cada vez me provocaba más trastornos digestivos, seguía sin funcionar. Por razones personales de uno de los médicos, la revisión se retrasó dos semanas.

Durante estas dos semanas, no sé cómo, encontré a Guadalupe. En realidad creo que fue ella quien me encontró a mí. Nadie me había hablado de ella, no conocía en absoluto su existencia. De manera casual la localicé en internet. Leí su biografía y ¡me encantó!.

Guadalupe era una profesora como yo, una enamorada del estudio como yo, y lo mejor: iba a ser beatificada en mayo del siguiente año. Había hecho las cosas muy bien. La tomé como modelo, empecé a considerar mi vida de otro modo.

Este entusiasmo me llevó a encomendarle mi enfermedad, le pedí que rogara a Dios para que se detuviera. Comencé la novena.

Volvía a consulta un martes, después de finalizar la novena. Ese mismo día observé que la mancha más grande que tenía en la pierna estaba totalmente blanda, había desaparecido la dureza de la piel. El tratamiento había funcionado.

La revisión médica verificó sin duda la remisión del problema, aunque me dijeron que era necesario seguir un año con este duro tratamiento. A mediados de abril del año siguiente, y vista la paralización de la enfermedad, la doctora decidió suspender definitivamente la medicación.

Guadalupe consiguió paralizar la enfermedad y, lo que es más importante, acercarme a Dios a través de su ejemplo. Muchas gracias.

M. B. - España


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