El beato Álvaro y su cariño por los enfermos

Durante los siete años que vivió en Roma, Marcela fue operada varias veces, lo que le permitió atestiguar de primera mano el especial cariño y preocupación que el beato Álvaro tuvo por los enfermos.

Como pasé por varias intervenciones quirúrgicas estando en Roma comprobé en carne propia el cuidado y esmero que el beato Álvaro tenía por sus hijas enfermas. El 3 de diciembre de 1983 me operaron de cálculos en el riñón, en la clínica de la Merced. Recibí de parte de don Álvaro una estampa para la devoción privada de san Josemaría. El día anterior a entrar en el quirófano, él quiso saber quién era el mejor médico y dispuso que el profesor Cortesini, especialista en esta área de la medicina, hiciera la operación. Todos los días me mandó recados al hospital. Les dijo a algunas numerarias auxiliares que iba a encomendarme mucho y a pedir a mucha gente que rezara por mí. En la primera reunión de familia que tuve con él después de la operación me dijo delante de todas: "Hija mía, te hemos encomendado muchísimo".

El 8 de febrero de 1987 salí en ambulancia rumbo al aeropuerto para ir a Pamplona; padecía un tumor en la paratiroides que me había producido una fortísima osteoporosis, y el día anterior sufrí fracturas en varios miembros del cuerpo. Llegué a la Clínica Universitaria de Navarra para rehabilitarme. Fue una lección de paternidad y fraternidad que nunca olvidaré. Bajo la sombra de don Álvaro recibí más de 150 cartas de otras fieles de la Obra, que aún conservo porque son un testimonio histórico del cariño que hay en el Opus Dei. El 23 de abril de 1987 recibí la visita del padre Ignacio Celaya, en nombre de don Álvaro. Me traía una bendición y saludos cariñosísimos de parte del beato, que me mandaba decir que era parte del tesoro espiritual de la Obra y que se apoyaba de verdad en mis oraciones.

Marcela Navarro vivió en Roma, cerca del Beato Álvaro, por siete años.

El 29 de mayo de 1987 llegué a Roma. Estando ya acostada me dijeron que don Álvaro estaba en el teléfono y quería hablar conmigo; me conmovió muchísimo. Con un inmenso cariño preguntó cómo estaba, si estaba fuerte, si había bajado de peso, y dijo que los tuve como locos rezando. Al explicarle que no dormía muy bien, don Álvaro me dijo que no debía tener ninguna preocupación y que le dijera a san Josemaría, de su parte, que me ayudara a dormir.

Al día siguiente fui a rezar a la cripta de san Josemaría y don Álvaro quiso verme. El beato, acompañado de don Javier Echevarría, me insistió que estuviera muy cerca de Dios, obedeciendo todo lo que dijeran los médicos. Con pena, me comentó que se había retrasado mi ida a Pamplona porque en Italia los laboratorios andaban mal y los análisis no habían sido confiables. Me pidió perdón. Luego me contó con sencillez que a él le habían hecho unos estudios hacía 15 días y se alarmaron de los resultados; se los volvió a hacer y estaba normal. Habló con cariño enorme de sus hijos médicos de Pamplona y de sus hijas enfermas y me pidió que les escribiera, de su parte, para darles las gracias. Luego me preguntó cómo había dormido la noche anterior. Al decirle que lo había hecho muy bien, me animó a seguir pidiendo a san Josemaría ayuda para dormir. Al final de la reunión, me dijo que rezara, pues es el mejor modo de servir y de ayudar a la Obra.

El 4 de julio de 1987, cuando nos estaba dando la bendición a un grupo grande de hijas suyas, al verme comentó: "En la Obra la enfermedad es un tesoro que nos ayuda a todos".