«Congo. En el corazón de las tinieblas también hay claridad»

Veintiocho años dan para mucho, y al mismo tiempo han pasado volando. He vivido experiencias difíciles, saqueos y una guerra; situaciones de inseguridad, de miedo, de esperanza… y veo con admiración -como un milagro- las iniciativas que se han puesto en marcha para contribuir al desarrollo del país.

Ismael Martinez Sanchez. ONAY derechos reservados.

Nací en Loja (Granada) el 11 de junio de 1944, como la mayor de cuatro hermanos. Hice la Escuela primaria en Loja, en el complejo escolar público en el que mi madre- María Jiménez- era maestra; mi padre –Pascasio Mazuecos–, también maestro, era director de otro grupo escolar.

Estudié enseñanza secundaria también en Loja –éramos un grupo de chicos y chicas-, con la orientación de mi padre, gran pedagogo, y algunos de sus amigos, excelentes maestros. Los exámenes los hacíamos en Granada, “por libre”, donde aprobamos sin problemas todos los cursos.

En mi familia se hablaba poco o casi nada de política. Ni se alababa ni se denigraba el régimen en plaza. Mi padre era respetuoso de la autoridad y se ganaba, por su integridad, la confianza de todos. Más tarde, con el advenimiento de las nuevas estructuras socio políticas, le oí contar su admiración y entusiasmo por la Primera República, y su profunda desilusión por la evolución de los acontecimientos; dio su voto de confianza a la familia socialista y conserva con orgullo una foto de Felipe González con una dedicatoria personal. Profesa admiración y respeto por el Rey de España.

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Para el “preu” me trasladé a Granada con mi pandilla de amigos. Ese año el tema monográfico era Lope de Vega y su “Villano”; no recuerdo quien organizó la “troupe” teatral, pero sí recuerdo los ensayos y la representación final en un colegio mayor. Llegó el momento de inscribirme en la Uni ; salí de casa pensando hacerlo en Farmacia, el sueño de mi madre, pero me inscribí en Medicina, por la simple razón de estar lo más cerca posible de mi “noviete” de la pandilla, estudiante de medicina brillante y más tarde brillante profesor.

Hay que reconocer que la gente de la pandilla era sana, alegre y, aunque con sus más y sus menos, con principios cristianos nada beatos; con un respeto exquisito hacia las chicas, a las que nos protegían de los “intrusos”.

Lo pasábamos juntos todo el día. Después de las clases en la Uni paseábamos por el tontódromo y la Carrera de la Virgen -deteniéndonos algún momento en las Angustias para echarle un piropo-; íbamos con guitarras a un bar del Campo del Príncipe y con una cerveza o un vino delante empalmábamos las coplas; estudiábamos juntos en un café de solera de Puerta Real, ahora desaparecido -creo que se llamaba el Suizo-, o bien en la biblioteca que existía en el Paseo del Salón; cuando hacía buen tiempo, incluso estudiábamos en el interior de la Alhambra, que en aquella época estaba más solitaria; organizábamos "guateques" los fines de semana,…y pare usted de contar.

“Toparse” con el Opus Dei

En este primer curso de medicina “me topé” con el Opus Dei. Alguien me habló de Alsajara , una residencia del Opus Dei donde se daban medios de formación cristiana para chicas universitarias a las que se hablaba de la vida corriente. Pedí la dirección y me presenté. A la persona que me abrió la puerta le dije, a bocajarro, que quería asistir a los medios de formación cristiana de la residencia.

Allí descubrí por mi misma que ese camino del Opus Dei, ser cristiana en medio del mundo, bien podía ser el mío. ¿Por qué no? Ya siendo niña se me había pasado por la cabeza un pensamiento que más tarde encontré en Josemaría Escrivá : “que poco es una vida para ofrecerla a Dios”… y a los demás.

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Hasta entonces los caminos cristianos que yo conocía no me atraían, y nunca se me ocurrió profundizar en esa dirección de buscar a Dios, así que deje dormitar esa inspiración divina en el baúl de los recuerdos. Tas un tiempo de reflexión y de búsqueda personal pedí la admisión en el Opus Dei para intentar santificar mi profesión en un cristianismo vivido en el mundo.

Medicina, Filosofía y Pedagogía

Los estudios universitarios de Granada terminaron en Pamplona, a donde me trasladé para compaginar Medicina con Filosofía. Al terminar la licenciatura, quise completar mi formación humanística con tres años de Pedagogía, así que me fui en Roma donde me quedé trabajando.

Trece años pasé en la Ciudad Eterna, etapa única en mi vida en la que viví de cerca el fallecimiento de San Josemaría y los primeros años del pontificado de Juan Pablo II . A los dos tuve el privilegio de cantarles, en pequeño grupo íntimo y familiar, bulerías y fandangos de mi tierra pues aunque no toco la guitarra, canto e intento transmitir el entusiasmo por los cantos andaluces y villancicos, por supuesto con los ojos cerrados, para hacerlo con mayor concentración.

Mientras en España se celebraba el Mundial de fútbol de 1982, en septiembre de ese año empezaron a trabajar en el Congo –Zaire en aquella época– las primeras mujeres del Opus Dei. Mujeres que procedían de Francia, Portugal, España y Bélgica y que se reunieron en Roma para conocerse y viajar juntas a Kinshasa el 15 de septiembre. Las despedimos y aunque mi emoción era grande (e incluso se me escaparon algunas lágrimas) nunca hubiera imaginado que unas semanas más tarde… yo también me uniría a ellas para vivir en el Congo.

Mis últimas Navidades romanas pasaron rápidas y el 9 enero de 1983 viajé a España camino del Congo. Me estaba abrochando el cinturón del avión, cuando vi avanzar por el pasillo un buen ejemplar de raza negra que se sentó a mi lado; era el único hombre de color en ese vuelo a Madrid.

Hay que decir que en esas circunstancias ver a un negro me producía taquicardia y que mi francés era macarrónico. Me las arreglé para charlar con él y resultó que el buen hombre era congolés de pura cepa y viajaba también a Kinshasa.

Me contó donde trabajaba –en ese momento me sonó a chino, luego comprendí que se trataba de la gran empresa nacional de producción y exportación de cobre– y me facilitó datos prácticos. Fue el primer eslabón de una cadena de amigos congoleños que me ayudaron a integrarme en el Congo, país que considero mío.

Una “mundele” en busca de trabajo

El 26 de febrero de 1983 aterricé en Kinshasa, después de haber pasado unas semanas de reciclaje médico en España. Sería largo de contar las primeras impresiones y los primeros pasos en esta tierra africana: todo novedoso y sorprendente; una verdadera aventura, la impresión de estar viviendo una película, mitad comedia, mitad tragedia…Y había que buscar un trabajo para ganarse la vida y para obtener el permiso de estancia en el país.

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Comencé a llamar a las puertas: embajadas, colegios… Un comerciante griego me propuso montar un dispensario en su empresa, que rechacé de plano por sentirme incapaz de semejante proyecto. Así que para aprovechar el tiempo y ponerme al día, ofrecí mis servicios gratuitamente en una Maternidad gestionada por religiosas italianas.

Aquellas buenas monjitas aceptaron encantadas aunque yo era absolutamente profana en partos. Más que una ayuda para ellas, era un aprendizaje para mí. El caso es que, aunque inexperta, la presencia de una médico “mundele” (blanco) era una garantía para los cientos de “mamans” que pasan por esa maternidad. Después de una semana trabajando al lado de la religiosa, estupenda comadrona, me dijo una mañana: “hoy se queda sola con los partos”.

Comenzaba mi andadura como médico en África…, que podría haber sido el inicio de mi especialización si la cosa no hubiera ido por otros derroteros pues mi trabajo en la Maternidad no me daba para comer ni para obtener un permiso de estancia en el país, dos cosas esenciales.

Los día pasaban y en esas circunstancias de incierto futuro profesional llegó a mis oídos que una Fundación para-estatal con iniciativas de carácter social, el Centro Femenino Mama Mobutu, buscaba una mujer blanca para dirigir un colegio de chicas, con más de un millar de alumnas.

Convenía que fuera “blanca” para que pusiera fin y controlara el tribalismo. Me llamaron de la Fundación para una entrevista con la Presidenta. Presenté mi curriculum y mis estudios de pedagogía que jugaron un papel importante, como yo no había soñado cuando los hacía…

Esa noche aparecí en casa con el contrato bajo el brazo. Un trabajo que comportaba sacrificio y exigencia pero también comportaba algunas ventajas materiales, entre ellas un coche con chófer, que en Kinsasha no es un lujo sino una necesidad de bastante primer orden debido a la inseguridad, la temible conducción y las enormes distancias en una ciudad extensísima de más de diez millones de personas sin apenas grandes edificios y escasas señales de tráfico.

“Cuidemos a los pobres porque nosotros también lo fuimos”

En el Centro Femenino Mama Mobutu (CFMM en siglas) las alumnas estudian costura, secretariado y una sección llamada social, que eran sobre todo trabajos de hogar. El CFMM fue creada por la primera esposa del Presidente Mobutu, Mama Antoinette Mobutu.

La memoria de Mama Mobutu es respetada hasta hoy por todas las tendencias políticas porque fue efectivamente como una madre para su pueblo al crear obras educativas, para ciegos, minusválidos... Su lema era "Soignons les pauvres car nous l’etions aussi" (cuidemos a los pobres porque nosotros también lo fuimos). Una gran verdad.

Cuando me incorporé al CFMM tuve una acogida calurosa y empecé a acostumbrarme a ser llamada Mamá Dolorés (con acento en la e, y no es el maman francés, sino el Mama con mayúscula y sin n). Aquí, cuando las mujeres salen de la adolescencia y la primera juventud, se les llama así; esta expresión llevaba consigo todo un contenido de maternidad, con lo que ello representa: de una madre solo se puede esperar lo mejor.

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Sabían que podían recurrir a mí sin miedo a rechazos partisanos (el famoso tribalismo), y que, si estaba en mis manos, trataría de resolver sus problemas. Al mismo tiempo me "protegían" de fuerzas maléficas que podían acecharme. Recuerdo a la encargada de disciplina, Mama Kopere, ya fallecida, escudriñando en mi despacho y sus alrededores para descubrir los fetiches que, según ella -y otras muchas personas- alguien me dejaba con el fin de hacerme mal. Un día incluso llevó al párroco de su parroquia para que bendijera y rociara con agua bendita el despacho. No permitía que en las manifestaciones probara bocado o bebida sin que antes lo hiciera ella misma o la encargada de protocolo, porque temía que me envenenaran.

En este ambiente cien por cien congolés, en una institución del estado, con personas sencillas, me acogieron con respeto y confianza, y me “robaron” el corazón. Aprendí mucho en 9 años como directora. Hubo de todo, risas y llantos; entusiasmos y decepciones, como el empleado de toda confianza que robó la paga mensual de todo el personal para enviar a su hija al extranjero. Y también lagrimas de emoción.

En el Congo, cuando los padres buscan un nombre para sus hijos recién nacidos, a veces los componen ellos mismos. Lo importante es que tengan un significado preciso, profundo; por ejemplo: Plamedi (abreviación de Plan Merveilleux de Dieu), o Prefina (Premier Fruit de Notre Amour). También dan el nombre de personas que les merecen especial respeto; hoy tengo varias homónimas Dolores, hijas de empleados. Una vez me sorprendí porque una señora me dijo que había puesto mi nombre a su hija, y pronunció una palabra que no lograba entender. Finalmente comprendí que la niña se llamaba «Jiménez». Había visto escrito mi nombre completo y había escogido mi segundo apellido. Mi madre se alegró mucho…

Una guerra civil y un periodista llamado Miguel Gil

Fueron 9 años absorbentes dedicados a la educación, a la vez que seguía el curso natural de los acontecimientos políticos y sociales del país. Debido a la inestabilidad política en los años 90 se produjo una guerra civil. Murieron 4 millones de personas. El país se convirtió en foco de noticia internacional.

El entonces periodista Miguel Gil estaba por aquí y nos echó una mano. A un conocido extranjero le prestó su teléfono vía satélite para que hablase con su familia en otro país, pues en aquella época no existían los móviles de hoy.

En otro momento tras la guerra, hubo pillajes en la ciudad. En uno de los saqueos, cuatro soldados con mala pinta entraron en nuestra casa saltando la tapia, y se pusieron a disparar en el jardín.

En la residencia estaba como responsable. Había un grupo de jóvenes congoleñas que no habían podido volver a sus casas el día anterior a causa de los desórdenes callejeros.

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Salí al jardín acompañada de Antoinette, congoleña. Los soldados estaban, sudorosos, con cara de drogados. Sin embargo, nos dijeron que no querían hacernos daño, que sólo necesitaban un coche para llevar al hospital a un colega que había sido herido. Haciendo de chófer -y Antoinette de copiloto- fuimos delante. En el asiento trasero los 4 forajidos empuñaban las armas.

Se suponía que nos dirigíamos al lugar donde estaba el herido. Llegamos a un puente donde había una especie de minibús quemado y volcado; en ese momento, empuñando las armas contra nosotras, nos dijeron que parásemos, que nos bajásemos del coche y que les dejásemos las llaves.

Volvimos a casa a pie, sorteando obstáculos y protegiéndonos de balas perdidas. El coche, un pequeño Peugeot que nos había dejado una familia que salió del país, no lo recuperamos nunca.

Escogimos quedarnos aquí

Sentí enorme pena al ver destrozados los comercios, hoteles, estaciones de servicio, etc. que daban trabajo a tantas personas y que, de hecho, nunca han llegado a reconstruirse de la misma manera. Cerca de nuestra casa había un hotel que desapareció en dos horas: delante de la casa pasaban personas que transportaban sobre la cabeza ¡una bañera!

Fueron tiempos muy duros y al mismo tiempo fueron días de solidaridad. Después de los saqueos, el Ayuntamiento de Kinshasa hizo una llamada a todos los extranjeros residentes que no habíamos abandonado el país para certificarnos que contábamos con su gratitud y que tendríamos preferencia -si lo deseábamos- para residir en el Congo. Pudimos regresar a nuestro país de origen con toda tranquilidad... pero escogimos quedarnos aquí. Esta es nuestra casa, nuestra vida y nuestras gentes.

Acrobacias diarias para sacar adelante Monkole

Y entre la paz y la guerra, la vida y la agitación pasaron los años. Mi carrera médica estaba aparcada en mi camino hasta que en el año 2002, tras otras experiencias profesionales, comencé a trabajar en el Centro Médico Monkole , una entidad que nació al principio de los años 80 como un pequeño dispensario para atender a los pobres de entre los pobres de Kinsasha : niños con deformaciones óseas, tuberculosos, enfermos de sida, parturientas sin recursos, etc.

Monkole se dirige prioritariamente a la atención de mujeres y niños, la población potencial con más probabilidades de enfermar en el Congo. Desde el principio se atendían y se hacían operaciones de niños con malformaciones óseas gracias a una fundación privada holandesa, pero este proyecto, lamentablemente, llegó a su fin.

Sin embargo, los niños con deformaciones óseas procedentes de familias muy sencillas siguen buscando en Monkole la solución a sus problemas. Son niños, incapaces de cubrir los gastos de la intervención.

Por ello, buscamos incansablemente personas de buena voluntad dispuestas a alimentar el fondo destinado a estas intervenciones pues una característica de Monkole es que uno «da lo que puede».

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Existe una categorización financiera de los pacientes según las circunstancias (barrio de donde viene, si tiene un empleo y de que tipo, si tiene personas a su cargo, etc.). Se trata de que pague más el que tiene más medios; el que tiene menos no llega a pagar lo que cuesta mínimamente la atención médica. El caso es que en Monkole, contrariamente a lo que pasa en otros hospitales, nunca deja de atenderse a un paciente por falta de dinero.

No es difícil imaginar las acrobacias diarias que tenemos que hacer para que funcione Monkole; y lo bien venidas que son las ayudas para el fondo destinado a cubrir el agujero que supone curar a los indigentes, cosa que hacemos de mil amores con una sonrisa.

La Clínica Universidad de Navarra en el corazón de África

Lo que nos llena el corazón es la nueva construcción del Gran Monkole, que supone pasar de 40 camas a 140 camas de hospitalización. Esperamos ser la Clínica Universidad de Navarra en el corazón de África. El Hospital Materno Infantil de Mokole deberá comenzar a funcionar en diciembre de este año 2011 y como es una "locura" necesitamos que otros muchos "locos" del mundo entero nos echen una mano… aunque sean pequeñísimas cantidades, pues muchos «1 euro» hacen «muchos euros». Les aseguro que los darán por bien empleados…y que les producirán "fuertes intereses".

Veintiocho años dan para mucho, y al mismo tiempo  han pasado volando. He vivido experiencias difíciles, saqueos y una guerra; situaciones de inseguridad, de miedo, de esperanza… y veo con admiración -como un milagro- las iniciativas que se han puesto en marcha para contribuir al desarrollo del país en el campo de la educación, de la formación profesional, de la salud, de la agricultura, etc.

María Dolores Mazuecos