Confesión de un hijo de Dios

Capítulo "San Josemaría Escrivá de Balaguer" del libro “Contemplativos”, escrito por José Asenjo Sedano

Cuando en junio de 1975 los periódicos traían la noticia del fallecimiento, en Roma, de Mons. Escrivá de Balaguer, Fundador del Opus Dei, nada significó esa noticia para mi. En nada me afectó. La muerte de Escrivá de Balaguer era un suceso de los muchos que se cuentan a diario, un comentario sensacionalista quizá. Lo que yo sabía del Opus Dei, como mucha gente, se refería a algo enigmático, una asociación especial poderosa e influyente, lejos de mi persona. Por lo que, como digo, no cambió mi cotidianidad para nada. ¿O sí?

Sin embargo, estando en Cádiz, un día pasé por una librería, mi parada habitual, y descubrí un librito de edición frágil, con un dibujo a color en la portada de la Sagrada Familia, el título, “Camino ”. Me interesé por él, no sé por qué. El libro llevaba la firma de José María Escrivá de Balaguer, sacerdote discutido. Quizá por eso lo adquirí, pero no recuerdo si llegué a leerlo. Bastantes años antes, siendo muy joven, en Guadix, mi pueblo, un pariente nuestro, estudiante universitario de Químicas, venido de Granada, miembro del Opus Dei por los años cincuenta, quizá antes, me dio una estampa de Isidoro Zorzano, un ingeniero argentino en proceso de beatificación del que me habló con encomio.. Estampa que guardé sin más entre mis libros. O quizá le encomendara alguna cosa. Ahora no lo se. Estos son mis antecedentes, si pueden llamarse así, relacionados con la Obra, escasamente conocida en mis ámbitos. Una estampa y un libro. Dos hallazgos, como digo, sin importancia, como hojas que el viento se llena en su vuelo. Eso es lo que yo creía.

Pasaría el tiempo y, un 26 de junio como aquel de 1975, esta vez de 1983, fallecería mi madre en Guadix, lugar del que apenas había salido en su vida, salvo viajes esporádicos a Granada o Almería. Padres de diez hijos sacados adelante en tiempos difíciles, años de la posguerra, mi madre era mujer religiosa y sacrificada, siempre vestida de negro, ¡tantos sus familiares muertos! Valiente y tenaz en tiempo de guerra y en tiempo de paz, tuvo que habérselas pronto con un hijo, Paco, mi siguiente, con una esclerosis en placas que lo convirtió en un inválido prematuro, un producto quizá de la penuria, años atado a su cruz, siempre orante, mi primer contemplativo conocido en una casa de muchos niños y jaleo, escolar inteligente, que moriría joven, para mi, en loor de santidad. Le visitaban algunos sacerdotes atraídos por sus largas conversaciones sobre la misericordia divina, su tema favorito. No fue fácil su cruz con hechura de silla. Mi madre fue su consuelo permanente, siempre a su lado. Paco conoció con antelación el día de su fallecimiento, que sólo a mi madre reveló. Niño revoltoso ávido de juegos, al final de su vida se entregó por completo a la voluntad de Dios, su única esperanza. Y en manos de Dios falleció... Estos dos hechos, la muerte de mi hermano y la muerte de mi madre siempre con el rosario en la mano, marcarían mi vida con fuego indeleble. Siempre he tenido la certeza de que ambos han tenido mucho que ver con mi vocación al Opus Dei. Ellos desde el cielo, y aquellas dos semillas insignificantes en apariencia, (la estampa de Isidoro de una tarde de verano, y la adquisición del libro de “Camino”, otra tarde de Cádiz), marcarían los tiempos de mi vida futura, estoy seguro. Una mano oculta iba tejiendo, pese a nosotros, la urdimbre de un tapiz, nuestra vida cara a Dios.