Benedicto XVI: un año de pontificado

Reportaje especial sobre Benedicto XVI que recoge algunas palabras e imágenes que resumen el primer año de pontificado.

“Que sea Él mismo quien conduzca a la Iglesia en esta hora de nuestra historia”

Solemne Misa de Inicio de Pontificado

(24 de abril de 2005)

¡Queridos amigos! En este momento no necesito presentar un programa de gobierno. Algún rasgo de lo que considero mi tarea, la he podido exponer ya en mi mensaje del miércoles, 20 de abril; no faltarán otras ocasiones para hacerlo. Mi verdadero programa de gobierno es no hacer mi voluntad, no seguir mis propias ideas, sino de ponerme, junto con toda la Iglesia, a la escucha de la palabra y de la voluntad del Señor y dejarme conducir por Él, de tal modo que sea Él mismo quien conduzca a la Iglesia en esta hora de nuestra historia.

Y ahora, en este momento, yo, débil siervo de Dios, he de asumir este cometido inaudito, que supera realmente toda capacidad humana. ¿Cómo puedo hacerlo? ¿Cómo seré capaz de llevarlo a cabo? Todo vosotros, queridos amigos, acabáis de invocar a toda la muchedumbre de los santos, representada por algunos de los grandes nombres de la historia que Dios teje con los hombres. 

De este modo, también en mí se reaviva esta conciencia: no estoy solo. No tengo que llevar yo solo lo que, en realidad, nunca podría soportar yo solo. La muchedumbre de los santos de Dios me protege, me sostiene y me conduce. Y me acompañan, queridos amigos, vuestra indulgencia, vuestro amor, vuestra fe y vuestra esperanza. 

En efecto, a la comunidad de los santos no pertenecen sólo las grandes figuras que nos han precedido y cuyos nombres conocemos. Todo nosotros somos la comunidad de los santos; nosotros, bautizados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; nosotros, que vivimos del don de la carne y la sangre de Cristo, por medio del cual quiere transformarnos y hacernos semejantes a sí mismo.

“En este primer encuentro quisiera comentar, ante todo, el nombre que escogí al llegar a ser Obispo de Roma y Pastor universal de la Iglesia”

Primera audiencia general

(27 de abril de 2005)

Después de la muerte de mi venerado predecesor Juan Pablo II, hoy se reanudan las tradicionales audiencias generales de los miércoles. Volvemos a la normalidad. En este primer encuentro quisiera comentar, ante todo, el nombre que escogí al llegar a ser Obispo de Roma y Pastor universal de la Iglesia. He querido llamarme Benedicto XVI para vincularme idealmente al venerado Pontífice Benedicto XV, que guió a la Iglesia en un período agitado a causa de la primera guerra mundial.

Fue intrépido y auténtico profeta de paz, y trabajó con gran valentía primero para evitar el drama de la guerra y, después, para limitar sus consecuencias nefastas. Como él, deseo poner mi ministerio al servicio de la reconciliación y la armonía entre los hombres y los pueblos, profundamente convencido de que el gran bien de la paz es ante todo don de Dios, don —por desgracia— frágil y precioso que es preciso invocar, conservar y construir día a día con la aportación de todos.

Benedicto XVI imparte catequesis de Primera Comunión en Roma

El nombre Benedicto evoca, además, la extraordinaria figura del gran "patriarca del monacato occidental", san Benito de Nursia, copatrono de Europa juntamente con san Cirilo y san Metodio, y las santas Brígida de Suecia, Catalina de Siena y Edith Stein. La progresiva expansión de la orden benedictina, por él fundada, ejerció un influjo inmenso en la difusión del cristianismo en todo el continente. Por eso, san Benito es también muy venerado en Alemania y, particularmente, en Baviera, mi tierra de origen; constituye un punto de referencia fundamental para la unidad de Europa y un fuerte recuerdo de las irrenunciables raíces cristianas de su cultura y de su civilización. 

“La felicidad que buscáis, la felicidad que tenéis derecho de saborear, tiene un nombre, un rostro: el de Jesús de Nazaret”

Embarcadero de Poller Rheinwiesen, JMJ en Colonia

Jueves 18 de agosto de 2005

Queridos jóvenes, la felicidad que buscáis, la felicidad que tenéis derecho de saborear, tiene un nombre, un rostro: el de Jesús de Nazaret, oculto en la Eucaristía. Sólo él da plenitud de vida a la humanidad. Decid, con María, vuestro "sí" al Dios que quiere entregarse a vosotros. 

Os repito hoy lo que dije al principio de mi pontificado:  "Quien deja entrar a Cristo (en la propia vida) no pierde nada, nada, absolutamente nada de lo que hace la vida libre, bella y grande. ¡No! Sólo con esta amistad se abren de par en par las puertas de la vida. Sólo con esta amistad se abren realmente las grandes potencialidades de la condición humana. Sólo con esta amistad experimentamos lo que es bello y lo que nos libera". 

Estad plenamente convencidos:  Cristo no quita nada de lo que hay de hermoso y grande en vosotros, sino que lleva todo a la perfección para la gloria de Dios, la felicidad de los hombres y la salvación del mundo.

“El amor tiende a la eternidad”

“Deus caritas est”

25 de diciembre, Solemnidad de la Natividad del Señor, del año 2005

El desarrollo del amor hacia sus más altas cotas y su más íntima pureza conlleva el que ahora aspire a lo definitivo, y esto en un doble sentido: en cuanto implica exclusividad —sólo esta persona—, y en el sentido del « para siempre ». El amor engloba la existencia entera y en todas sus dimensiones, incluido también el tiempo. No podría ser de otra manera, puesto que su promesa apunta a lo definitivo: el amor tiende a la eternidad.

En el Valle de Osta

Ciertamente, el amor es «éxtasis», pero no en el sentido de arrebato momentáneo, sino como camino permanente, como un salir del yo cerrado en sí mismo hacia su liberación en la entrega de sí y, precisamente de este modo, hacia el reencuentro consigo mismo, más aún, hacia el descubrimiento de Dios: «El que pretenda guardarse su vida, la perderá; y el que la pierda, la recobrará », dice Jesús en una sentencia suya que, con algunas variantes, se repite en los Evangelios. Con estas palabras, Jesús describe su propio itinerario, que a través de la cruz lo lleva a la resurrección: el camino del grano de trigo que cae en tierra y muere, dando así fruto abundante. Describe también, partiendo de su sacrificio personal y del amor que en éste llega a su plenitud, la esencia del amor y de la existencia humana.

"Comprender y acoger el amor misericordioso de Dios: que este sea vuestro compromiso"

Visita Pastoral a la parroquia romana de Dios, Padre Misericordioso

Homilía del IV Domingo de Cuaresma, 26 de marzo de 2006

Queridos amigos, este misterio es particularmente elocuente en vuestra parroquia, dedicada a "Dios, Padre misericordioso". Como sabemos bien, fue querida por mi amado predecesor Juan Pablo II en recuerdo del gran jubileo del año 2000, para que sintetizara de manera eficaz el significado de aquel extraordinario acontecimiento espiritual. Al meditar sobre la misericordia del Señor, que se reveló de modo total y definitivo en el misterio de la cruz, me viene a la memoria el texto que Juan Pablo II había preparado para la cita con los fieles el domingo 3 de abril, domingo in Albis, del año pasado. En los designios divinos estaba escrito que él nos iba a dejar precisamente en la víspera de aquel día, el sábado 2 de abril —todos lo recordamos bien—, y por eso no pudo pronunciar aquellas palabras, que me complace volver a proponeros a vosotros, queridos hermanos y hermanas. Escribió lo siguiente: "A la humanidad, que a veces parece extraviada y dominada por el poder del mal, del egoísmo y del miedo, el Señor resucitado le ofrece como don su amor que perdona, reconcilia y suscita de nuevo la esperanza. Es un amor que convierte los corazones y da la paz". El Papa, en ese último texto, que es como un testamento, añadió:"¡Cuánta necesidad tiene el mundo de comprender y acoger la Misericordia divina!".

Comprender y acoger el amor misericordioso de Dios: que este sea vuestro compromiso sobre todo en el seno de las familias y también en todos los ámbitos del barrio. Expreso de corazón este deseo, a la vez que os saludo cordialmente.

“Conquistó el corazón de muchas personas”

Solemne concelebración eucarística en el primer aniversario de la muerte de Juan Pablo

Lunes 3 de abril de 2006

Benedicto XVI reza ante la tumba de Juan Pablo II

Quienes tuvieron ocasión de conocerlo de cerca pudieron palpar en cierto modo su fe sencilla y firme, que, si impresionó a sus más cercanos colaboradores, no dejó de extender, durante su largo pontificado, su influjo benéfico por toda la Iglesia, en un crescendo que alcanzó su culmen en los últimos meses y días de su vida. Una fe convencida, fuerte y auténtica, sin miedos ni componendas, que conquistó el corazón de muchas personas, entre otras razones, gracias a las numerosas peregrinaciones apostólicas por todo el mundo, y especialmente gracias a ese último "viaje" que fue su agonía y su muerte.

Textos y fotografías de Vatican Information Service.

Vídeos de Goya Producciones (DVD "El mundo entre dos Papas") y Centro Elis (Vídeo del Prelado del Opus Dei)