Aniversario de una aventura cristiana

María Blanco Fernández, catedrática de Derecho Eclesiástico del Estado de la Universidad de Navarra, escribe este artículo sobre e aniversario en que san Josemaría vio que Dios llamaba también a las mujeres al Opus Dei, y recuerda a varias de ellas, especialmente a Mateye Laporte.

Diario de Navarra Aniversario de una aventura cristiana

El día 14 de febrero se cumplió un mes que Mateye Laporte, una colega del Opus Dei, que había sido decana de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Navarra, recibió el definitivo abrazo de Dios. Asimismo, hizo 90 años (14 de febrero de 1930) que san Josemaría tuvo la certeza sobrenatural de que las mujeres también debían estar en el Opus Dei.

Hilvanar estos acontecimientos me lleva a pensar en el impacto personal, profesional, social, internacional… que tiene una vida vivida cristianamente cuando hace eco al querer de Dios para ella.

San Josemaría, desde el año 1928, había entendido que estar en la Iglesia es estar llamado a la santidad, no hay santidad de segunda fila. Por mentalidad, Escrivá tendió a pensar que solo le competía difundir el mensaje entre los varones. Era un hombre de su tiempo. Sin embargo, en esto se equivocaba: Dios se lo hizo comprender, y él rectificó gracias a una luz recibida mientras estaba celebrando la Santa Misa.

Si todos están en la primera fila, lo están para todo, todos y todas. Las mujeres como los hombres. Y ese mensaje de urgencia apostólica a la santidad es tanto para ellas como para ellos. Pues, sin ellas, la evangelización, vivificación y humanización de muchas realidades profesionales, vitales y sociales quedaría incompleta. Eso significaba un notable cambio de actitud. No fue fácil. Cuando se lo explicó a las primeras mujeres del Opus Dei tendieron a pensar que la tarea las superaba. Él insistió en que era cuestión de fe; y la fe, en efecto, cambió la mentalidad.

Desde un país, que no se caracterizaba por una dinámica feminista de vanguardia, salieron al mundo, desde mediados de los 40, mujeres con una asombrosa iniciativa cultural, social y empresarial con una motivación evangelizadora. Encarnita Ortega fue a Italia (1946) Victoria López-Amo después de residir once años en Italia, fue a Guatemala (1958), Nisa Guzmán empezó en Estados Unidos (1950) y después en Canadá. La corellana Marichu Arellano, a punto de casarse, reorientó su vida y se marchó a empezar el Opus Dei en Venezuela en 1954. Y también en los 50, a África.

Guadalupe Ortiz de Landázuri partió hacia México y es conocida por su reciente beatificación. Con ocasión de ese acontecimiento eclesial se creó el Programa “Becas Guadalupe” que convoca ayudas anuales con el objetivo de promover el liderazgo de mujeres residentes en África en la investigación científica. “Con la intención de fomentar e impulsar la capacidad de los centros de investigación de sus países, crear nuevos equipos y nuevos campos de investigación que puedan abordar los grandes desafíos a los que se enfrenta su continente”.

Es parte del impacto social del vivir cristiano de esta y otras muchas mujeres, dejando a un lado los intangibles más valiosos que solo la providencia sabe ponderar. Pero ¿qué pasa en el siglo XXI? Ese mensaje ¿sigue siendo vivible e igualmente transformador en lo personal y lo social? Pienso ahora en Raheal Gabrasadig, nacida en Sudán de padres eritreos egipcios católicos que se trasladaron a Londres cuando tenía cuatro años. Era pediatra y falleció a los 30 años repentinamente en 2018. Recibió a título póstumo el reconocimiento como heroína no reconocida de la pediatría y sus colegas han dotado un premio que lleva su nombre. Dejó un rastro con el que, probablemente, nunca soñó.

Y, pienso, aun con lágrimas contenidas, en Mateye, que en su realidad más cotidiana, en su quehacer en el ámbito de las relaciones internacionales, en las muchas horas de hospitalización, en mi despedida horas antes de su partida, era portadora de una misión… y estaba radiante. Yo, en sus ojos, vi el Cielo, y pedí a Dios, para mí, morir así.

Vale la pena recordar, y vuelvo al principio, aquel “cambio de mentalidad” en un sacerdote español hace noventa años. Y dar gracias a Dios por su eco, y estar abiertos a nuevos cambios de mentalidad que seguirán surgiendo en esta aventura cristiana de evangelización que es un mar sin orillas.

María Blanco Fernández, catedrática de Derecho Eclesiástico del Estado de la Universidad de Navarra

María Blanco Fernández

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