4. Santidad sacerdotal y vida de oración

Conferencia de Mons. Alvaro del Portillo, Gran Canciller de la Universidad de Navarra, en la clausura del XI Simposio Internacional organizado por la Facultad de Teología (1990).

Mirad, mire cada uno de nosotros que entre la santidad y la oración existe necesariamente una relación tal, que no es posible la una sin la otra. «Es verdad esta frase del Crisóstomo: “Pienso que resulta patente para todos que es sencillamente imposible vivir virtuosamente sin el auxilio de la oración” (De praecatione, orat. I)» 29.

«Tal vez en estos años —escribía Juan Pablo II a todos los sacerdotes con ocasión del Jueves Santo de 1979— (…) se ha discutido demasiado sobre el sacerdocio, sobre la ‘identidad’ del sacerdote, sobre el valor de su presencia en el mundo contemporáneo, etc., y, por el contrario, se ha orado demasiado poco. No ha habido bastante valor para realizar el mismo sacerdocio a través de la oración, para hacer eficaz su auténtico dinamismo evangélico, para confirmar la identidad sacerdotal. Es la oración la que señala el estilo del sacerdocio» 30.

La necesidad de ser hombres de oración, trae de nuevo a mi pensamiento la figura de nuestro Fundador y su extraordinaria fecundidad apostólica. No es posible, en los límites de estas palabras mías, trazar siquiera un breve esbozo de lo que fue su vida de oración continua, de la que he sido testigo directo —en la medida en que esto es posible— por cuarenta años. No dudo en afirmar que Dios le concedió abundantemente el don de la contemplación infusa. Recuerdo, entre tantos otros detalles, cómo durante el desayuno, mientras leíamos los dos la prensa, apenas nuestro Padre comenzaba a leer, se quedaba abstraído, metido en Dios; apoyaba la frente sobre la palma de una mano y dejaba de leer el periódico, para hacer oración. Mi emoción fue grande cuando, después de su muerte, leí en sus Apuntes íntimos, esta anotación suya de 1934, en la que plasma con extrema sencillez su diálogo con el Señor: «Oración: aunque yo no te la doy (…), me la haces sentir a deshora y, a veces, leyendo el periódico, he debido decirte: ¡déjame leer! — ¡Qué bueno es mi Jesús! Y, en cambio, yo…» 31.

Sería muy largo comentar adecuadamente la riqueza de la vida de oración de este sacerdote, ¡siempre sacerdote!, en la que el Espíritu Santo le llevó indudablemente a altísimas cumbres de unión mística en medio de la vida corriente, atravesando también durísimas purificaciones pasivas de los sentidos y del espíritu. Permitidme, sin embargo, subrayar que si éstos y otros numerosísimos hechos, de los que tenemos constancia, evidencian una específica acción del Espíritu Santo en su alma, la profundidad con que se radicó en su vida, en su jornada —día y noche— el hábito de la oración continua revela, a la vez, la fidelidad y generosidad de su dedicación a los tiempos diarios de meditación y oración mental y al rezo del Breviario y de otras oraciones vocales. Es más, la irrupción extraordinaria de Dios en su alma fue con frecuencia como la respuesta divina a esa fidelidad a la oración mental en momentos en que ésta le resultaba particularmente costosa o difícil. Por ejemplo, en una anotación suya —entre otras muchas de 1931— escribía: «Ayer, por la tarde, a las tres, salí al presbiterio de la Iglesia del Patronato a hacer un poco de oración delante del Ssmo. Sacramento. No tenía gana. Pero, me estuve allí hecho un fantoche. A veces, volviendo en mí, pensaba: Tú ya ves, buen Jesús, que, si estoy aquí, es por Ti, por darte gusto. Nada. Mi imaginación andaba suelta, lejos del cuerpo y de la voluntad, lo mismo que el perro fiel, echado a los pies de su amo, dormita soñando con carreras y caza y amigotes (perros como él) y se agita y ladra bajito… pero sin apartarse de su dueño. Así yo, perro completamente estaba, cuando me di cuenta de que, sin querer, repetía unas palabras latinas, en las que nunca me fijé y que no tenía por qué guardar en la memoria: Aún ahora, para recordarlas, necesitaré leerlas en la cuartilla, que siempre llevo en mi bolsillo para apuntar lo que Dios quiere (En esta cuartilla, de que hablo, instintivamente, llevado de la costumbre, anoté, allí mismo en el presbiterio, la frase, sin darle importancia): + dicen así las palabras de la Escritura, que encontré en mis labios: “et fui tecum in omnibus ubicumque ambulasti, firmans regnum tuum in aeternum”: apliqué mi inteligencia al sentido de la frase, repitiéndola despacio. Y después, ayer tarde, hoy mismo, cuando he vuelto a leer estas palabras (pues, —repito— como si Dios tuviera empeño en ratificarme que fueron suyas, no las recuerdo de una vez a otra) he comprendido bien que Cristo-Jesús me dio a entender, para consuelo nuestro, que la Obra de Dios estará con El en todas las partes, afirmando el reinado de Jesucristo para siempre» 32.

Es en la oración perseverante de cada día, con facilidad o con aridez, donde el sacerdote, como todo cristiano, recibe de Dios —incluso en forma extraordinaria si fuese preciso— luces nuevas, firmeza en la fe, segura esperanza en la eficacia sobrenatural de su trabajo pastoral, amor renovado: en una palabra, el impulso para perseverar en ese trabajo y la raíz de la efectiva eficacia del trabajo mismo. Sin oración, y sin oración que se esfuerza por ser continua, en medio de todos los quehaceres, no hay identificación con Cristo, en lo que ésta tiene de tarea, fundamentada en lo que tiene de don. Más aún, me atrevo a decir que un sacerdote sin oración, si no falsea la imagen que da de Cristo —Modelo para todos—, la presenta como una nebulosa que ni atrae ni orienta, que no sirve de norte al pueblo que nos ve o que nos oye. Muchas veces he escuchado a Mons. Escrivá de Balaguer afirmar que «la Obra de Dios se ha hecho con oración»: con éstas palabras no aplicaba teóricamente, al fruto de su trabajo, un tópico de la vida espiritual, sino que expresaba una realidad profundamente asimilada y sentida, del todo equivalente a la afirmación, también frecuente en sus labios, de que la Obra la ha hecho y la hace Dios. Así rezaba en voz alta, el 27 de marzo de 1975: «¿cómo se ha hecho el Opus Dei? Lo has hecho Tú, Señor, con cuatro chisgarabís… Stulta mundi, infirma mundi, et ea quae non sunt (cfr. I Cor I, 26-27). Toda la doctrina de San Pablo se ha cumplido: has buscado medios completamente ilógicos, nada aptos, y has extendido la labor por el mundo entero» 33.