13. La muerte del fundador

Semblante biográfico de Mons. Álvaro del Portillo escrito por Salvador Bernal

A pesar de su excepcional testimonio de serenidad, uno de los momentos más duros en la vida de don Álvaro fue la inesperada muerte de Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer, el 26 de junio de 1975. Estaba persuadido de que ese día había significado como una nueva Pentecostés para el Opus Dei, enriquecido místicamente al tener la Cabeza en el Cielo. Pero el dolor humano de la separación abrió una herida en su alma, que no se cerraría.

En la Entrevista sobre el Fundador del Opus Dei que concedió a Cesare Cavalleri, el último capítulo se titula "El 26 de junio de 1975". Una sola pregunta da paso a un relato de más de veinte páginas, esenciales para conocer la amplitud de matices con que don Álvaro quería al Beato Josemaría Escrivá. Cuenta lo que sucedió y lo que hizo. Habla, al fin, en primera persona. Aunque el lector no piense en él, sino en Mons. Escrivá de Balaguer, esa narración permite comprender cómo era, cómo sentía, cómo actuaba Álvaro del Portillo.

Ante todo, acude a los medios sobrenaturales: le da la absolución sacramental, y trata de curar alma y cuerpo con la Unción de los Enfermos. Telefonea a Carmen Ramos, Secretaria Central, para que dejen lo que estén haciendo y acudan a rezar "por una intención muy urgente". A la vez, no perdona recurso humano alguno, con la ayuda de dos médicos, José Luis Soria y Juan Manuel Verdaguer.

Cuando éstos confirman la realidad de la muerte, don Álvaro se rinde a la Voluntad de Dios, y se aferra a la Cruz hasta físicamente: toma el relicario con el lignum Crucis que llevaba sobre su pecho el Beato Josemaría y comunica a los presentes:

"-Hasta que se elija al sucesor del Padre, este lignum Crucis lo llevaré yo".

Y se ocupa con sosiego de infinidad de cuestiones: componer la capilla ardiente, informar al Papa y a los miembros del Opus Dei, y, sobre todo, que comiencen a celebrarse misas de corpore insepulto -la primera, la suya-, que no cesarán ya, una tras otra, hasta las exequias.

Don Álvaro pasará muchas horas ante los restos mortales del Fundador. A media mañana del día 27, durante un instante emblemático, se arrodilla junto al túmulo, y apoya su frente en la cabeza del Padre. Está componiendo el retrato de su vida, y la clave de la fidelidad dentro del Opus Dei a lo largo de los tiempos: trabajar siempre y en todo ad mentem Patris, ad mentem Conditoris, no apartarse de la mente del Fundador.

Casi veinte años más tarde, el 28 de enero de 1995 se celebró en la Universidad de Navarra el ya citado acto académico in memoriam. Lo presidió Mons. Javier Echevarría, Obispo Prelado del Opus Dei, que sucedía también a don Álvaro al frente de esa corporación universitaria. Muy al comienzo de su discurso, expresaba con fuerza: "Fidelidad: éste es sin duda el mejor resumen de la vida de Álvaro del Portillo, y la explicación más cabal de la honda huella que ha dejado en la Iglesia, en el Opus Dei y, por tanto, en la Universidad de Navarra. Fue siempre un hombre fiel hasta el heroísmo: fiel a Cristo, fiel a la Iglesia, fiel al soplo del Espíritu, fiel a la misión apostólica que el Beato Josemaría le transmitió".

A lo largo de la Entrevista... de Cesare Cavalleri aparece, como en un segundo plano apenas perceptible, la solicitud de don Álvaro hacia Mons. Escrivá de Balaguer. Se propone subrayar sus virtudes heroicas. Pero trasluce también la amabilidad de su tensión cordialísima en detalles de familia: comprarle una camiseta de lana, cuando pesca en Turín un fuerte resfriado; insistirle en que cambie unas gafas anticuadas; poner moqueta en el dormitorio cuando sufre un desmayo al levantarse y está un rato sin conocimiento sobre las frías losas.Fue tan leal don Álvaro que no dejaba de cumplir su tarea como Custos del Beato Josemaría por miedo a contristarle. Le hacía las advertencias que consideraba oportunas, con claridad y sencillez. En ocasiones, a Mons. Escrivá le costaba aceptarlas, y pensaba en la presencia de Dios ‑se lo oí al actual Prelado del Opus Dei‑:

"-Álvaro no me pasa una... y eso no parece cariño, sino crueldad".

E inmediatamente, el contrapunto:

"-Gracias, Señor, por ponerme cerca a mi hijo Álvaro, que me quiere tanto que... ¡no me pasa una!"

La vida de don Álvaro fue un continuo secundar al Fundador del Opus Dei. El 1º de mayo de 1962, Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer había escrito desde Roma al Consiliario de la Obra en España: "Álvaro está en la clínica, pero tenemos esperanza de que no sea necesaria otra operación. Rezad, porque si, entre vosotros, hay muchos hijos míos heroicos y tantos que son santos de altar -no abuso nunca de estas calificaciones-, Álvaro es un modelo, y el hijo mío que más ha trabajado y más ha sufrido por la Obra, y el que mejor ha sabido coger mi espíritu. Rezad".

Con la capacidad de síntesis del Beato Josemaría, estas breves líneas condensan la fidelidad de don Álvaro, rasgo destacado por cuantos le conocieron. El propio Fundador había mandado poner tiempo atrás una inscripción latina en el dintel de la puerta del despacho en que trabajaba don Álvaro: vir fidelis multum laudabitur (Proverbios 28, 20).

En 1973, con motivo del cumpleaños de don Álvaro, el Beato Josemaría aprovechó que no estaba delante para comentar su sonriente espíritu de sacrificio, que le llevaba a un "heroísmo que parece cosa ordinaria". Y añadía a los que le escuchaban en Villa Tevere:

"-Querría que le imitarais en muchas cosas, pero sobre todo en la lealtad. En este montón de años de su vocación, se le han presentado muchas ocasiones -humanamente hablando- de enfadarse, de molestarse, de ser desleal; y ha tenido siempre una sonrisa y una fidelidad incomparables. Por motivos sobrenaturales, no por virtud humana. Sería muy bueno que le imitaseis en esto".

El día de su fallecimiento, preguntaron a don Javier Echevarría:

"-¿Qué ha representado Mons. Álvaro del Portillo para el Opus Dei, cuál es su herencia?"

"-Ha dejado una huella muy profunda, y uno de sus trazos esenciales es el sentido de la filiación y el empeño de lealtad, en primer lugar respecto de Dios Nuestro Señor y, después, del espíritu del Opus Dei transmitido por el Fundador. Encarnó a la perfección en su vida todos los aspectos de la espiritualidad del Opus Dei, haciéndolos alma de su alma, sangre de su sangre".

Y todo, con una elegante humildad, llena de buen humor. Pilar Urbano habla en su libro de 1995, El hombre de Villa Tevere, de un viejo papel sin fecha, con una lacónica nota manuscrita del Fundador: "En una Obra de Dios, yo no soy más que un estorbo. / Mariano". Y a continuación: "Pues figúrese yo. Álvaro".

Don Álvaro llevaba la biografía del Fundador como impresa en la memoria. Aun así, eran extraordinarias la atención y alegría con que escuchaba o contaba cuanto se refería a él. A pesar de los años trascurridos, nunca reaccionaba con rutina o cansancio, sino con la admiración que se siente ante la novedad o la sorpresa, con el afecto intacto de un corazón joven, que nada sabe de aquella heladora indiferencia contra la que el Beato Josemaría prevenía a las almas (cfr. Es Cristo que pasa, 26).

Desde 1975, recordó constantemente sucesos y aspectos de la vida del Fundador, porque encerraban -así escribía‑ "un ejemplo de lucha heroica para alcanzar la santidad, sirviendo a la Iglesia, por el camino de fidelidad a la Obra en servicio de todas las almas". No eran relatos históricos, vividos como desde fuera. Los había incorporado plenamente a su existencia, y quería actualizarlos en la de los fieles de la Prelatura para que luchasen por identificarse "con lo que Dios nos señala, para hacer el Opus Dei".

A la responsabilidad que siempre había sentido, se unió el mandato paternal del Papa Pablo VI en una de las primeras audiencias tras su elección para gobernar el Opus Dei. En diversas ocasiones narró cómo le dijo que consideraba que el Fundador "fue uno de los hombres que había recibido más carismas en la historia de la Iglesia, y que siempre había respondido con generosidad, fiel a esos dones divinos. Y me repitió varias veces que lo consideraba un santo muy grande".

Cuando contó al Papa otros detalles de Mons. Escrivá de Balaguer, le preguntó con cariño:

"-¿Han escrito todo esto?"

Le respondió afirmativamente, y Pablo VI le aseguró:

"-Esto es un tesoro, no solamente para el Opus Dei, sino para toda la Iglesia".

Y le insistió:

"-Todo lo que se refiere al Fundador, a su enseñanza doctrinal escrita o vivida, a los sucesos de su vida, no pertenece ya sólo al Opus Dei: forma parte de la historia de la Iglesia".

Don Álvaro impulsó vigorosamente esa tarea, indispensable también para la causa de beatificación de Mons. Escrivá de Balaguer. Y se comprende su alegría en los últimos meses de 1985, según relató don Flavio Capucci, Postulador del Opus Dei, en Studi Cattolici (1994). Ultimaban la preparación de los escritos aún inéditos que debían presentarse dentro de la fase instructora del Proceso. Un día don Álvaro fue a la oficina, y estuvo charlando un rato con Flavio, quien no recuerda el asunto que trataron, pero sí la confidencia final:

"Inopinadamente, me dijo (las palabras no son textuales, pero su contenido es absolutamente fiel): 'Ahora, hijo mío, puedo entonar el nunc dimittis'. Como el anciano Simeón, del que habla san Lucas en el segundo capítulo de su Evangelio, había vivido sólo en la expectación de que se cumpliese la promesa recibida por el Espíritu Santo (...) Me estaba diciendo que el sentido de su vida se había realizado ya. 'Pero Padre, ¿en qué piensa? ¿Por qué? Si quedan aún tantas cosas por hacer', repliqué. El Padre prosiguió: 'No, tenía tres cosas que hacer antes de morir, y ya las he terminado', y comenzó a enumerarlas. Yo me alargaré, pero sus palabras fueron breves, sobrias, enunciadas sin comentario alguno: 'era preciso obtener la configuración de la Obra como Prelatura, tenía que terminar mi testimonio para el Proceso de nuestro Padre y, por último, debía escribir las notas a los Apuntes íntimos. Ahora ya he terminado'. No dijo nada más".

Según explica Flavio Capucci, los Apuntes íntimos son "ocho cuadernos manuscritos en los que el Beato Josemaría, en distintas épocas de su vida, pero sin la continuidad y la minuciosidad de un diario, tomaba nota de las luces recibidas del Señor en la oración, de las experiencias pastorales que acompañaron los primeros pasos del apostolado del Opus Dei y de los cauces que parecían delinearse para el desarrollo posterior". En 1968 Mons. Escrivá de Balaguer releyó esos cuadernos, y fue indicando los puntos en que parecía necesario añadir alguna glosa o anotación, cara a la futura comprensión de esos textos.

Ese material estaba empaquetado, con la indicación expresa del Fundador de que, si fallecía antes de haber podido realizar personalmente ese trabajo, se ocupase su hijo Álvaro de redactar las notas, en los lugares señalados. Consistía en explicar el contexto, las circunstancias históricas, o posibles motivaciones de fondo, para lograr que esos apuntes, escritos normalmente el día que ocurrió cada suceso, se entendieran bien al cabo de los años.

Ya avanzado el estío de 1985, a don Álvaro se le veía contentísimo por haber terminado de anotar esos cuadernos; sólo le faltaba revisar un poco el estilo de algunas notas, y redactar una introducción; pero lo fundamental -el encargo del Fundador‑ estaba cumplido. Efectivamente, el 15 de septiembre lo contaría gozoso en Roma:

"-¡Me he quitado un peso de encima! Tenía sobre mí ese mandato del Padre, pero no había podido cumplirlo en estos años".

Además, no se cansó de evocar recuerdos y sucesos ordinarios de la convivencia familiar con Mons. Escrivá: desde aspectos decisivos de su santidad y de su celo por las almas, hasta retazos que componían su personalidad humana, su sentido del humor, en situaciones vitales tal vez intrascendentes. No faltaban tampoco escenas de juventud o noticias del hogar paterno, que don Álvaro había oído al Beato Josemaría.

La mayor parte de esas secuencias están publicadas. Otras quizá no, como el afecto con que doña Dolores Albás trataba a una gitana de Barbastro, llamada Teresa, que lo pasaba muy mal: no se limitaba a darle limosnas, sino que intentaba consolarla con oportunos consejos, mientras charlaba con ella en su propio dormitorio; era una excepción muy rara, pues doña Dolores no llevaba a su cuarto ni a amigas de mucha confianza: pero le daba mucha pena el intenso sufrimiento de aquella buena gitana.

Hasta que lo oí a don Álvaro, no supe tampoco que a don José Escrivá se le daba muy bien el baile. Doña Dolores lo señalaba con una expresión castiza: "bailaba en la punta de un espadín". También conocí entonces una frase que repetía don José: "las medias, para los pies". Condensaba su experiencia negativa de haber ido a medias en los negocios.

Otros recuerdos eran puramente festivos, como la anécdota de un chófer primerizo en la España de los años cuarenta. Se llamaba César, y no debía de ser muy buen conductor. Llevaba un día al Fundador por Madrid, junto con fray José López Ortiz y don Casimiro Morcillo. En el Paseo de la Castellana, cerca de la Plaza de Colón, se salió de la calzada, estuvo a punto de atropellar a unos viandantes y acabó estrellándose contra una farola. El Beato Josemaría tuvo una de sus rápidas salidas:

-Ave, Caesar, morituri te salutant!

Y a César, que no había entendido nada, no se le ocurrió otra cosa que contestar:

"-Muchas gracias, Padre".

El cariño filial de don Álvaro a Mons. Escrivá no había olvidado aspectos humanos muy sencillos. El 6 de septiembre de 1993, almorzó en un Centro del Opus Dei en Zaragoza, camino de Madrid desde Torreciudad. En la tertulia, junto con hechos decisivos de la vida del Fundador acaecidos en esa ciudad, mencionó algunas expresiones aragonesas que utilizaba en ocasiones, como desgana ‑por hambre-, laminero ‑por goloso-, lagotero -por cobista. Se acordó entonces también del adjetivo que empleó una vez para describir la ropa de cama ‑áspera, mal lavada- de una casa en que debió alojarse: arguellada. Y, en fin, del nombre de quien se ocupaba de los transportes de un pueblo a otro -el tío traidor, el que trae- equivalente al ordinario en Castilla, o al cosario de tierras del Sur.

Por afecto a Mons. Escrivá, don Álvaro quiso de modo entrañable a Barbastro y a sus gentes. Se notaba cuando salían en la conversación historias y paisajes del Somontano aragonés. Y se advertía más vivamente aún durante sus estancias en Torreciudad. Cuando le resultaba posible, no se limitaba a visitar lugares relacionados con la familia del Fundador; dedicaba también tiempo a antiguos amigos, así como a las autoridades civiles y eclesiásticas de Barbastro.

Pude observar las múltiples facetas de esa corriente de cariño mutuo el 3 de septiembre de 1992, durante el acto de homenaje al Beato Josemaría Escrivá de Balaguer celebrado en Barbastro. A media tarde, don Álvaro acudió al Ayuntamiento, donde fue recibido por la Corporación municipal. Firmó en el Libro de Honor de la ciudad, con unas sentidas palabras que finalizaban: "Como obispo, como sacerdote, rezo todos los días por Barbastro, con una deuda de agradecimiento, que me complace cumplir". Se palpaba su aprecio a las gentes del Somontano -y a sus ilusiones, costumbres y paisajes‑, con más cariño quizá que si hubiera nacido allí: porque, también en este punto, reflejaba fielmente el eco de Josemaría Escrivá en su propia existencia.

Don Álvaro sintió, especialmente desde 1975, la responsabilidad de impulsar diversos trabajos para reconstruir la vida del Fundador, también porque le interesaba no perder ideas o matices de su predicación. Se ocupó asimismo de dar a la imprenta escritos inéditos, convencido del gran bien que harían a las almas.

El primer libro póstumo de Josemaría Escrivá fue Amigos de Dios, que apareció a finales de 1977. Don Álvaro estuvo muy pendiente de la publicación de esa nueva serie de homilías ‑sobre diversas virtudes-, y escribió una amplia presentación.

De febrero de 1981 es la primera edición del Vía Crucis, compuesto siguiendo instrucciones bien precisas de don Álvaro. Incluía unos comentarios breves y jugosos del Fundador sobre cada una de las estaciones de esa antigua devoción cristiana. Se añadieron a cada escena unos puntos de meditación, tomados de la predicación verbal o escrita de Mons. Escrivá de Balaguer.

Apenas un mes después, don Álvaro pasó unos días en Madrid. Manifestó entonces su deseo de terminar otros trabajos prioritarios para poder enviar a la imprenta nuevos libros: más homilías y, sobre todo, Surco y Forja. Nos confió que debía hacer una revisión final, con don Javier Echevarría, para comprobar que todo coincidía con el original previsto por Mons. Escrivá de Balaguer: y ése era justamente el cuello de botella, pues en aquel momento se ocupaban de asuntos mucho más urgentes.

Durante el verano de 1985, en cuanto terminó de anotar los apuntes y cuadernos del Fundador, abordó el repaso de los originales de Surco y Forja, con la ayuda de don Javier. La tarea estaba pendiente al menos desde 1950, cuando en el prólogo de la séptima edición castellana de Camino, el autor prometía otro libro ‑Surco‑, "que pienso entregarte dentro de pocos meses". Pero no tuvo materialmente tiempo para revisarlo. El 8 de septiembre de 1960, en el Colegio Mayor Aralar de Pamplona, preguntamos al Fundador del Opus Dei por esa obra, y recuerdo la rapidez de la respuesta, con un dicho castellano:

"-No se puede repicar y andar en la procesión". De ese modo castizo, Mons. Escrivá aludía -según comentaba en ocasiones semejantes- a tareas de gran entidad, relativas a la formación de los miembros de la Obra, que en aquel tiempo había alcanzado una gran difusión por todo el mundo.

Mons. Escrivá de Balaguer había terminado el original ‑guardado en sobres corrientes‑, incluidos los dos bellísimos prólogos. Cada sobre correspondía a uno de los capítulos previstos en el índice general. Pero, para el repaso global ‑incluido comprobar que no había repeticiones, y corregir erratas o enmendar posibles lapsus-, hacía falta disponer de unos días seguidos, tranquilos, sin interrupciones. Al acabar el verano de 1985, don Álvaro estaba francamente contento también por haber podido culminar otro objetivo pendiente.

A comienzos de enero de 1986, salían de la imprenta Surco y Forja, listos para entregar a la Congregación para las Causas de los Santos, entre los demás documentos necesarios para el proceso de beatificación de Mons. Escrivá de Balaguer. Pronto se enviaron a Regiones de habla no castellana, para preparar con antelación las traducciones. Se publicarían tal como los había dejado el Fundador, explicaba don Álvaro:

"-No lo vamos a manosear; y así el lenguaje tendrá más frescura, mayor espontaneidad. Únicamente se introducirán pequeñas correcciones -algunos signos de puntuación, erratas de imprenta o de transcripción-, que se han detectado en los primeros ejemplares, destinados a preparar las traducciones".

Efectivamente, algún lector conspicuo ha advertido, dentro de la unidad de espíritu y de estilo, la diferencia de matices lingüísticos en puntos que se leen seguidos, pero fueron escritos en épocas históricas distintas.