El pueblo que supo acoger a los inmigrantes

Una alfombra de 66 millones de olivos cubre la provincia de Jaén. Decenas de miles de inmigrantes trabajan allí recogiendo aceitunas. Muchos de ellos duermen al raso, sin un sitio donde resguardarse del frío. Otros, viven hacinados. Pero desde hace cuatro años, los vecinos de Castillo de Locubín, un pequeño pueblo de la sierra sur, se han puesto de acuerdo para que todos duerman bajo techo.

Enfundados en monos de colores, los inmigrantes se mueven entre los troncos retorcidos del olivar. De sol a sol cosechan sus jornales, trabajando hasta que la luz del día se extingue. Después, a muchos les espera un lugar donde dormir hacinados junto a otros doce o quince trabajadores. Otros muchos dormirán, simplemente, al raso.

Sin ellos no sería posible cosechar la aceituna, de la que se extrae el 40 por ciento del aceite de toda España. Pero la provincia no ha logrado ofrecerles aún unas condiciones dignas para vivir. En un pequeño pueblo de la sierra sur, sin embargo, la iniciativa de una persona ha servido para acabar con este problema. Hoy, en Castillo de Locubín (4.000 habitantes), todos los inmigrantes disponen de una vivienda decente.

“Teníamos un problema francamente serio: los empresarios necesitaban contratar mano de obra, pero no teníamos infraestructura para que estos inmigrantes pudieran alojarse”, explica el alcalde del municipio, Cristóbal Rodríguez (PSOE). El problema era el mismo en todos los pueblos olivareros de los alrededores. Las precarias condiciones de vida de los temporeros que llegan cada año a la provincia han saltado a los medios de comunicación, y entidades como Cáritas se han puesto en marcha para socorrerles.

Junto a la producción de aceite, Castillo de Locubín es famoso por sus cerezas, que han dado origen a una de las fiestas más importantes de la zona y a toda una retahíla de platos elaborados con este dulce ingrediente. Pero el pueblo no tiene jóvenes: es uno de los municipios más envejecidos de la provincia. Hasta 700 viviendas permanecen vacías, fruto del fallecimiento o de la marcha de sus inquilinos a la capital. “Había un problema de alojamiento y teníamos casas vacías: se trataba de casar eso”, considera Juliana, la trabajadora social del Ayuntamiento.

Pero los dueños de las viviendas se negaban a alquilar: no se fiaban de los inmigrantes. “Entonces llegó Toñi y contactó con los empresarios y con los propietarios y los puso de acuerdo”, relata la concejala de Asuntos Sociales, Rosa María López.

Así erradicaron el problema de la vivienda

Toñi reside en Jaén capital pero llevaba un tiempo visitando más asiduamente su pueblo para cuidar a su padre, que había caído enfermo. En ese periodo se dio cuenta de que el mayor problema del municipio era el de las condiciones en las que vivían y trabajaban los inmigrantes, y decidió lanzarse a promover una iniciativa de voluntariado apoyada por la Fundación Aliatar, de la que es voluntaria.

“Fuimos buscando a los dueños de las viviendas y planteándoles con una seguridad muy clara que no iba a pasar nada si alquilaban esa casa”, recuerda la propia Toñi. La Fundación secundó la iniciativa, aportando un grupo de voluntarios que desde entonces ponen en contacto a empresarios y propietarios, supervisando todo el proceso.

La iniciativa tuvo éxito, porque junto a la confianza generada por la propia Toñi y el respaldo de la Fundación, contó con el apoyo del propio Ayuntamiento, que facilita desde entonces muebles de un pequeño almacén y todo lo necesario para equipar las casas. Los empresarios se comprometieron con los dueños de las casas en hacer frente a cualquier posible desperfecto y descontarlo de los salarios de los temporeros. Todos quedaban así obligados a que la cosa funcionara. Muchos vecinos, contagiados por el espíritu de la iniciativa, donan mobiliario para abastecer el almacén, ofrecen ropa de abrigo o entregan radiadores para los inmigrantes.

“Soy del Opus Dei y ahí he aprendido que las personas son importantes en cuerpo y alma, en sentido amplio. Me importa muchísimo que esa persona descanse, que esté a gusto, que esté bien tratada, como un vecino más del pueblo. Por eso cuando vine aquí y vi este problema comencé a trabajar por atajarlo”, recuerda Toñi.

Empezaron con tan sólo cinco viviendas, a las que cada año fueron sumando unas 10 más. Hoy son 72 las casas en las que conviven los inmigrantes, donde descansan y reponen fuerzas para el trabajo. “Para mí es una gran satisfacción que en mi casa vivan cinco personas que vienen a trabajar”, considera María, una de las propietarias que decidió alquilar su casa para acoger a los inmigrantes. María invita a todas las personas que poseen viviendas vacías a hacer lo mismo.

Cuatro años después, gracias a esta ola de solidaridad gestionada desde la Fundación Aliatar, “el problema se ha erradicado del municipio”, según asegura el alcalde, y con tal éxito que desde otros municipios se han puesto en contacto con la corporación para pedir consejos sobre cómo abordar la misma problemática.

Inmigrantes acogidos y tratados con afecto

La campaña de la aceituna, que se prolonga durante los meses de invierno, suele atraer a unos 500 temporeros, muchos de ellos del África subsahariana. Este año las penosas condiciones del campo redujeron la cosecha, y el municipio acogió únicamente a 321, pero todos tuvieron un lugar donde dormir, comer y asearse con agua caliente.

Los inmigrantes, además, son acogidos y tratados con afecto por empresarios y vecinos. La convivencia ha mejorado, y algunos patronos, como el olivarero Rafael Peinado, hablan de los temporeros como de “alguien más de mi familia”. Rafael, de hecho, se ha hecho cargo del tratamiento médico de uno de sus trabajadores, Karamoko, un subsahariano de 28 años a quien, al poco tiempo de llegar al pueblo, le diagnosticaron una leucemia. Desde entonces Rafael lo acompaña al médico y está pendiente de todo lo que necesita. “Es como mi hijo”, dice.

Otro de sus empleados, Yusifu, procedente de Ghana, lleva 18 de sus 42 años en España y, de ellos, cinco trabajando en la recogida de la aceituna. Como otros muchos durmió por temporadas en la calle, pero ahora, gracias a Rafael y a personas como Toñi, sus circunstancias han cambiado.

“Gracias a Dios que me he liado en este ‘fregao’, que es apasionante: el trato con el empresario, con el inmigrante, con el casero, con el voluntario…”, considera Toñi, que descubre en todas esas personas “una sensibilidad impresionante”. El cariño que recibe de todos ellos es, según dice, el mayor pago que tiene por la labor que realiza.