UNA AVENTURA MARAVILLOSA

Margarita es Numeraria Auxiliar del Opus Dei. Es de Mollejones, cercano a Turrialba, Costa Rica. Conoció el Opus Dei en Japón, a través de su trabajo ordinario en las labores domésticas.

Soy la mayor de once hermanos; crecimos en la zona atlántica de Costa Rica, en la Provincia de Cartago, a unas dos horas de la ciudad de Turrialba. El lugar, Mollejones, cercano al Río Pacuare, queda en alto con una vista amplia hacia los sembrados de caña de azúcar y los potreros con ganado vacuno y árboles de laurel. 

Cuando cumplí los quince años, me fui a San José, para hacer los estudios de secundaria. Viví con la familia de una tía y trabajaba en “La Españolita”, un negocio de panadería, repostería y café, que se hallaba en el centro de la ciudad.

En tiempos libres ayudaba en la casa de una señora vecina de mi tía. Pasaron los años y un día me preguntó si no me gustaría ir ¡a Japón! con una conocida suya, esposa del embajador de Costa Rica en ese país, que necesitaba ayuda para cuidar a sus hijos pequeños. La aventura me atrajo y así fue como, en mayo de 1975, emprendimos el viaje. En Tokio me enteré, en el mes de junio, del fallecimiento de Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, pues doña Irma —la señora— era Cooperadora de la Obra y apreciaba el espíritu de este sacerdote que murió, según supe después, en olor de santidad. 

Desde el principio ella me prestaba libros y folletos sobre la vida cristiana y, gracias a éstos y a su ayuda, fui aprendiendo a vivir diversas prácticas de piedad. Me explicó también qué es el Opus Dei. Me facilitó la primera biografía de San Josemaría que se publicó: ¡cuánto me gustó! Leí Camino de un tirón, y éste pasó a ser mi libro de cabecera. Poco a poco, llegó a cautivarme la persona y el espíritu de San Josemaría. Lo admiraba y me atraía, pero pensaba que el Opus Dei no era para mí, pues me parecía algo muy grande, dirigido a personas selectas.

De esta señora aprendí también a tener un inmenso cariño por el trabajo de la casa, por el cuidado de los pormenores de limpieza, decoración, plantas, cocina, ropa, etc. Doña Irma, con su creatividad, sabía hacer hogar, con sus actitudes y con su trabajo. Puso los cimientos de mi vocación profesional, pues lo vi hecho vida, sin rehuir el esfuerzo, con el deseo de hacer felices a los demás y sorprenderlos.

A cien metros de nuestra Embajada había una iglesia católica. Allí se organizaron retiros para señoras, que un sacerdote y dos mujeres del Opus Dei atendían viajando desde la ciudad más cercana. Se comenzó con quince personas; luego el grupo aumentó y llegaron a ser sesenta señoras. Unas bautizaron a sus hijos, otras recibieron el Sacramento del Matrimonio y todas pudieron orientar cara a Dios muchas inquietudes y circunstancias particulares propias de la confluencia de dos culturas en un mismo hogar. En estas ocasiones, las mujeres de la Obra que llegaban a Tokio se hospedaban en casa; me explicaron aspectos de la santificación del trabajo y del espíritu que las animaba. En una de esas veces, cercana la Navidad de 1977, visité con ellas un Centro del Opus Dei. Así fue como conocí a alguna Numeraria Auxiliar del Opus Dei. Me dedicaron el día y al final, me acompañaron a tomar el tren de regreso. Fue la primera y única vez que estuve en un Centro de la Obra, antes de pedir la Admisión en el Opus Dei.

Al aprender a amar los trabajos del hogar, me di cuenta de la maravilla de esa profesión —que antes no apreciaba— y que valía la pena orientar mi vida hacia ella. Poco a poco me di cuenta de que Dios me estaba llamando ahí, en donde me encontraba metida, cada vez más contenta, y decidí decirle que sí, pidiendo ser Numeraria Auxiliar, es decir, aceptando esa vocación maravillosa que Dios me enviaba, para dedicarme a las tareas domésticas, y que lleva, como más adelante aprendí, a compaginar, como las hermanas de Lázaro, la oración de María y el trabajo de Marta, como le gustaba decir a San Josemaría.

Tengo presente que con mi trabajo bien hecho y ofrecido a Dios estoy apoyando a la Iglesia, a la Obra, ¡al mundo entero! —pues pongo intenciones de todo tipo a mi tarea— y, además, facilito el ambiente de familia a las personas que reciben ese servicio, que tendrán deseos —así lo pienso— de contagiar el espíritu cristiano que en la Obra se nos inculca.

Y yo, que deseaba tanto estudiar, gracias a Dios lo he podido hacer. Me he formado en la Academia de Alta Cocina Guaitil, en San José (Costa Rica), en donde soy profesora e instructora. La Academia capacita a mujeres para que tengan un alto nivel profesional en las tareas del hogar, que tanto ayudan a elevar el tono humano y espiritual de las personas. Por eso considero que esta profesión es una aventura maravillosa: poder servir a nuestra sociedad actual en algo tan noble.

Al hacer lo que Dios quiere, he logrado lo que nunca me hubiera imaginado: he llegado a publicar un libro sobre el cuidado de las plantas, y otros sobre menús y recetas de cocina. Me he encargado, además, de sacar adelante unas clases de cocina en Cipreses de Cartago, a las que llegaban muchas señoras, que luego ponían por obra lo aprendido en sus hogares, llenas de ilusión y alegría. Y es que el interés por la formación en las tareas del hogar ¡siempre va a estar de moda!