“Sé fiel, sé apóstol”, me dijo Juan Pablo II

Alejandra Vanney es abogada y en los años noventa se trasladó a Polonia para apoyar los comienzos de la labor apostólica del Opus Dei en ese país. Por su trabajo en la Universidad de Varsovia viajó a Roma y participó en encuentros que tuvo el Papa Juan Pablo II con grupos reducidos de polacos, en esas ocasiones pudo comprobar personalmente el cariño humano y sobrenatural del nuevo santo.

“¡Aleksandra!”, me decía Juan Pablo II cuando me descubría entre un grupo de polacos.

Le doy gracias a Dios por haber tenido la oportunidad de conocer personalmente a un santo que, siendo universalmente reconocido como “El Grande”, me mostró una santidad normal. Era cariñoso y estaba pendiente de las personas, una por una.

“¡Aleksandra!”, decía cuando me descubría entre un grupo de polacos. Confieso que a veces Monseñor Estanislao Diswisz, su secretario personal le soplaba: “Es de Argentina, de Polonia, del Opus Dei…”.

Quería a las personas y tenía un corazón universal que lo llevaba a amar cada carisma de la Iglesia. En una oportunidad vi como se acercó a un grupo de carmelitas y les hizo una broma diciéndoles: “¿Se escaparon de la clausura?” También vi cómo se hizo italiano con los italianos. Concretamente, en un encuentro con una familia italiana comentó, “¿Pero cómo? ¿el Nono y la Nona están de pie?”, y se ocupó de que les buscaran una silla a cada uno.

Alejandra con Juan Pablo II

Mostraba una gran delicadeza con cada persona. En una audiencia en que estuve presente un señor le estaba mostrando un libro. Como era muy pesado, Juan Pablo II le sugirió que lo apoyara en una mesa. Sus secretarios movieron algunas sillas y la persona que estaba con libro no lo notó y al querer sentarse se cayó al suelo. Instantáneamente a los presentes se nos escapó la risa. En seguida el Papa nos miró sorprendido y nos hizo notar nuestra falta de caridad.

En esas audiencias con grupos chicos de polacos, iban representantes de instituciones diversas: scouts, coros, obispos con seminaristas. Tenía una gran capacidad para conversar sobre lo que le interesaba a cada grupo, escuchando a cada uno. A los obispos les preguntaba por sus seminaristas, quiénes eran, cómo estaban.

Una vez le transmití la preocupación que tenía por una persona que estaba alejada de Dios y poniéndose serio me dijo: “¿Se lo pides a San Josemaría?”, “Si se lo pido” le dije. “Pues confía en él”, me respondió.

Cuando estaba con él me daba cuenta de que me conocía y sabía lo que me pasaba. Una vez le transmití la preocupación que tenía por una persona que estaba alejada de Dios y poniéndose serio me dijo: “¿Se lo pides a San Josemaría?”, “Sí se lo pido” le dije. “Pues confía en él”, me respondió. Después, con esa capacidad que tenía de pasar de lo más sublime a lo más humano, cambiando la cara seria y con una sonrisa cómplice me aseguró: “Tú no te preocupes, el Papa va a rezar.”

Cuando estuvo con mis padres fue muy cariñoso. Apenas los vio les dijo: “Les quiero dar las gracias”. Se refería al hecho de tener una hija entregada a Dios y aceptar que viviera lejos de ellos.

Recuerdo especialmente la vez que lo vi junto con un grupo de polacas con ocasión del Jubileo del año 2000. Nos animó con muchísima fuerza a ser generosas con Dios: “En estos días Jesús va a pasar muy cerca”, dijo. Y agregó: “Les pido que si las llama a darlo todo no le digan que no. Se los pido como el vicario de Cristo, es el argumento más fuerte que tengo”.

En ese momento habló su secretario personal y aseguró: “El Papa está muy contento porque sabe que puede contar con los jóvenes del UNIV aunque no los vea.”

La última vez que lo vi, pocos días antes de su muerte, estaba en la Biblioteca del Apartamento Pontificio, pude decirle algunas cosas y él me miraba sin hablar. Estaba muy mal. Como yo acababa de participar en el Univ, el encuentro de universitarios que nació en 1968 por impulso de San Josemaría, y esta vez por su estado de salud no habíamos tenido la tradicional audiencia con el Papa, le dije que este año había estado más presente que nunca porque habíamos rezado mucho por él. En ese momento habló su secretario personal y aseguró: “El Papa está muy contento porque sabe que puede contar con los jóvenes del UNIV aunque no los vea.”

Finalmente, cuando ya me estaba yendo Juan Pablo II me dijo: “Sé fiel, sé apóstol”.