¿Su virtud preferida? La sinceridad

Pippo Corigliano ha dirigido por muchos años la oficina de prensa del Opus Dei en Italia. En estas líneas, cuenta algunos recuerdos de san Josemaría, al que tuvo oportunidad de conocer.

Pippo (Giuseppe) Corigliano es napolitano. Se licenció en Ingeniería en Nápoles y en los años 70 se trasladó a Milán, donde empezó a tener contacto con los medios de comunicación. Desde 1980 hasta 2011 ha dirigido en Roma la Oficina de Información del Opus Dei para Italia. Ha publicado diversos libros de espiritualidad. En este artículo nos cuenta algunos recuerdos del Fundador del Opus Dei, en el año en que se cumplen los 40 años del fallecimiento de san Josemaría.

En 2015 se cumplirán 40 años de la muerte de san Josemaría.

Me parece increíble que haya pasado tanto tiempo de un hecho que recuerdo con tanta nitidez. Estábamos comiendo en un centro de la Obra en Milán cuando el sacerdote don Mario Lantini recibió una llamada urgente. Cuando regresó, dijo conmovido: "El Padre ha muerto". Nos quedamos de piedra. Interrumpimos la comida y fuimos al oratorio. Después, acompañé a Cesare Cavalleri, que aquel día había venido a comer, al tren. Era el 26 de junio y el día era espléndido, un sol radiante resplandecía en Milán. Cuando dejé a Cesare, miré a mi alrededor, me parecía extraño que todo estuviera tan alegre, mientras yo tenía ese peso en el corazón.

Hace menos de tres meses, había sido invitado a Villa Tevere, en Roma y, después de la comida, había contado al Padre algunas anécdotas del encuentro organizado durante la Semana Santa con estudiantes italianos en una residencia universitaria situada en el barrio romano del Eur. Algunos de esos universitarios habían pedido la admisión en la Obra y el Padre comentó: "Es cuestión de fe, no es cuestión de otras cuestiones", aludiendo al apostolado.

Me recomendó ser comprensivo con las debilidades de los jóvenes "que además son iguales a las nuestras"

Me recomendó ser comprensivo con las debilidades de los jóvenes "que además son iguales a las nuestras" añadió. Y dijo una frase que don Álvaro recogió en la primera carta que escribió después de la muerte del Padre (El beato Álvaro del Portillo fue un fiel colaborador de san Josemaría, y su primer sucesor en la guía del Opus Dei). "Lo peor que nos puede pasar en el Opus Dei es que no se note que nos queremos". Una frase que ha sido siempre fuente de inspiración para mí en el trato con los demás. No me alargo en referir las bromas que hizo en aquella ocasión, aunque al inicio yo había notado que estaba cansado, ese cansancio desapareció rápidamente al hablarle del apostolado.

Un clima de familia

Pensé en la primera vez que había visto a san Josemaría en aquella misma sala en 1961. Tenía 19 años y estaba emocionado porque conocería al autor de Camino, el libro que llevaba varios años leyendo. Había pedido la admisión en el Opus Dei como numerario el año anterior y noté que los demás, más mayores que yo, también estaban nerviosos con la llegada del Padre. El clima cambió por completo apenas vimos la sombra de dos sacerdotes. El segundo, don Álvaro, sonriendo se dirigió al fondo de la habitación, mientras el Padre se sentaba sobre el brazo de un sofá.

San Josemaría con el beato Álvaro del Portillo

Comenzó rápidamente a bromear con todos y se creó un clima de familia que posteriormente he visto siempre alrededor del Padre. En un cierto momento, vió a Giorgio del Lungo que había regresado de Suiza. Le puso las manos sobre la cara y lo miró con una mirada tan cariñosa que entendí al instante cuánto nos quería el Padre, con corazón de padre y de madre. Recuerdo también una escena habitual: el Padre se detiene mientras está hablando y dice con voz alta: "¡Álvaro!" e inmediatamente la voz de don Álvaro que pronuncia la palabra que el Padre buscaba.

Entre tantos recuerdos, hay uno de una comida que tuve la suerte de compartir con el Padre en Civenna, un pueblecito que se eleva entre los dos lados del lago de Como, en el verano de 1972. Con la excusa de llevarle correo, cada uno de nosotros iba por turnos a donde estaba el Padre y allí se quedaba casi todo el día. El Padre me preguntó: "¿Estás bien en Milán?" Recordando que al Padre le gustaba bromear sobre los lugares de proveniencia (lo hacía sobre todo con Peppino Molteni, de Brianza), respondí: "Padre, Milán tiene una ventaja. Cuando te vas, estás en un sitio mejor". El Padre sonrió pero no añadió nada. Después de veinticinco años don Javier, Prelado del Opus Dei, repitió la misma frase a un periodista milanés que le había presentado: "como dice Corigliano, Milán tiene una ventaja...". Comprobé asombrado, una vez más, la prodigiosa memoria de don Javier.

Permanecí allí todavía más tiempo en aquella inolvidable tarde. El Padre me dio a besar la reliquia de San Pío X que llevaba colgada en el cuello, mientras don Javier fingía protestar: "Pippo, ¡cómo te aprovechas!". En aquellos años el Padre sufría por la situación de la Iglesia, a causa de las turbulencias del posconcilio.

En los años sesenta, estando todavía en Nápoles, organizábamos excursiones para ir a ver al Padre con los chicos que frecuentaban la Residencia Monterone, muchos de los cuales ya eran de la Obra. Eran encuentros de una increíble alegría. Una vez llevamos como regalo un carrito de cerámica de Vietri tirado por un burrito, el animal que más le gustaba al Padre y uno de los estudiantes cantó en un napolitano comprensible "Tu sì ‘na cosa grande pe’ me!".

Se creaba un clima que se refleja perfectamente en las películas de los encuentros de san Josemaría con tanta gente (filmarlas fue una idea de don Álvaro). Esas películas son para mí, y creo que para muchos, un tesoro inestimable. Es como volver a encontrar a san Josemaría. Cada vez que las veo, me digo: "Pippo hace falta volver a empezar" como si hasta ahora no hubiese dado ningún paso en el camino de la fe y del amor.

El Padre conocía perfectamente la psicología de las personas y daba ejemplos concretos que se quedaban en la memoria, sobre todo para los más jóvenes. Por ejemplo, para explicar que no se puede abrazar sólo una parte de la fe, decía que en ciertas cosas no se admiten las medias tintas. Un médico no puede decir a una señora: "usted está bastante embarazada", o lo está o no lo está. Los chicos reían divertidos y el concepto se quedaba fijado en la cabeza.

La virtud preferida

Las respuestas que daba a las preguntas que le hacían eran siempre distintas y sorprendentes porque comprendía el estado de ánimo del interlocutor y se adaptaba a su situación. A la misma pregunta respondía diversamente, excepto cuando le preguntaban cuál era su virtud preferida. "La sinceridad", era la respuesta inmediata.

San Josemaría con el beato Álvaro del Portillo y algunos miembros de la Obra en Roma

El Padre vivía todas las cosas de forma apasionada. Un día nos dijo que teníamos que tener el pecho de cristal para que pudieran leer dentro, sobre todo quien tuviera la tarea de hacerlo porque el Señor concede abundantemente la gracia de la humildad a aquellos que ven en la ayuda de la dirección espiritual la voz del Espíritu Santo. Después pasó a hablar de la situación de la Iglesia y nos dijo, más o menos, "si yo tuviera el pecho de cristal veríais mi corazón que sangra". Lo dijo de una forma tan intensa que me conmoví. Casi podía ver el corazón del Padre sangrando.

Por encima de este temperamento apasionado, él había construido un método férreo para ser ordenado. Los dos sacerdotes que estaban siempre a su lado lo ayudaban en esto. Apenas llegaba a un sitio hacía un horario y se atenía a él rigurosamente, pero siempre con la elasticidad de un padre. Si alguno estaba enfermo encontraba siempre tiempo para ir a verlo y divertirlo.