“Entendí la Obra como una gran catequesis”

Elena Rodríguez Vargas es una vallisoletana de 38 años, la mayor de cinco hermanos. Conoció el Opus Dei con 19, a través de Alcazarén, un centro educativo del Opus Dei en Valladolid

¿Cuándo conociste la Obra?

Tenía 19 años, aunque unos años antes ya había oído hablar de ella. Mi mejor amiga y mis primas empezaron a estudiar en Alcazarén. Al ver que ellas asistían después de las clases a medios de formación cristiana, pregunté si no podría ir yo también. Me dijeron que eso era una cosa seria, y me lo tomé con responsabilidad. Por entonces lo que ya estudiaba me permitía trabajar al mismo tiempo y empecé a hacerlo en la administración de un centro. Esos años de trabajo me ayudaron en primer lugar a poner orden en  mi vida y después a conocer mucho mejor la Obra.

¿Por qué te hiciste del Opus Dei?

Primero porque Dios lo quería, es una vocación, y lo entendí en su momento. Los acontecimientos se van entrelazando y empiezas a comprender tu vida de una forma distinta: todo encaja. San Josemaría decía que si contásemos el proceso íntimo de nuestra vocación todo el mundo juzgaría que es cosa del Cielo; yo también lo creo. A mí me costó. La pelea interior se intensificó las navidades del 93, y desde el mismo 23 de marzo, día en que don Álvaro del Portillo -el primer sucesor de San Josemaría- fallecía, hasta el 25 de junio, día en que hubiera celebrado en la tierra sus bodas de oro sacerdotales, mantuve una verdadera lucha. Al final me decidí a responder que sí a la voluntad de Dios y puedo decir que debo mi vocación a don Álvaro.

Tu comprensión de la llamada es clara, pero ¿por qué sabes que Dios lo quiere?

Porque conozco mis condiciones. Por ejemplo, es lógico que si soy coja de nacimiento, nadie me pida que compita en los juegos olímpicos corriendo los 100 metros lisos. Lo que se ve tan claro en lo físico, también se ve por dentro. Desde que tenía 16 años iba a Lourdes, como voluntaria, acompañando a enfermos; he ayudado en las piscinas; en los comedores… Ves muchas cosas; pero lo que verdaderamente me arañaba el alma no era la falta de salud, sino la falta de formación sobre la fe católica que encontraba en gente muy buena. Personalmente no siempre hacía las cosas bien, pero cuando fallaba, sabía que lo había hecho mal. En cambio, me encontré con muchas personas que no conocían siquiera que ofendían a Dios. Cuando conocí el Opus Dei, pronto entendí la Obra como “una gran catequesis” (expresión que le gustaba decir a San Josemaría) y esto calmaba mi inquietud.

Una entrega total es exigente hoy en día, ¿ha sido difícil para ti renunciar a un amor en la tierra y formar una familia?

Una vez que Dios me hizo ver que me quería en el Opus Dei, me hizo comprender que necesitaba un amor exclusivo. Esto no quiere decir que me considere autosuficiente; necesito de los demás como cualquiera; para otras personas, el matrimonio es considerado un escalón para el Cielo; en mi caso, el celibato es la rampa por donde yo lo alcanzo. En los dos casos cuesta subir, porque ganar el Cielo requiere esfuerzo.

¿Cómo descubriste que Dios te quería como Numeraria Auxiliar?

La verdad es que no me veo en otro sitio dentro del Opus Dei. El trabajo de la administración saca lo mejor de mí, y no me refiero simplemente a la habilidad manual, aunque ciertamente es una satisfacción poder hacer mejor las cosas cada día, sino a la oportunidad que ese trabajo me brinda para servir a los demás. El servicio es el núcleo de cualquier trabajo.

¿Cómo saca lo mejor de ti misma?

"El trabajo saca lo mejor de mí, la oportunidad para servir a los demás"

Porque es una escuela de virtudes, un entrenamiento sin el que no hubiera alcanzado humanamente buena parte de lo que ahora soy. Por otro lado, lo que es más importante en la administración, se trata de un servicio directísimo a Dios. En primer lugar, por cuidar los oratorios de los centros del Opus Dei y, en segundo, porque cuidas de personas del Opus Dei. Lo realmente maravilloso de mi labor no es otra cosa que hacer familia, hacer hogar. Los que pertenecemos a la Obra tenemos la conciencia de ser familia porque lo vivimos a diario y lo comprobamos.

¿Podrías poner algún ejemplo?

Pues sí, lo palpo en lo que yo llamo “los milagros de la administración” que son esas coincidencias que hacen que seas oportuna, que des a una persona lo que realmente necesitaba en ese momento. Suceden cosas graciosas, como que venga un invitado y, sin saberlo, prepares su plato favorito; que en un cumpleaños la decoración traiga a la memoria recuerdos de infancia, etc. 

¿Y ese servicio es mutuo?

Por supuesto. Cada uno en su casa aporta todo lo que puede para dar el menor trabajo posible. En los 15 años que llevo trabajando he visto como cuando llego a limpiar encuentro habitaciones recogidísimas, baños ordenados… En fin, como en cualquier familia, porque donde hay cariño todos tienen cuidado de los demás y lo demuestran a la primera oportunidad.

Para ir terminando, ¿solo te dedicas al trabajo de la administración o lo concilias con otras actividades?

El tiempo que no dedico a la administración lo invierto en la formación de gente joven. Trabajo en un proyecto educativo enfocado a preparar humana y espiritualmente a las personas que frecuentan el centro donde vivo para que el día de mañana sean buenas hijas de Dios, buenas profesionales, ciudadanas y madres de familia, si es el caso. Por descontado mi especialidad es todo lo que favorece el hacer familia. Tengo comprobado que si alguien aprende a convertir su casa en un hogar se gana a toda la familia.