En memoria de Álvaro Domecq

El pasado 6 de octubre falleció en Jerez el ganadero y rejoneador Álvaro Domecq a los 88 años de edad. Era supernumerario del Opus Dei y conoció personalmente a San Josemaría.

El mundo taurino sufrió una notable perdida el pasado 6 de octubre tras recibir la noticia del fallecimiento de Álvaro Domecq, dueño de una de las grandes ganaderías españolas. Los que le conocieron destacan de él su simpatía, generosidad y una profunda fe en Dios.

En la decada de los setenta, Álvaro Domecq conoció personalmente al fundador del Opus Dei. Siempre recordará la enorme influencia que tuvo en su vida. Ofrecemos a continuación una entrevista en la que Álvaro Domecq recordaba hace unos años su amistad con San Josemaría y cómo conoció el Opus Dei.

Entrevista de Manuel Sánchez Hurtado publicada en ABC Madrid. 26–VI–88 y recogida en el libro “Así le vieron” de Rafael Serrano (editorial Rialp). Don Álvaro, ¿cuando conoció a Monseñor Escrivá de Balaguer?

Soy hombre malo para las fechas y no recuerdo con exactitud el día en que le vi por primera vez. Me parece que fue en Pamplona, en otoño del año sesenta y siete. Había una asamblea de Amigos de la Universidad de Navarra. Asistí a la misa que con aquel motivo celebró al aire libre, en el campus de la Universidad de Navarra. Al acabar la ceremonia, pasé a saludarlo y ante mi sorpresa me llamó por mi nombre, me hizo la señal de la cruz en la frente y comentó: «Te sigo». Yo, que soy tímido, me quedé admirado al ver cómo me conocía sin conocerme.

También me llamaron mucho la atención las manifestaciones de cariño y afecto que me dirigió y cómo me alentó a que siguiera con mi trabajo, y añadió «pero hecho con mucho amor de Dios».

En esos mismos días acompañé a los toreros que habían participado en un festival en Pamplona a conocerle. Con cada uno de ellos tenía un detalle de cariño, el apropiado para la circunstancia personal de los presentes. Al terminar aquello, uno de los presentes, Luis Miguel Dominguín, que presumía de no creyente, me dijo en un aparte: «¿Sabes que me voy a tener que hacer partidario de este cura tuyo?».

Me acuerdo que cuando vino a Jerez de la Frontera, en el año mil novecientos setenta y dos, tuvo la maravillosa gentileza de invitarnos a mi mujer y a mí a un almuerzo porque quería agradecer lo poco que había hecho yo para poner en marcha «Pozoalbero», una casa de retiros y convivencias, que está a las afueras de aquella ciudad y por la que han pasado tantos miles de andaluces. Y es que el fundador del Opus Dei, que era muy agradecido, sabía alentarte, a poquito que hubieras hecho, para que fueras a más, que te superaras siempre.

Eso es maravilloso: encontrarte con personas que te alientan, que te piden cosas asequibles, sencillas, pero sin parecer que te lo piden, dándote ánimos, y así casi sin darte cuenta va saliendo ese trabajo, que resulta apenas costoso y hasta alegre. En el roce que he tenido con la Obra, a lo largo de estos años, lo que más me ha impresionado es el aliento que recibes para hacer lo corriente con amor de Dios. Y eso, por lo que yo he visto, lo infundía el fundador del Opus Dei a todo tipo de personas: creyentes y no creyentes, a gentes de todas las clases.

Yo, que puse en marcha varios cursos de formación espiritual con toreros, y con poetas y escritores, pude comprobar cómo se sentían honrados de hablar dos o tres días exclusivamente de Dios y de las cosas de Dios. Domingo Ortega, que en gloria esté, me decía: «No se te olvide llamarme cuando haya algo de esto». Les gustaba, y le gustaba a Domingo, que se ocuparan de ellos en lo espiritual. Eso es demostración de lo que tanto insistía Monseñor Escrivá de Balaguer: a la vida corriente, diaria, hay que darle un sentido para que sea real. Eso me lo enseñó él y te lo transmitía cada vez que te miraba, cuando te veía o cuando te daba uno de aquellos abrazos que él daba.

¿Cuál es la primera impresión que se le quedó grabada al conocerle?

El nivel de confianza, la alegría que te hacia sentir y cómo te pedía esfuerzo sin pedírtelo, señalándote un camino de entrega. Y te daba un empujón suave, pero eficaz, para hacerlo todo por amor de Dios e insuflarle a tu vida normal una espiritualidad importante. Es que, mira, es maravilloso saber que se puede santificar e] trabajo. Eso crea una satisfacción en el hombre trabajador que es decisiva, que es fundamental.

Por ejemplo, él sabía que yo me dedicaba al toro. Yo no sé si él tendría afición al toro, pero lo parecía, porque me comentaba: «Hay que seguir por ese camino y hacerlo lo mejor posible». No te quitaba tus naturales tendencias, sino que te ayudaba a darles sentido, a poner amor y entrega en lo que haces, sabiendo que eso tiene mucho valor. Es una satisfacción saber que lo que haces tiene valor.

¿Cómo se hace santo un ganadero con su trabajo?

Álvaro Domecq en su finca 'Los Alburejos', en Jerez de la Frontera

Ante todo procurando ser un buen ganadero. A los ganaderos no nos calibran en la verdadera medida. El animal que conseguirnos, el toro que exige la afición de hoy, hay que trabajarlo mucho y saber seleccionar caracteres que no son visibles para el público. Ten en cuenta que –yo al principio creía que hacerse cargo de una ganadería no me llevaría tiempo– hay que estudiar las cualidades de varias generaciones para lograr fijar el carácter y saber entremezclar, en su justa medida, mansedumbre y bravura.

El ganadero español que estudia su ganadería puede hacer un toro que se le conozca, no sólo por su expresión física, sino también por el resultado que da en la lidia, y eso es un esfuerzo necesario. Después, o al mismo tiempo, haciendo todo ese trabajo por amor de Dios, por afición al toro por supuesto, pero por amor de Dios.

¿Cuál cree que era, sin embargo, el rasgo más distintivo de su persona?

Monseñor Escrivá de Balaguer rebosaba santidad. No sé si la santidad está perfectamente definida, pero yo lo notaba en ese deseo continuo de infundirte amor de Dios, amor al trabajo y la ilusión por hacer felices a los demás. Además, para el fundador del Opus Dei no había horizontes: cada día se le ocurría una cosa nueva para llegar a más personas y difundir con más amplitud la doctrina de la Iglesia. Eso era impresionante. De hecho, del Opus Dei te llama la atención el milagro de que en tan poco tiempo se haya difundido y establecido entre tantas gentes de tan diverso tipo. Yo, que he tenido que viajar mucho, lo he comprobado y eso es edificante.

Antes se refería a los toreros que usted ha tenido la oportunidad de tratar. ¿Entienden verdaderamente eso de santificar el trabajo?

Claro que sí. A ellos, todo eso les hacía encontrar su verdadero sentimiento. El hombre tiene una tendencia innata de ir a Dios, lo que pasa es que no sabe cómo. Lo maravilloso de Monseñor Escrivá de Balaguer es que te enseñaba a abrir ese camino.

Antes la gente pensaba que para ir a Dios sólo había que ir a la Iglesia, pero no sabían que además está en el teatro o en los toros, que Dios está en todas partes, en todas las circunstancias honestas. La gente no se percataba de que Dios está contigo, que puedes santificar toda tu vida, tu vida de aficiones, de relaciones, tus amistades.

Álvaro Domecq el día de la trágica muerte de su amigo Manolete

La prueba de que eso es verdad es la extraordinaria acogida que este mensaje ha tenido, a pesar de que haya gente que no lo entienda, porque tal vez no han sido capaces de dar el paso adelante. Si lo dieran, lo descubrirían.

Hay gente que dice que para aguantar a un santo hace falta otro santo, ¿era fácil estar con el fundador del Opus Dei?

Estar con el fundador del Opus Dei era sentirse protegido, ilusionado; junto a él, el corazón se removía y la piedad tuya, antigua, se hacia más humana, más apetitosa. Incluso lograba que dignificaras tus debilidades. Sentías que todos esos defectos se podían quitar; esa convicción te la metía dentro y descubrías que hasta lo más pequeño, hecho por amor de Dios, tiene mucho valor. Siempre he pensado que Dios es el mejor pagador, y entonces, cualquier cosa que hagas, por pequeña que sea, Dios te la premia.

Como ve, son consejos los suyos llenos de amor, y como el hombre ha nacido para querer, todo eso es fácil de entender.

Don Álvaro, a usted, ¿qué le ha dado el Opus Dei?

Me ha facilitado todo. Según se dice, cuando tienes quien te ayude, puedes agrandar tu negocio. Pues el gran negocio es luchar por la santidad aunque sea un poco, y digo un poco porque siempre se queda uno corto. Esa es la misión del Opus Dei con todo el que se roza: darle a tu vida, a tu vida corriente, unos nuevos horizontes, afán de santidad, y también alegría, simpatía y cordialidad, sobre todo con el ejemplo.

Decía que me ha facilitado todo, se entiende que en la vida espiritual, porque en lo demás, mi trabajo, mi vida social o mi familia, la Obra no ha intervenido; o para ser más preciso, sólo ha intervenido el espíritu de la Obra moviéndome a buscar en cada ocasión –y bajo mi responsabilidad personal– lo que pensaba sería más grato a Dios; claro que muchas veces habré fallado, pero ese es otro cantar.

Sin embargo, todo esto contrasta mucho con el ambiente actual.

El mundo, es cierto, está desperdigado, pero hay un retorno. Pienso que la juventud tiene hoy día un deseo de veracidad, de convivencia, de todos esos detalles que supo exponer el fundador del Opus Dei. El mundo está mal, la vida está difícil, pero luego, cuando crees que la gente está alejada de Dios, te das cuenta que no es así, que tienen un claro sentimiento espiritual de mejorar.

Todo eso es como el aceite, que va inundándolo todo poco a poco. Por eso no soy pesimista: no soy de los que piensan que el mundo va a peor. El mundo va a ir mejor; es como una revolución silenciosa de cuyas consecuencias nos iremos dando cuenta con el paso del tiempo.

Y usted, ¿qué le ha dado al Opus Dei?

Le doy muy poco para lo que me da. Yo procuro ayudar en las obras apostólicas, pero lo hago casi sin esfuerzo porque estoy convencido de que hay que hacer algo –más bien diría mucho–, y es bueno que te tiren de la cuerda, que te exijan. Ahora, con mi edad, con el cansancio de mucha vida vivida, me hace joven y me ilusiona pensar que soy útil, que sirves para algo. Después lo piensas, y te das cuenta que no haces nada, y sin embargo, por poco que haces, silo haces por amor de Dios, se convierte en algo grande. En conclusión, colaboro lo que puedo, pero me quedo corto.

El proceso de beatificación de Monseñor Escrivá de Balaguer está iniciado desde el año mil novecientos ochenta y uno ¿usted acude a su intercesión, le reza?

Yo acudo a través de la oración para la devoción privada que hay impresa en una estampita que ha editado la Vicepostulación de su causa de beatificación. Ahora le tengo encomendada una cosa importante y tengo seguridad de que la voy a tener pronto. Me ilusiona saber que tengo alguien, allá arriba, que puede interceder por los matices humanos y espirituales del hombre. Las cosas de los negocios no las mezclo. Me interesa más bien pedirle por mi vida de dentro y por lo que a uno le queda en esta vida.

Me ayuda a acudir a él las cartas suyas que conservo. Soy detallista y tengo la costumbre de felicitar a los amigos. Hace años se me ocurrió mandarle una carta y cual sería mi sorpresa cuando recibí muy pronta contestación. Al año siguiente dudé en escribirle, para no forzarle a que me contestara pero a la vez pensé que tal vez consideraría que me había olvidado. De modo que desde entonces siempre me escribió, y en cada caso iba su consejo. Después, cuando murió, he seguido esa costumbre con su sucesor, Monseñor Alvaro de Portillo cuando nos hemos visto, siempre me decía tocayo, que también ha continuado acordándose de mí y me envía unas líneas. Eso me da mucha alegría; siento el tiempo que le puedo hacer perder, pero es un gran detalle y un ejemplo maravilloso.